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El despertar de Ángel
Sábado 1ro.
La felicidad es también un chasquido con movimiento de brazo después de dormir de un tirón, abrir los ojos sin sueño, acariciar la modorra durante cinco minutos y, al fin, saltar de la cama para producir otro ruido, ahora gutural, algo así como carajo, pero en tono de dar gracias, de saludo al despertador que se mantuvo impávido, al timbre de la puerta que no mortificó, a la ciudad que sigue siendo un continuo en sordina, a todas las formas del silencio, y chasquido y movimiento de brazo son buenos días al trozo de cielo incoloro que entra por la ventana, a la canturrea de Nena que puede distinguir si atenciona, Nena dice atenciona, y Ángel sonríe, buenos días, repite, ahora con palabras y bien alto, para Nena que no ha observado ninguno de sus movimientos, ni ha oído de los dedos que chasquearon dichosísimos, y por encima del runrún de ciudad se destaca la voz aguda, perfectamente campesina, que abandona el cantao y se proyecta, muchacho, qué vida, sabrosura verdad, brinca que tengo majarete, y con majarete Ángel descubre los sabores de su propia boca, de las encías, del paladar, boca ni ácida ni amarga ni dulce, boca de recién despierto, sin gustos extraños, menos en la zona caliente, la del empaste nuevo, y ya voy, Nena, dice, mientras orina grueso y es alivio, júbilo de abdomen y diafragma, como júbilo sería si el gallo de Otilio cantara a todo galillo buenos-días-sí, ¿o ya lo hizo?, ¿será muy tarde?, y sobreviene el segundo chasquido y empieza a organizarse el universo con buena aireación de piel, algo de ejercicio, nada de yoga ni aeróbicos, simple calistenia, sin enrevesadas contorsiones, sin música, al ritmo natural de un cuerpo en cueros estrenándose en la hora, mientras fragmentos a través de la ventana conforman una figura con batilongo de colores, unos gestos que tienden la ropa en la azotea, un rostro de mujer sesentona que sonríe, que frunce el entrecejo cuando trata de espiarlo, aunque Ángel no se ocupa ni mucho ni poco de componer la imagen, atiende más a sus cuentas, a la numeración corrida, a las tandas, el flexionar hasta el máximo, el distender con soltura, la posición correcta, y en el primer chance, entre uno y otro esfuerzo. ¿Te amaneció bien la pierna, Nena?, y por sobre el bramido a compás de su respiración, Ángel percibe el vaivén de los sonidos levemente graves, lánguidos en los momentos de mayor esfuerzo, y su afán de ritmo no impide, permite que alcance a discernir todo con más claridad, porque las cosas han abandonado la sordina, el disimulo, y cantan cada una a su forma, y tan diáfano, que sin poner mucho empeño puede descifrar las fuentes, la música que es música de fondo cuando Nena contesta, ¿la pierna?, uuuh, mucho mejor, son los fomentos, qué cosa, lo más grande del mundo, ando que ni Juantorena, y Ángel indaga por el agua, si la pusieron, ¿desde cuándo?, y Nena canta, hará par de horas, así que apúrate, manganzón, y la Tierra se decide, reinicia lentamente su rotación después de entibiadas las voces de todas y cada una de las cosas, y el cielo enciende el mejor de los azules, y las nubes estallan en blanco y blanco, y el planeta comienza a recobrar paso a paso el tiempo de su giro, parsimonioso, lento y rotundo, con destreza de experto, mientras Nena, con voz de tiple, dice báñate rápido y brinca, que el majarete me quedó ricura verdad, sumándose al continuo circular que va recobrando bríos, que es inicio de la mañana que Ángel inicia con la salud de sudar en su cuarto mínimo, en la pequeña ciudad, en su isla que es trazo brevísimo en el hemisferio, y todo el planeta se activa, se apresura, alcanza la cadencia de su giro, y es Ángel, y es todo cuanto existe, algo definitivamente despierto, pero la camisa sobre la silla llama la noche, la que hoy es ayer, la última noche con Sonia, ¿será la última?, y el mundo se detiene, el abdominal queda a medio hacer, el planeta rota ciento ochenta grados en sentido contrario, brusco, y la isla regresa a la zona de sombra, mientras Ángel articula algo que no es frase ni palabra ni runrún gutural, algo menos que sílaba en un lugar que vuelve, para alguien que aparece de nuevo en el mismo sitio donde ayer estuvo, donde ahora está, y Nena, bien lejos, desde mañana, dice, seguro va a decir, ¿andas hablando solo?, mi madre, eso sí que está bueno, aunque Ángel no pueda escucharla todavía porque se ha instalado la noche, la que no es ayer, la que es ahora, no vuelta a vivir, sino viviéndose, y en esta noche la camisa se deja ver igual de tirada sobre una silla en la habitación de Sonia, y Ángel acostado boca arriba, desnudo, sudado, todo lo idéntico y diferente a mañana cuando haga ejercicios en su cuarto, bajo el mismo fondo ruidoso de