DORMIR EN TIERRA José Revueltas Prólogo de Felipe Mejía VERSIÓN PDF |
Prólogo
1. La narrativa de José Revueltas se distingue por dos características: el tratamiento constante de temas que inciden en la crítica de la sociedad desde una perspectiva histórica, dialéctica y materialista (estas palabras son absolutamente necesarias), y la consistencia de su factura. De Los muros de agua (1941) a Material de los sueños (1974), la narrativa de Revueltas explora un mismo espacio temático y recurre básicamente a un mismo aliento expresivo. Sólo unos pocos textos acceden a la ambigüedad y al virtuosismo, al margen, sin embargo, de la premisa burguesa de l’art pour l’art.
La primera caracterización que admite la narrativa revueltiana revela una concepción crítica de la escritura. El propio Revueltas escribía: “La atmósfera que forma el novelista, los escenarios que prefiere, las tintas que elige y los tipos que maneja forman su propia estética. Y es su estética lo que manifiesta su actitud ante la vida y el mundo”. Pero no se crea por las palabras anteriores, que Revueltas sostenía la validez del subjetivismo personal. Dentro del esbozo de una teoría estética cuya búsqueda era la definición del realismo dialéctico-materialista, el pensamiento de Revueltas muestra su preocupación por adecuar la literatura a una realidad material, susceptible de examen histórico. Por eso su narrativa subraya el enfrentamiento de los personajes entre sí y consigo mismos, dentro de las condiciones sociales específicas. La ambientación de los textos y el tratamiento de los personajes acusan la intención de situar las acciones noveladas en el ámbito del capitalismo. Un dato es revelador: desde Los muros de agua, la ciudad constituye uno de los paisajes fundamentales de los relatos revueltianos. La aparición del paisaje urbano como un contexto inherente a relaciones sociales dadas marca un rompimiento con la tradición, que deriva de necesidades ideológicas. En otras retóricas —la de Federico Gamboa o Martín Luis Guzmán, por ejemplo—, la ciudad tiene concreción física, pero no significación social; de ahí que sólo pueda ser asimilada en dimensiones simbólicas. El maquinismo se ve como “gigantesco vampiro” y el poder político como designio de caudillos. En la narrativa de Revueltas, las instituciones de poder que influyen en la actuación de los personajes revisten formas aprehensibles (la Iglesia, el Estado, el Partido, el militarismo), porque una crítica valedera de la sociedad burguesa sólo puede existir a partir del esclarecimiento de los factores que operan en ella. La preocupación por mostrar el devenir de las relaciones sociales lleva a Revueltas al planteamiento de situaciones complejas que exigen, a su vez, un lenguaje preciso y exhaustivo. Precisamente esta complejidad evita que la crítica revueltiana caiga en la parcialidad y, como consecuencia, en el panfleto. El admirable manejo de los factores imbricados en el desarrollo o la inmovilidad de la sociedad, dentro de la narrativa revueltiana, facilita una beligerancia plausible, acabada sobre todo en Los días terrenales, Los errores y El apando. Por otro lado, la temprana presencia de la urbe en la obra revueltiana sitúa la producción de Revueltas en una posición de franca vanguardia dentro de la literatura mexicana. Cuando Fuentes publica La región más transparente, en 1959, la ciudad ya es entrañable en obras como Los días terrenales, “La soledad” y En algún valle de lágrimas. Si las obras que he mencionado constituyen paradigmas por lo que toca al alcance de sus propósitos ideológicos, son también textos representativos de la factura revueltiana. En ellos se encuentra un manejo de la narración basado en el desarrollo de situaciones y tramas paralelas —no obstante equívocas, a veces—, la animalización, la adjetivación, el empleo de vocablos de connotaciones telúricas, una preferencia por el paralelismo (de donde deriva la repetición de palabras o frases) y un tono de reminiscencias bíblicas. Los errores, “Dormir en tierra” y El apando en especial, muestran una lograda incorporación del lenguaje popular, que no sólo caracteriza a algunos personajes, sino que enriquece la prosa revueltiana al liberarla de los eufemismos sexuales y peyorativos biensonantes que arrastra la producción de sus contemporáneos. Desde una perspectiva en apariencia lingüística solamente, Revueltas reivindica al proletariado. De hecho, el manejo del lenguaje popular desvanece la posibilidad de que la narrativa revueltiana persiga una solemnidad “trascendente”. 