De la marimba al son
(fragmentos)
Un día volvió a llegar la guerra. Como estábamos tan lejos y el atraso era nuestro distintivo, todo nos llegaba tarde. La guerra nos llegó en tiempo de paz. Era imponente el arribo de los cañones ya olvidados, las audaces evoluciones de dragones galopando una caballería perfectamente adiestrada y el ademán preciso de los sables. Pero lo que más nos impresionaba de aquel ejército enemigo era que nos hacía la guerra con tambores y cornetas. Ni los obuses, ni las granadas, ni los morteros, ni las ametralladoras nos causaban tanto espanto como las bandas de guerra redoblando y redoblando a la mitad del combate. ¿Qué clase de hombres eran aquellos que peleaban con música? El general Pineda que estaba al mando de nuestra defensa mandó a llamar a don Corazón Borras. —Mire usted don Corazón, le explicó solemne el general, nosotros no podemos quedarnos atrás del enemigo. Además de toda nuestra furia, combatiremos también con nuestra música. ¡Pero no seremos copiones! No sería digno de nuestro genio y nuestra historia. Si ellos traen cornetas y tambores, nosotros operaremos marimbas de combate. Con ellas la victoria es nuestra. Don Corazón: tiene usted cinco días para traerme cinco marimbas de combate. —Mi general... ¿y cómo son las marimbas de combate?, acertó a preguntar. —A su imaginación lo dejo, y el general se dio la vuelta pensando en la gloria. Don Corazón regresó afligido a su taller, cavilando. Tomó un pedazo de carbón y se puso a dibujar en el muro. En punto a los cinco días se presentó al cuartel. —¿Las trajo, don Corazón? —Las traje. Don Corazón había construido cinco marimbas pequeñas sin patas, de una octava cada una, con tirantes de cuero, mediante los cuales un sargento fusilero se la echaba en las espaldas y partía disparando, mientras que detrás de él un marimbero habilitado de cabo iba tocando nuestros sones de siempre. Si el enemigo nos agredía con Fuego y adentro, nosotros contestábamos con El rascapetate, y si nos asestaba A degüello nosotros le tirábamos Se te cayó el calzón. El efecto que las marimbas de combate causaron en el enemigo fue demoledor. Inició un movimiento envolvente, por el flanco izquierdo, redoblando sus tambores mientras intentaba cerrar la pinza por la derecha, resoplando sus cornetas con Fuego a discreción. Nosotros resistimos a pie firme contestando un desconcertante Entren en ayunas, viejo sonecito de don Benjamín Roque. Pronto se produjo una retirada táctica del enemigo, rehicieron fuerzas, consultó el general enemigo con su estado mayor, revisaron cartas topográficas y de nuevo lanzaron el asalto. Esta vez fue frontal: avanzaban en formación de cuña encabezando el vértice la banda completa que venía resoplando Zafarrancho. Nosotros, realmente serenos, los dejamos avanzar hasta que estuvieran a tiro de tecla. Concentramos las cinco marimbas de combate y las lanzamos juntas interpretando briosamente Capote al hombro del maestro Manuel Merchant. El enemigo conservando una disciplina notable burló el contra-ataque con una brillante evolución que nosotros acallamos para siempre con una carga de El machete tunco. Cuando venimos a darnos cuenta todos los soldados, los nuestros y del enemigo, estábamos sentados en el suelo felices de haber tirado las armas, gozando el espectáculo de aquella parada que para entonces se había convertido en el primer concierto de combate para bandas y marimbas a cuyo estreno teníamos el privilegio de asistir. Yo creo que en aquella guerra tan sonora se robusteció la afición musical de nuestro pueblo. Héroe en la guerra y héroe en la paz, don Corazón Borras nunca volvió a trabajar. Todos tratábamos de mostrarle nuestro agradecimiento. Había quien le llevaba una novillona para barbacoa, quien un alambique portátil refinador sin tregua. Por aquellos días don Corazón nos legó su último invento. Una marimba muy completa, pero compacta, de patas cortas, para que sentado la tocara el marimbero. Fue