ciudad, la misma música que es mezcla de vehículos y voces y follaje, o no, el follaje no, el árbol es de Sonia, hay un árbol frente al cuarto de Sonia que hace más oscura la noche y empasta los ruidos de manera única, árbol que se encima sobre la ventana que Ángel ve, que ha visto durante todas las noches pasadas aquí, y aunque el árbol no importe, Ángel lo mira y lo escucha desde la cama, junto a Sonia que algo estaba diciendo, continúa diciendo, es importante para ti, para nosotros, entiéndeme, Ángel, comprende, y la mujer repite las palabras con gestos, y enseguida se empeña en estudiar centímetro a centímetro un dedo de la mano derecha, hasta que se detiene en el borde de la uña, una uña cuidada, pintada de rojísimo, y a esa uña le dice, no sé si hago mal, en el momento justo que Ángel detiene la vista en los senos, no puede evitarlo, y le aclara al pezón derecho, tan redondo, tan cupular, casi micrófono, dije está mal por decir algo, y Sonia observa la mirada de Ángel, se acomoda la bata de casa, guarda bien sus senos, pregunta, ¿cómo por decir algo?, estoy cansado, yo fui la que habló de cansancio, ¿qué tú quieres, Sonia? no quiero llorar, y Sonia vuelve a ocuparse de la uña, no cesa de friccionar el rojo de la uña, por eso Ángel está seguro, casi seguro de que no habrá llanto, esta mujer necesita por lo menos de un instante inactivo para lograr el llanto, tal vez medio segundo que el afán de amasar la uña no permite, y Ángel piensa, casi dice, estamos locos, ¿lo pronuncia?, y la frase que se hace audible es otra, frase rara para ella, frase ajena para él, ¿qué está bien, Ángel?, ¿está bien?, ¿qué cosa está bien?, ¿cómo que está bien?, ¿no dijiste está bien?, ¿dije eso?, ¿no sabes lo que dices?, ¿me podrás creer si...?, peor entonces, ¿por qué peor?, Ángel Ángel Ángel, y Ángel escucha cómo Sonia repite y repite Ángel ladeando cada vez más la boca, respirando y exhalando Ángeles para enseguida sumar gruñidos, sílabas a medias, como tropel de rencor que lentamente se empieza a desbocar entre exclamaciones, porque la culpa la tienes tú, Ángel, tú no me separaste de..., no me ataste a..., y sobreviene el punto en que se hace la brevísima pausa, y la mujer rompe a llorar, ahora sí, sin más presagios, peor que lo previsto, ocultando el rostro con manos de dedos apretadísimos, y Ángel se queda muy quieto, sobre todo por dentro, no vaya a ser que se le escape otra idea extraña sin darse cuenta, hasta que Sonia sacude la cabeza, como si la arrancara de las manos, dejará que las lágrimas corran, que Ángel las vea, porque te quiero tanto, mucho, ni me importa que me veas llorar, ni me importa..., y Ángel advierte que la bata de casa descubre por completo el hombro derecho, y le llegan deseos de acariciar, de hacer un simple gesto de cercanía, no por las lágrimas o las palabras o la piel, o por todo eso, no le interesa averiguarlo, es una necesidad física, un impulso que no quiere reprimir, y distiende los músculos, acerca una mano a la curva que es cuello y hombro, y muy lentamente la mano se acerca a la caricia, pero cuando palpa, Sonia suda y tiembla, tiembla de risa, no de llanto, tiembla en un día copado por el sol, la reverberación de la arena y el centelleo del mar, hay tremenda luminosidad y playa junto al cuello y el hombro, no existe a la redonda nada que se parezca a penumbra o a cuarto o a la noche que llegará dentro de diez o doce días, y Ángel tendido de costado sobre la arena, apretando los párpados al máximo porque la mujer se recuesta contra el fondo de luz desmesurada y ahora ríe, qué cómico, Ángel, y cesa de reír, ah, caramba, por poco se me olvida, dice, y Ángel retira la mano, guarda la caricia, observa cómo el cuello y el hombro agudizan el ángulo, comprimen la luz que sigue llegando a raudales mientras Sonia estira todo su cuerpo para alcanzar el bolso, registra, revuelve, saca objetos que no interesan, por fin la encuentra, la enarbola, traje la foto, dice, y la coloca ante los ojos encandilados de Ángel, siente en la espalda el frío agradable, esponjoso, de la parte alta del bikini, y cuando le muestra, Ángel y Ñiqui se miran tienen que mirarse, no hay otra opción posible, qué lástima, es la foto más oscura, mandó tres, con las dos mejores se quedó su madre, me cae malísimamente mal, nos caemos, qué se le va a hacer, dime ¿qué te parece?, ¿qué te parece?, cuando Ángel anda sin pareceres desde que las miradas de Ñiqui y él se cruzaron, y Sonia insiste, ¿cómo lo encuentras?, insiste, ¿cómo lo ves?, ¿no se dará cuenta, o no querrá darse cuenta?, luce más flaco, comenta Ángel por decir algo, para salir del paso, y es peor, porque a Sonia le gusta más así, delgado, flaco parejo le asienta, tampoco que sea hueso puro, Ángel, ah, y que le escribió hace poco, no, hace mucho, las