2. Los recursos que prevalecen en la narrativa de Revueltas obedecen a una necesidad de claridad y a la creación de un morboesteticismo que expresa una aguda crítica social. El morboesteticismo posibilita la crítica de la militancia política, el cuestionamiento del militarismo norteamericano —y dentro de éste la participación forzosa de los chicanos—, la desacralizacion de la Iglesia y la crítica de las convenciones pequeñoburguesas. Permite también la creación de ambientes y personajes entrañables cuando no atiende a propósitos ideológicos en primera instancia: el ambiente del burdel y el tratamiento afectuoso hacia las prostitutas revelan solidaridad con su propia tentativa de valoración. “El corazón verde”, “Dormir en tierra”, Los días terrenales y Los errores son textos en los que la figura de la prostituta cobra una dimensión compleja en contraste con la condición cosificada que predomina en la literatura mexicana y que trasciende al cine como una visión al mismo tiempo sórdida, reprobatoria, melodramática, paternalista y católica. El morboesteticismo de Revueltas corresponde a las intenciones ideológicas de su literatura. Sin embargo —y a pesar de la importancia de esta unidad—, la narrativa revueltiana no tuvo eco dentro de su parámetro temporal porque Yáñez, Rulfo y Fuentes atrajeron la atención de la crítica, al comportar el interés fundamental del gobierno posrevolucionario en su literatura: modernización. Al filo del agua, Pedro Páramo y La Región más transparente correspondieron, desde el punto de vista de su estructura, a la narrativa norteamericana de los treinta, de la misma manera que la economía del país se convirtió en el apéndice de la economía de los Estados Unidos. La narrativa de Yáñez, Rulfo y Fuentes cohonestó el prurito de trascender el relato tradicional. La fragmentación temporal de la anécdota y la desacralización de la provincia mexicana —así la provincia lleva el más urbano título de Distrito Federal (Monsiváis)— constituyeron los medios más eficaces para acceder al escándalo literario y, con ello, al cosmopolitismo. José Joaquín Blanco señala que Fuentes reivindicó la novelística mexicana desde una perspectiva formal y de alta cultura, y la puso en condiciones de competir con la narrativa europea y norteamericana. Pero la modernización que persiguieron los contemporáneos de Revueltas no correspondió históricamente a la realidad que novelaron, correspondió a un afán de cultura progobernista. Por eso Al filo del agua hace memorable la coyuntura que permite la superación de la moralidad del bajío (la coincidencia del bracero Damián y la capitalina Victoria en el “pueblo de mujeres enlutadas”) hacia una sociedad moderna, y Pedro Páramo se apropia de una vez por todas de las vicisitudes del origen de la identidad del mexicano: el pasado queda interpretado, dominado y trascendido. La muerte de Artemio Cruz testimoniará la Revolución y el proyecto de modernización nacional. Para esta temática, los recursos dospassianos y faulknerianos significaron la posibilidad de aspirar a una lectura universal y más tarde el exorcismo del pasado. Si bien Yáñez y Rulfo se desligaron parcialmente de la temática de la Revolución, su intención retrospectiva les impidió escribir la literatura de su presente. Cuando Rulfo agotó las truculentas posibilidades del tema del origen, interrumpió su trabajo literario. Cuando Yáñez escribía Ojerosa y pintada, el Distrito Federal no solicitaba una visión alegórica ni conmiserativa —tampoco admitía el esquematismo que prevalece en La región más transparente. En las obras de Yáñez, Rulfo y Fuentes, el cambio de perspectivas narrativas tomado de la novela norteamericana en boga, aparece no como una necesidad, sino como razón de ser del texto. En el ámbito de esta literatura, la obra de Revueltas apareció como una producción anacrónica, extraña y condenable porque apelaba a las tintas del Realismo decimonónico (Dostoyevski, Tolstoi) y a las del Naturalismo zolaesco, obviamente relacionado con la obra de Malraux, Sartre y Camus. De esta última relación derivaron los calificativos nihilista y existencialista que la narrativa revueltiana llevó durante algún tiempo como estigma. La caracterización fue la respuesta a un hecho: desde el principio, la escritura de Revueltas apuntó a testimoniar, reconocer y criticar el presente, con sólo una excepcional concesión: El luto humano. 