su aporte al cine que estaba recién llegado a Chiapas. En cualquier lugar del mundo el cine mudo se acompaño con piano. Pero aquí cómo… Después don Corazón agarró rumbo a la costa. Allá siguió su personal zafra de afectos hasta que falleció en Huixtla, atropellado por El destino, que así se llamaba el primer camión que llegó por esos rumbos. Pero las obras sobreviven al hombre. Aquella última marimba salida de sus manos fue galanamente interpretada por el maestro Ventura el viejo, padre del maestro Ventura el joven, actual constructor de marimbas. Sentado frente a la pantalla el maestro Ventura desgranaba las melodías de su invención para ilustrar las novedades que venían de Hollywood. Con el tiempo desarrolló toda una lengua melódica en la que destacaban Pieza para beso corto, Pieza para beso largo, Pieza para persecución de buenos y Pieza para alcanzar a los malos. También fueron notables Pieza para risa pronta y Pieza para lágrima tendida; con ellas subrayaba los géneros de las películas y mucho nos ayudaba a descifrar la intención de los actores. A veces nos tomaba el pelo: una noche nos hizo carcajear con Sarah Berdnart y llorar con Chaplin con sólo invertir sus melodías. Un día, terrible para todos, llegó el cine sonoro. La sala se llenó de inglés, de swing y de balazos. El maestro Ventura se quedó cesante y el viejo teatro Rabasa nunca volvió a ser como antes. Por fortuna, el maestro Ventura no se dio por vencido. Alquiló un cuarto, no muy chico, en las orillas de Tuxtla, por el rumbo del niño de Atocha y colgó cortinas negras en la única ventana. Colocó a la entrada un letrero que anunciaba “El cine de antes”, y avisó que la función empezaría a las siete. Advirtió que lleváramos veinte centavos para pagar la entrada y una silla los que quisieran sentarse. El maestro se puso al centro de la sala. Sentado enfrente de la marimba quedó viendo hacia la pared donde supuestamente estaría la pantalla y dando la espalda al público ordenó el oscuro. Las toses que nacen apenas se va la luz se vieron dominadas por la amada melodía Pieza para beso corto, seguida de una audaz Pieza para persecución de malos, que cedió ante una impecable Pieza para tomar atajo, abruptamente interrumpida por Arribo de refuerzos, hábilmente eslabonada con un espectacular son de Llegó el muchacho, hasta desembocar en la muy gustada Pieza para beso largo. Y nosotros a oscuras, escuchando la marimba del maestro, imaginando la película jamás filmada, llenando nuestros ojos vacíos de luces y sombras, en una sucesión de imágenes memorables. Aquella fue la época de oro del cine chiapaneco. Nunca tuvimos nada más nuestro que la marimba: con ella nacemos y con ella morimos. Antes de vivir sabemos de su canto en las serenatas de nuestros padres; con ella nos esperan al llegar al mundo, los bautizos, la escuela donde su madera tiene la misma dignidad que el pizarrón o los libros. Los primeros bailables y después los bailes, las manitas sudadas de los novios nuevos, las bodas y tornabodas, los hijos esperados, los triunfos y los fracasos contaron con su presencia. Los tristísimos viajes al panteón deshojando el tulipán amargo de aquel Dios nunca muere, las luchas populares saludando con sombreros el Himno del agrarista o El pañuelo rojo, según fuera el momento. Las dianas por encargo para ungir candidatos nefastos y Las golondrinas que sellaban nuestra partida en desvencijados autobuses. Todo viene de allá: del África y los barcos negreros, del corazón, del Ylolotl, de los barracones dolidos de los esclavos, del sol nocturno de los incendios de los cañaverales, de la guerra y la paz buscada, de la invención de todo un pueblo para construir un instrumento, su instrumento. ¡Ah marimba! Huesuda del alma, puente del diablo, catre de lágrimas, cena de negros, mucicanta y generala, compás para el regreso, preciosa celestina, ruta del corazón, yolota nuestra. ¡Carabela!
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