cartas se demoran tanto, es desesperante, y en las cartas le pone cosas muy lindas, por ejemplo, que siempre la recuerda cada vez que se baña, aunque se baña poco, y yo me moría de la risa, sí, sus cartas son siempre bromistas, es tan simpático, y Ángel teme que saque también del bolso la última carta de Ñiqui, que le pregunte si desea escuchar algún trozo, o que sin indagación previa arranque a viva voz ahí mismo, bajo el solazo, y Ángel suplica sin palabras que no lo haga, que no se le ocurra, bueno es lo bueno..., y la mujer no cesa de mirar la foto, parece que detalla cada milímetro de Ñiqui, puede que hasta lo bese, y tampoco, Sonia besa el pelo de Ángel, se acomoda y acomoda mejor la frialdad del bikini en la espalda de Ángel, porque lo que Ñiqui me escribe en broma es en serio, yo trato de contestarle igual, no me sale, debe ser que soy dura para el humor, todo lo que le digo es en serio, no puedo hacer como él, le puse, te recuerdo también cuando me baño, y es verdad, Ángel, cuando tú y yo nos bañamos..., si yo supiera explicarme, es un lío tremendo para mí, porque tú y Ñiqui son muy diferentes, aunque hay algo..., es algo..., te das cuenta, ¿no?, no, Ángel no se da cuenta de nada, hace rato que no atiende al ruido de palabras, ha quedado rumiando la broma-seria, no el te recuerdo cuando me baño y me baño poco, Ángel no ordena pensares, trata de evadirlos, se deja conducir por un flujo sin imágenes o ideas que nada prefiguran, que es sólo sentir que existe la seriedad y la broma en confusión perfecta, en confusión, y el fluido que parecía transcurrir sin propósito llega a la palabra, a una palabra que es pensada lentamente, con-fu-sión, y Ángel la repite sin proponérselo, sin pronunciarla, sin confundirla con nada, mientras la mujer le da un beso en la espalda, suave, lentamente, tan lento y suave, como el transcurrir del flujo que gestó la palabra, que se confunde ahora con lo dicho por Sonia, ¿qué te pasa, mi amor?, y lo único que Ángel sabe, lo único que nota, es que Sonia le ha besado y continúa colocando uno y otro beso con la mayor delicadeza, y es erizante, por beso sobre beso, y por el frío maravillosamente frío de la copa del bikini en la espalda, y porque Sonia está guardando al fin la foto, Ángel se percata, aunque la mujer no deja de besar mientras introduce el cartón satinado por la boca del bolso, no en gesto furtivo, al contrario, es perfecta simultaneidad de labios y manos obrando en dos diferentes labores sin desespero, sin confusión, piensa Ángel que no quiere pensar, y cuando la foto ha sido guardada, cuando el bolso es abandonado por las manos, cuando Sonia es solamente boca burbujeando en su espalda, Ángel respira, apoya el rostro en la toalla y respira, cierra los ojos, siente más que antes el frío y el calor en la espalda perfectamente, confundidos, y respira, pero respira una almohada, no una toalla, abre los ojos y es un cuarto de hotel, uno de los cuartos de uno de los hoteles donde duerme, donde dormía, y no se extraña de haber despertado en una habitación nada familiar, sólo vincula cuarto de hotel con Sonia, eso le basta, no importa reconocer el espacio tan parecido, si seguro, al de otros cuartos de hotel, y no separa el rostro de la funda, vuelve a inhalar el olor a ropa que ha sido tratada con vapor, ropa que regresó hace poco de la lavandería, que huele como olerá la toalla bajo alarde de luz y junio en algún minuto de la quincena próxima, muy diferente al momento de ahora, que es noche o madrugada, con poca claridad, apenas el resplandor del bombillo del baño, ¿Sonia estará en el baño o se quedó encendido?, y Ángel no se da vuelta para comprobar si la mujer duerme a su lado o no, al contrario, evita el menor gesto, ¿qué hora será?, y no mueve un músculo, no busca el reloj, qué importa la hora, ya le avisará la telefonista, puede dormir, seguir durmiendo plácidamente, sin preocupaciones, aunque no pueda, aunque se preocupe, ¿qué hora es?, y comienza a rememorar el espacio del cuarto, los objetos en el cuarto, es un ejercicio que impide recordar a Ñiqui, Ñiqui encastillando cajas en un Nissan-diesel, Ñiqui caminando hacia la verja, entrando, haciendo un gesto con la mano, ¿es un saludo?, y Ángel quiere pasar lista a los objetos del cuarto sin alzar la cabeza de la almohada, manteniendo los ojos fijos en la pared lisa que ilumina el resplandor del baño, la única pared que ve porque se deja mirar frente a su rostro, una pared que no es gris, es azul, de un azul ratón, ¿o no existe el nombre en los catálogos?, y a evadir la imagen de Ñiqui que sigue haciendo el gesto desde la verja de entrada, ¿será un saludo?, y a ordenar los fragmentos de este cuarto lleno de objetos impersonales con pretensiones de esa frase hueca que se nombra buen gusto, y de