3. Dormir en tierra (1960) —libro de cuentos que toma su nombre de uno de los relatos que contiene— se distingue por una escritura que depone los temas de la militancia política y la cárcel en favor de una pluralidad temática que, aunque había sido abordada en obras anteriores, encuentra su mejor exposición en este libro. Un rasgo es definitorio: los relatos de Dormir en tierra atienden a una voluntad de concisión y sugestión que en el contexto revueltiano, se opone a cierto hibridismo notable en las novelas. Si Revueltas encuentra en éstas, espacios de reflexión a través de los cuales plantea explícitamente sus preocupaciones y su crítica (lo que en un país sin hábitos de lectura es importante), en los relatos apela al tratamiento mórbido de las escenas. Más que los relatos de Dios en la tierra, los textos de Dormir en tierra muestran una ejecución que ajusta sus intenciones ideológicas a una factura provocativa. Por eso Dormir en tierra constituye el momento más “literario”de Revueltas, aquel que le permitiría más adelante —y una vez sacralizado por su participación en el 68— cobrar proporciones de una figura literaria. El apando y Material de sueños no podrán ser concebidos como obras generadas espontáneamente (y no lo son desde luego). Pero Dormir en tierra es mucho más que eso. Sus relatos son recuperables más allá de la historia de la literatura. Dentro de la producción de Revueltas, ese libro significa un estadio de síntesis que anticipa sus obras narrativas de mayor trascendencia y muestra un total dominio de sus propios recursos. “Dormir en tierra” ratifica las afirmaciones anteriores. Antes que acudir a un modelo cubista o surrealista, el relato se acoge a una estructura funcional que determina una escritura precisa y un desarrollo dinámico de las acciones. Ceñidos a esta concepción, la narración y los diálogos reivindican notablemente la capacidad connotativa del lenguaje popular. Esta es una de las características más significativas del texto y uno de los hallazgos más importantes de Revueltas. La recuperación de un lenguaje específico rebasa el simple propósito testimonial (iniciado desde El Periquillo Sarniento y generalizado en la Novela de la Revolución): conduce al aprovechamiento de una expresión social de la realidad. Por eso los personajes del relato son plausibles, pero no típicos. Desde otro punto de vista es claro que los personajes son verosímiles también por su actitud: pasajes relevantes de la obra tienden a valorarlos (lo que no significa compadecerlos ni encomiarlos) y a liberarlos de enfoques esquematizantes. Las prostitutas, por ejemplo, no son objeto de regodeo sexual a pesar de la descripción directa de sus cuerpos; antes bien, la narración subraya su tentativa de autovaloración. No es gratuito que los momentos en que los personajes femeninos reconocen su condición correspondan a puntos climáticos del relato. Precisamente la estructura funcional de “Dormir en tierra” se aviene a la creación de un juego de tensiones que culmina en el afecto final del texto. La lectura acusa un aumento gradual de la acción, un devenir cada vez más vívido. En este sentido, el ambiente físico se incorpora al texto como un elemento que fuerza la decisión de los personajes —esto no es “destino”—; de ahí que dependa de éste la articulación del relato. Es obvio entonces que la descripción del puerto no persigue la presentación de un color local, sino la relación de los personajes con un medio dado. “Dormir en tierra” se inscribe entre las mejores obras del género por sus hallazgos y su ejecución. Aclaro: no hablo de la perfección. La escritura revueltiana encuentra en esta obra una de sus expresiones más acabadas y más representativas, por eso es una referencia imprescindible en la lectura de Revueltas y una de las mejores obras de la literatura mexicana.
Felipe Mejía Ciudad de México, marzo de 1982 |
Dormir en tierra 1
Pesado, con su lento y reptante cansancio bajo el denso calor de la mañana tropical, el río se arrastraba lleno de paz y monotonía en medio de las dos riberas cargadas de vegetación. Era un deslizarse como de aceite tibio, la superficie tersa, pulida, en una atmósfera sin movimiento, que sobre la piel se sentía igual que una sábana gigantesca a la que terminaran de pasar por encima una plancha caliente.
La última de seis monedas hacía girar por sexta vez el disco de la sinfonola cuya canción estaba por terminarse. Ninguna de las mujeres hubiera comprendido esa libertad de que la música se dejara oír. Era una de esas cosas imposibles que hay en la vida. Entre las mujeres hubo algo parecido a una lejana y perezosa animación, esa animación de bestias sonámbulas que tienen los animales dentro de una jaula.