la palabra que suena a cojín de muelles y se llama confort, ¿o el cuarto no ha sido marcado por ese par de estigmas?, y Ángel se esfuerza en recomponer la habitación, aunque no hay nada singular que lo ayude, sin embargo supone que exista una butaca, existe, es trasto esencial en el mobiliario básico de un cuarto de hotel, una butaca ancha, tapizada, ¿vinil o tela gruesa?, tela duradera, Sonia se sentó en la butaca en cuanto llegaron, le dolían los pies, soltó los zapatos, y logra recordar los imprescindibles cuadritos en las paredes, en alguna pared, casi siempre dos, raras veces tres, nunca cuatro, jamás uno, Sonia caminó de un lado a otro descalza frente a dos cuadritos y hablaba, explicaba, quiero que lo tengas bien claro, Ángel, antes de..., y habrá una cómoda, la cómoda con aires de época, de alguna época, ¿cuál?, se premia al que sepa de la cómoda donde Sonia puso la cartera o jabuco, ella lo llama jabuco, y en la pared opuesta a la que sigue mirando, estuvo, está el closet bien desempolvado en el mejor de los casos, tan desierto que parece excusarse, decir, señor o señora, lo lamento, no guardo nada, mi misión es guardar, lo sé, no obstante, soy el vacío, mas un vacío a su entera disposición, y en ese vacío disponible Sonia buscó un perchero, la blusa al perchero, la saya fue tirada como quiera, ¿en la mesita de noche?, ¿por qué no en la butaca?, ¿porqué no en otro perchero?, ¿por qué en la mesita con su gaveta igual de despoblada?, ¿para qué abrió la gaveta?, y sobre la mesita una lámpara con pantalla envuelta en nailon, sin cagadas de moscas de ser posible, Sonia quería luz, prefiero luz, Ángel, ¿sí?, y al lado de la lámpara un cenicero de cristal limpio, para que evoque mejor un fondo de botella limpio, ¿me dejas fumar, mi Ángel?, y por alguna parte habrá dos vasos, quizás hasta un termo con agua, qué pena, no hay agua, ¿tienes sed?, ¿no te da sed, mi amor?, y Sonia regresó casi bailando, sus pies sobre la alfombra, hará falta la alfombra, hay alfombra con las quemaduras de rigor, testimonio del paso de los otros, de la huella del segundo cigarro, Sonia no tuvo tiempo de colocarlo en el cenicero, y recuerda también un espejo inocentemente orientado hacia la zona menos álgida, Sonia miraba constantemente, me gusta como..., me gustas, Ángel, y el ventilador o el aire acondicionado, esos imprescindibles, la garantía de mezclar frialdad con palabra muelle, que ambientan a la perfección lo inhabitado que se visita por días, algunos días, por instantes, algunas horas, o toda la noche, qué bueno, funciona perfecto el aire, qué rico vamos a dormir, pide que nos despierten a las seis, mi amor, y en medio del espacio, protagonizando el decorado, la zona más erógena, la cama, una cama lo menos cantora que se pueda, la razón mayor de toda la escenografía, y Ángel cierra los ojos, sabe que el cuarto debe ser así, que es así, que fue así, y escucha ruidos en el baño, Sonia estaba en el baño, y la mujer entra a su campo visual apoyando la espalda contra la pared, no fue salir del baño, fue aparecer ahí, de súbito contra el azul ratón, completamente vestida, ¿por qué se ha vestido?, ¿qué hora es?, lo iba a preguntar cuando Sonia dice sin mirarle a los ojos, no vamos a vernos más, y es como si la pared la lanzara contra Ángel, una embestida a velocidad de chasquido, como si Sonia tratara de adelantarse a las lágrimas, y abraza, y se aprieta contra Ángel, y solloza y besa, mi Ángel, y con lágrimas y sin calma Sonia besa la boca de Ángel, pero el sabor de esa boca es uno de los primeros sabores de la noche, todavía no tiene nada que ver con hotel o madrugada, es el último, el primero en importancia de los sabores durante la tarde que no presagiaba cómo serían las horas oscuras, y el sabor llega de improviso después de una broma sobre el ahorro, Cristo crucificado con un brazo guindando para ahorrar clavos, y Sonia estuvo riendo hasta que lentamente fue ganando en seriedad y sobrevino el beso que funda la perspectiva del cuarto, de algún cuarto, por eso Ángel guarda el repertorio, los otros chistes, el tarro unicornio, la serie donde aparecen los zapatos sin cordones, los ojales sin botones, el viaje del monóculo, la tristeza del huevo de ganso que se debe reservar para lo último, es el más subido, casi pomo, y todo queda bien guardado, porque al beso le siguen otros besos que se suceden sin tregua, salvo en la pausa de separar los rostros para reconocer a quién se besa, decirse es ella o es él, y volver a la carga, a ocuparse de las encías, llegar palpando más allá de los dientes, hasta el mismo cielo, en un reconocimiento sin pauta ni ruta, o entretenerse larguísimamente en los labios, en el comadreo de dientes y labios que hacen que las manos de Ángel se activen, especialmente la derecha, la