—¿Y ora a quién le toca ser la pendeja…? —se escuchó que alguna preguntaba. Ese calificativo merecía, por convención tranquilamente aceptada, aquella a quien le correspondiera el turno de recoger las monedas para alimentar a la sinfonola hasta el fin de los siglos. Los rostros casi giraron hacia una mujer de toscas proporciones y baja estatura que tenía ese horrorizante atractivo de ciertas piezas arqueológicas, la piel llena de gruesos poros y unos muslos breves bajo el cerámico vientre atroz. —¡Le toca a La Chunca ! —gritaron. No, no le correspondía el turno a La Chunca, pero como era tan fea, la maliciosa injusticia rogocijaba a todas. —¡A La Chunca, a La Chunca! Era curioso verlas a cada una, sucias palomas impuras, en aquellos palomares sórdidos, no todos con escaleras sino muchos de ellos tan sólo con unos travesaños clavados en los horcones sobre los que descansaba la casa, quietas y opacas, pero con algo que no era del todo lo que corresponde a una prostituta, cierta cosa no envilecida por completo, tal vez la actitud infantil de jugar como si fuesen chiquillas, o por el contrario, como si se tratara de chiquillas que se habían entregado a la prostitución y aún no estaban seguras, todavía no dominaban de un modo absoluto los secretos del oficio. —¡A La Chunca, a La Chunca! —en las expresiones disimuladas de su rostro había ese aire malo y satisfecho que proporciona la alegre impunidad de los delitos cometidos en común. —¿Y luego? —replicó La Chunca, indiferente desde el vacío mental donde se encontraba—. ¿Por qué no había yo dir...? Con todo, se trataba de moverse, de romper aquella inercia increíble, nadar en esa atmósfera de fuego hasta la cantina, bajo el espantoso sol. La Chunca bajó por cada uno de los travesaños de su casa con la pausada lentitud y la melancólica obediencia de un chimpancé enfermo que se somete a las órdenes del domador. En seguida, con el aire de una limosnera ciega, fue recogiendo las monedas que le arrojaban desde lo alto cada una de las prostitutas y luego se alejó hacia la taberna en la esquina de la calle, donde estaba la sinfonola. Un griterío soez y entusiasta se elevó entre los sintrabajo al paso de la prostituta, mientras algunas manos, detenidas en el aire, fingían para asustarla, el intento de una nalgada procaz sobre sus animales e impúdicas posaderas empapadas de sudor. Con los ojos bajos, la mirada fija en el suelo, La Chunca soslayaba el cuerpo, ajena y sin ver, exactamente una ciega que se defendía tan sólo con el oído, torpe y concentrada. Al extremo de la fila de los sintrabajo uno de ellos se deslizó a espaldas de la prostituta, perversamente alegre, agazapado, en tanto pedía silencio con el índice sobre los labios, dispuesto a ejecutar alguna divertida broma que los demás aguardaban ya, con un brillo cómplice en los ojos y cierta sonrisa llena de envidiosa admiración. Se aproximaba con una cautela maligna, anhelante, las comisuras de la boca distendidas hacia abajo y la actitud de quien contiene la respiración, sucio y cómico, sin que La Chunca pudiese advertirlo. Aquello sucedió con una desenvuelta rapidez, jubilosa y brutal, en medio de los aullidos frenéticos, casi dolientes de gozo, que lanzaban los sintrabajo. El hombre había logrado levantar la falda de La Chunca y hacerle una prolongada caricia obscena, entre la carne desnuda, pero con una suerte de tal maestría, que el espectáculo resultó para todos algo de lo más extraordinario que habían visto nunca en su vida. Una espesa felicidad les resbalaba por dentro, una dicha llena de rencor que salía de sus gargantas en esos alaridos agrios y sexuales, como en un velorio, en igual forma que si al mismo tiempo estuviera ahí, de cuerpo presente, algún difunto muy triste y suyo, y ellos debieran llorar con una furia misericordiosa y arrebatadora, despojados para siempre por el amor de Dios. Igual que en la Iglesia, igual que cuando se arrodillaban en la Iglesia. La Chunca no se pudo defender, inerme y atontada, idéntica a las iguanas que no, aciertan a discernir de dónde proviene el peligro cuando se les arroja una piedra, y permanecen inmóviles, pétreas, poseídas de una antigua angustia telúrica, con el desamparo de los primeros tiempos zoológicos, el rostro estúpido de impotencia, borracha perdida, es decir, no que lo estuviera, sino igual que una borracha imbecilizada hasta lo último por el alcohol, hasta donde ya no se puede más. No comprendía, evidentemente aquello estaba más allá de lo que podía comprender en esta tierra y en esta existencia. Clavó sobre los hombres una mirada remota, una mirada loca y turbia de dulzura a causa de la estremecida piedad, de la compasión sin límites que la embargaba hacia su propio ser. Se había replegado contra uno de los horcones y por sus mejillas de piedra rodaban unas lágrimas extrañas, sin sentido, no suyas, no pertenecientes de modo alguno a su sagrado cuerpo de infame prostituta.
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Dormir en tierra 2
A bordo de El Tritón el contramaestre descargaba toda la furia de su negra cólera sobre los fatigados tripulantes, que hacían lo imposible por trabajar más de prisa. |
Dormir en tierra 3
Esbeltas y marineras, La Gaviota y La Azucena, embarcaciones de pescadores, seguían la misma derrota de El Tritón, a corta distancia, después de que éste hubo traspuesto la desembocadura del Coatzacoalcos. |