menos torpe, y Sonia sin ofrecer resistencia a las andanzas de esa mano, al contrario, se afana en besar, y es como si diera la aprobación más elocuente, mucho más que cualquier chorrito de sílabas, aunque hay algo que contradice, es como un retraimiento, o no es retraimiento, o tampoco contradice, ocurre que el rostro de la mujer denuncia estar atenta a la mano de Ángel, a todo lo que hace esa mano, a dónde se dirige explorando, ¿qué pretende?, y la mano va comprobando perfecciones, o conjeturas, carnes perfectas en todos los sitios que tantea, que acaricia, aunque no averigua todo lo que quisiera, hasta la mujer se percata de que el hombre actúa con cautela, evitando el riesgo de la premura, tal vez por eso Sonia se decide, colabora, aventura su mano pequeña y delgada que sin titubeos, sin escala intermedia, se apropia con habilidad y puntería de lo que llama ay, o por lo menos eso dice mientras aprieta el pantalón, tanto, que Ángel con prudencia trata de escurrirse un poco, y es inútil, Sonia comprime con los dedos el ay, y se aferra con los dientes al labio inferior, hasta que de pronto se separa, ¿qué estoy haciendo? ¿qué me pasa?, perdóname, fue algo así de pronto, qué pena, no, no digas nada, ni me mires, y silencio, y los ojos de Sonia fijos en los ojos de Ángel, y nuevo abrazo, no, no me importa, no me arrepiento, y besa, es un beso rápido, con la punta de los labios, bien pacífico, mucho más tierno, vamos a donde tú quieras, Ángel, menos a una posada, te lo ruego, me prometí no pisar nunca más una posada, no es capricho, es que no, y el cuarto de hotel se hace visible, Sonia y Ángel avanzando hacia la puerta de aquel cuarto, donde quiera que se encuentre, es rumbo a ese lugar, no hacia otro, y entre negativa y negativa, porque el hotel está lleno, o a Luis le toca la carpeta por la mañana, o es sólo para turistas, los paquetes de turistas, los paquetes, y entre adversidad y adversidad, Ángel y Sonia besándose, caminando con fe, con la fe de que darán con el lugar justo, sin permitirse el menor desaliento, sobre todo que la mujer no se desilusione con los tropiezos, que no sea desespero cuando vuelva a atrapar el ay, porque cada negativa será la última, cada hotel que dejen a la espalda será el penúltimo, con la próxima solicitud de cuarto, ay, y que Ángel y Sonia se conviertan, ay mediante, en el último y único hombre junto a la última y única mujer, y animándose sin evidenciar que mutuamente se dan ánimos, presintiendo que el cuarto está mucho más cerca que hace tres horas, Ángel y Sonia caminan, conversan, y en mi casa, ni hablar, dice la mujer, y en el cuarto del hombre, imposible, por ahora, aunque se podrá después que se levante una buena división, porque Ángel hace poco compró la mitad de una sala grande, montón de pesos que costó, con un baño, bañito, ahora falta un buen tabique aislante, que sea de ladrillos, no de bloques, son muy anchos los bloques, roban espacio y que la división no sea de madera, ahora es imposible ir por culpa de la madera, la madera separa, no aísla, hace falta privacidad, Sonia lo comprende, y que ya tiene conseguido el cemento, los ladrillos, el recebo, la arena, el fin de semana próximo le meterá mano, hasta que el cuarto de hotel hace su aparición, al carpetero del Victoria le parece bien que ellos vengan de parte del carpetero del Inglaterra, de Luis, caramba, su socio Luis, y le parece mejor el billete que Ángel coloca debajo de la tarjeta acabada de llenar, acéptalo, para que fumes tu cigarrito,- y el carpetero sonríe, no porque el billete alcance para demasiados cigarritos, sino por el gusto de hacer un favor a Luis, a quien venga de parte de Luis, a cualquiera, y Ángel y Sonia ante la entrada del cuarto, silenciosos, concentrados, se hurga en la cerrada, se abre la puerta, el caballero cede el paso muy caballeroso, las damas primero, gracias, aunque Sonia no entra, mira fijo los ojos de Ángel que ya comienza a conocer ese tipo de mirada, la mujer se está preparando, algo trae, debo decirte una cosa antes de..., no me importa lo que pienses de mí, es algo que tú sabes aunque quiero que lo escuches cuando yo te lo diga, porque tú me gustas, entiende, sé que te voy a querer, y Ángel mueve la cabeza, trata de hacer un gesto que reúna la virtud de disuadir y no desestimule, que dicte, no hace falta que hables, o algo parecido, porque el fantasma de Ñiqui se acaba de asomar, aunque Sonia no ha pronunciado el nombre, además, va siendo excesiva la espera ante la puerta abierta, y más si se trata de la puerta que da acceso al cuarto buscado y rebuscado infatigablemente, al más perseguido de los cuartos, y Sonia sin moverse deja pasar el silencio, hasta que se decide, parece, dará un paso, quiero explicártelo todo con calma, y Sonia adelanta una pierna, ya verás, es inminente que va a entrar, escúchame, y penetra en la zona de penumbra, te voy a hablar muy claro, Ángel, y Ángel desde el pasillo oye a Sonia pronunciando Ángel dentro, por fin, de la habitación, pero escucha que lo llaman, no sólo que dicen su nombre, y no del otro lado de la puerta del cuarto, una mujer ha dicho Ángel y son las cinco de la tarde, algo más de las cinco, y el sonido se destaca por sobre el rumor de fondo, la bulla perenne, la que perennemente Ángel gusta desagregar, atencionar, como dice Nena, y la bulla es silencio cuando la mujer repite Ángel por encima también del calor, calor de día calurosísimo donde cualquiera necesita aire, agua, un barril de agua, o quedar húmedo, empapado completo y suspendido en la brisa, si pasara alguna brisa bajo la mejor sombra, sí se acierta con alguna ancha sombra, y Ángel mira al sitio de donde partió la voz, ve a Sonia que se acerca dentro de una blusa simplísima y una saya que el viento goza en remover, y Sonia cruza la calle con premura, sin sofoco, sin sudar, fresca y ágil, como princesa de cuento caminando descalza en primavera mientras dice espérame, por gusto, Ángel no se ha movido desde que escuchó su nombre, y ahora que la mujer acaba de llegar, que se le ha instalado delante, nota la sonrisa de Sonia, y es lo mejor, lo más refrescante bajo estos calores, lo único que desea, sin embargo nota que la está presionando, y no es su propósito presionarla, al contrario, aunque la sigue forzando a que se lance con la primera frase, y Ángel cree comprenderla, Sonia no sabe cómo empezar, con qué palabras, y la presión llega al tope, al tope de ella, parece, y qué alivio también para Ángel cuando Sonia desata la primera sílaba y va pausadamente avanzando el discurso que comienza con te pido disculpas, en el fondo estoy de acuerdo contigo, aunque no era el momento, no era político, y no es que no sea político, es que se ve feo, es injusto, sí, también es injusto, porque mira, el año pasado, cuando bajaron las casas de la playa y se armó la matazón, más el chorro de gente que le coincidían las vacaciones o que hicieron que les coincidieran, más la desgracia de ser dos apartamentos chiquitos, una semana para cada uno, bueno, el año pasado a mí me pareció muy bien que no renunciaras a favor de los que son muchos de familia, ¿cuántos méritos tenías el año pasado?, como cinco, ¿no?, igual que este año, ¿sí?, bueno, y te defendiste a capa y espada por encima del chorro de gente con familión, era tu derecho, ahora también es tu derecho, pero es distinto, aunque tengas necesidad, aunque vivas solo, o mal vivas solo, como dijiste, porque un refrigerador es otra cosa, sobre todo si hay niños, claro que a veces la gente saca a los niños cuando les conviene y se las componen para pintar la cosa más horrorosa de la cuenta, y eso sí que estuvo mal que lo hayas dicho aunque tengas razón, por eso tuve que hablar, para interrumpirte, te juro que lo hice por ti, de verdad, ¿no te sorprende?, porque ellos tendrán menos méritos, pero más necesidad, si, ya sé, a cada quien y de cada cual, y lo del trabajo con la capacidad, y que el sindicato dice que primero y ante todo los méritos, que la necesidad se vea lo último, qué va, Ángel, ni sueñes, no puede ser así de mecánico, por eso hablé, y si pareció una agresión te juro que no fue mi propósito, al contrario, mira, si quieres te puedo pedir disculpas delante de todos los compañeros en la próxima asamblea, aunque creo que no es para tanto, tú decides, que para mí lo más importante es no quedar mal contigo, quiero decir, con un compañero valioso que aprecio, a mí me daría mucho sentimiento si no me comprendieras, y tú sigues con una cara que no sé qué pensar, y Sonia pone la cabecita como princesa timorata, se permite un reposo de voz, y el silencio goza transcurriendo hasta que Ángel dice, se escucha diciendo, tengo sed, ¿adonde quieres ir a tomar algo?, y Sonia ríe, ¿así que tú tienes sed y quien tomará algo soy yo?, gracias, Ángel, qué comprensivo eres, me gusta que todo vaya bien entre nosotros, porque eres muy buen compañero y me siento responsable de..., no culpable, no me apena lo que hice, no, porque..., ¿por qué no buscamos un lugar fresco donde yo pueda tomar algo y tú también?, dice Ángel, y Sonia, bueno, pero que no se hable más del asunto, ¿verdad, Ángel?, porque Sonia pronuncia Ángel, no en medio del calor y la tarde, lo pronuncia por la noche, cuando al fin se ha decidido a entrar en el cuarto del hotel, y enciende la luz de la habitación, yo lo quiero y quiero que me comprendas, porque Ñiqui es todo para ella, es más que un novio o un compañero, sé que es amor, Ángel, yo luché por Ñiqui, por reconquistarlo, poco me faltó para perderlo por culpa de un problema que tuvimos, que tuve yo con..., tú debes saber, fue casualidad, porque Ñiqui y Torre.., ni me quiero acordar, por eso odio las posadas, y a Marta y a la Carmen Delia, tú eres medio amigo de Marta, no me importa, sí me importa, no me hagas caso, te decía que ellas le fueron con el chisme a Ñiqui, le contaron que yo y Torre..., pero lo reconquisté, con esfuerzo, y al fin y al cabo Ñiqui me comprendió, y Sonia continúa hablando, formulando con tropiezos una especie de convenio mientras se sienta en la butaca, se descalza porque le duelen los pies, y Ángel escucha lo menos posible, trata de que Ñiqui no haga su aparición, que no entre en el cuarto el rostro que conoce perfectamente, tanto como lo ocurrido entre Torre, Ñiqui y Sonia, y Ángel comprende que pudiera ser el último, no el único hombre en la habitación, por eso Torre y Ñiqui deben ser conjurados, y para lograrlo, se llena la cabeza de palabras que agradezcan a Sonia el haber dicho sólo aquí y ahora que le dolían los pies, y no mientras estaban recorriendo media Habana, y formula el agradecimiento con todas las frases que imagina mientras Sonia se levanta, camina descalza sobre la alfombra frente a dos cuadritos que representan flores de pétalos brillantes encima de sendos búcaros brillantes, coloca cosas sobre la cómoda, abre el closet, abre una gaveta de la mesita de noche, y al fin interrumpe el discurso que iba por tú y yo podemos estar juntos, aunque el verdadero, el verdadero es Ñiqui, el que no está y está, ya hizo su aparición, el que se encuentra fuera del país desde hace casi un año, y como falta para el reencuentro, aunque sonríe desde un rincón del cuarto, Ángel lo observa, ¿o no sonríe?, Ñiqui saluda desde la verja de entrada y parece que sonríe, y que Ángel la comprenda, pide Sonia y se interrumpe para comentar con la gaveta abierta, hay gente que guarda dinero en los hoteles, lo esconde y luego se les olvida, y la imagen de Ñiqui desaparece, y Ángel aprovecha que se ha esfumado, y sin permitirse el menor titubeo, se acerca, besa a Sonia en el cuello, la abraza, aunque la mujer debe colgar la blusa en un perchero, se estruja de nada, Ángel, y sin blusa, sin ajustadores, sin otra cosa que sus senos con pezones brotando en forma de cúpulas, perfectamente redondos, perfectamente contemplables, va directamente hasta la boca de Ángel y besa, es un beso con lágrimas, Sonia completamente vestida en aquel cuarto, de madrugada, había salido del baño, había dicho algo así como que debían terminar, para enseguida lanzarse al beso, y a quitarse las lágrimas con el pelo de Ángel, que mejor lo hacen siempre en el cuarto de ella, ¿siempre?, piensa Ángel, no lo dice, siempre, repite la mujer y es asombro, como si le hubiera adivinado el pensamiento, porque así evitan el problema de conseguir habitación en hoteles, mi casa no es grande, aunque podemos..., hasta que me invites a tu cuarto, quiero decir, hasta que lo acondiciones y allí podamos..., mientras tanto ven a mi casa, mis padres no se meten en nada, claro, siempre hará falta un poco de disimulo, de discreción, no sólo para entrar en mi casa, porque la entrada que da a su cuarto es independiente y oscura, o puede estar a oscuras, ¿me comprendes?, ¿en realidad deseo comprender?, piensa Ángel, y Sonia, debo estar hablando cosas terribles, pones una cara, me has vuelto loca, y Ángel respira con dificultad, Sonia pesa, y más si se empeña en comprimirlo, en presionarle la espalda y la cabeza, y Ángel respira con dificultad el olor a lavandería de la almohada, de la toalla en un día soleadísimo, sobre la arena, a la intemperie, bajo la resolana, no en el cuarto de hotel, respira la felpa que fue lavada a vapor y siente cómo Sonia continúa colocando besos suavemente, cómo persisten en la espalda el calor y el frío en la más perfecta de las confusiones, hasta que la mujer deja de besarlo y se separa, se tiende de costado, mi amor, y Ángel observa que el ángulo que forman el cuello y el hombro derecho se comprime, y detrás, la luz de algarabía, y muy cerca, las palabras, porque Sonia saldrá de vacaciones junto con Ángel, a partir del primero de julio, una semana, sí, y estaremos todo el tiempo juntos, sin disimulo, con las ganas que a veces me entran de besarte en el trabajo, en cualquier lugar, y no saldrán de La Habana, dormirán en el cuarto bien dispuesto de Ángel, o si no bien dispuesto, al menos con la pared aislante, con el perfecto, casi perfecto tabique de ladrillos que ya permite lo que se da en llamar privacidad, un mínimo de privacidad, y Sonia promete un maletín de abastecimientos, llevará cosas de comer, latas, ha comprado tantas cosas, será un tiempo precioso, mi Ángel, atiéndeme esto que te voy a decir, te quiero tanto como a Ñiqui, a veces, no sé, es como si tú y él fueran lo mismo, en serio, como si fueran el mismo, te lo juro, es maravilloso, ¿no me crees?, y silencio, se ha callado, Ángel acaricia la curva del cuello y el hombro, acaricia, más que cualquier otra cosa, el silencio que permite Sonia, acaricia a una mujer que llora en un cuarto con árbol de fondo, por la noche, no muy tarde en la noche, que continúa llorando, que vuelve a repetir lo dicho y vuelto a decir mil veces, ¿por qué?, ¿por qué precisamente él?, ¿por qué tuvo que ser él? y Ángel sospecha que ella continuará por el camino trillado, el que no cesa de recorrer durante toda ia noche, aunque no, tampoco ha sido toda la noche, al principio no, y la mujer se calla, y es como si se detuviera de pronto, y Ángel nota que le mira bien dentro de los ojos, y dice, Ñiqui me necesitaba, yo lo necesitaba, y Ángel repite para sí la palabra, evitando que se asome por los labios, o por los ojos que la mujer escruta casi sin pestañear, ¿la necesita?, ¿qué necesita él?, ¿qué necesita Sonia?, ¿por qué se acostó esta noche como si nada hubiera ocurrido y después, mucho después, rompe a llorar, anuncia lo de Ñiqui, y entonces él y ella y él...?, él ha muerto, ¿quién?, él, ¿quién es él?, ¿quién fue él?, porque él no es él, es Ñiqui, no es Ángel, solavaya, hubiera dicho Nena, y Ángel evita sonreír, le apena haber tenido deseos de sonreír, sacude la cabeza, mantiene los labios bien cerrados, que no se le escape ni media sílaba, y formula con toda claridad sin emitir sonido, estoy vivo y lo repite dos, tres veces, y queda satisfecho, mientras Sonia, que va a olvidarlo todo, a su novio, a Ñiqui, al que era, al que no lo será más, y a ti, Ángel, lo haré, tú y Ñiqui. .Y, y sobreviene un grito, gritico, agudo, sin fin, hasta que la mujer articula, no me separaste de Ñiqui, no me ataste a ti, vete, acábate de ir, no quiero verte más, ya lo habías matado, es horrible, hasta sentí alivio cuando llamó la madre para decírmelo, eres un asesino, y Ángel buscaba la ventana, al menos orientarse hacia dónde mirar para encontrar la ventana, el árbol de la ventana, el contraste de noche y árbol tras la ventana, y ahora quiere escapar, es la palabra, se siente liberado, también es exacta esa palabra y rápido a vestirse, a encontrar su ropa, no árbol o noche o ventana, su ropa y largarse, sin adiós, al carajo, sin ni siquiera pronunciar carajo, y los ojos de Ángel buscan la camisa, la camisa que resplandece bajo el solecito que entra junto con el cantao de Nena, ¿andas hablando solo?, mi madre, eso sí que está bueno, el mujerío y las vacaciones te van a volver loco, ¿hoy empezaste las vacaciones, manganzón?, y Ángel murmura vacaciones, una semana de vacaciones, primer dia de vacaciones, y comienza a doblarse sobre sí mismo, y las vacaciones como un espacio sin Sonia, sin Ñiqui, sin Torre, y Ángel se contrae bien, no más Sonia, y para siempre, ¿para siempre? ¿quién puede decir siempre?, la muerte dice siempre ¿quién más?, Ángel pronuncia siempre, y el esfuerzo llega al máximo, y los días de vacaciones junto a Sonia se borran, se va todo el tiempo de estar juntos, se van los planes, o lo que llamaron planes, el armar proyectos que consumirían un tiempo, un será absolutamente hipotético, y quedan sólo ellos, Ángel y el tiempo, el muy específico tiempo de vacaciones con su semana intacta, el resto adiós, se ha ido, y Ángel se ordena, voy a pensar en hacer algo y no pensar más en Sonia, ni en Ñiqui, ni en Torre, que se queden fuera, en este cuarto sí que no entran, y a pensar no en siempre o para siempre, pensar escasamente en hacer algo durante esta semana, porque fue la última noche con Sonia y Ñiqui y..., a otra cosa, y Ángel vuelve a ejercer presión, un doble empuje sobre el abdomen, mientras oye a Nena entonando, muchacho, me acaban de avisar, van a quitar el agua, se te hace tarde, y Ángel completa el abdominal, se distiende, se para de un salto, respira, está sudado, se bañará, saltará a la azotea de Nena, desayunará el anunciado majarete, y a pensar, las vacaciones son nueve días contando sábado y domingo, nueve, hará algo, ¿qué?, algo, y el cuarto de Ángel que es punto pequeñísimo de ciudad, y la isla que es trazo breve en el hemisferio, y La Tierra que es un objeto más a los ojos del Sol, y todas las estrellas que no son más que polvo de galaxia, y el universo en pleno que es gota de universo, continúan trazando con parsimonia curvas regulares mientras Ángel suda y respira y piensa, ¿qué hacer?, ¿es tarde?, ¿no será tarde, verdad?, y produce el tercer chasquido del día arrastrando en el gesto mano, brazo, cuerpo, y con el impulso empieza a caminar hacia la ducha, apresurado, cuando se escucha al gallo de Otilio proclamar a todo galillo buenos-días-sí, y Ángel respira, no es tarde, y repite bien alto, que al menos Nena lo oiga, no es tarde. |