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Nota introductoria Un elemento inherente al arte de Sherwood Anderson (1876-1941) es la manera en que nos descubre su verdad sobre el destino humano, al captar lo decadente, lo sutil, lo fugaz de una situación general determinada, cuando nos habla del hombre común estadounidense como un ser hastiado por un sentimiento de soledad e insignificancia. Esta visión y experiencia del artista se revela en una de sus novelas más representativas, Winesburg, Ohio, la cual a raíz de su publicación en 1919, le confiere un amplio reconocimiento que lo sitúa, al decir de William Faulkner, como “el padre de su generación de escritores norteamericanos y de la tradición literaria norteamericana”. Paradójicamente, el éxito de Anderson fue breve y, hasta nuestros días, no ha obtenido una valoración justa. A principios de los años veinte, Sherwood Anderson se convirtió en un escritor de escritores y en el narrador de su generación que marcó una línea a seguir en el estilo y en la visión de mundo de los novelistas posteriores. Fue maestro de autores como Ernest Hemingway, Thomas Wolfe, John Steinbeck, Erskine Caldwell, William Saroyan, Henry Miller y el ya citado Faulkner, quienes, bajo su influencia, incorporaron a su arte elementos naturalistas y experimentaron con el simbolismo. Sobre todo, entre la obra de Faulkner y la de Anderson existen algunas similitudes: el uso de una técnica indirecta donde juega un papel importante el monólogo interior, los temas relacionados con el hombre moderno que carece de identidad y cuyos sentidos parecen estar adormecidos, la búsqueda de una verdad superior en los grupos humanos más primitivos, o el mostrar a la mujer como el ser que posee la clave de los misterios universales. Si tomamos en cuenta que en casi toda trayectoria artística hay básicamente dos etapas, una de búsqueda de sí mismo y otra, más decisiva, de autodefinición y clarificación, en el caso de Anderson esta evolución fue lenta, motivo por el cual descubre su vocación de escritor de forma drástica y tardía, proceso parecido al de Paul Gauguin en la pintura o de Joseph Conrad en la literatura. Después de sufrir una crisis nerviosa, decide cerrar su negocio, abandonar a su familia y lanzarse a la vida en un acto de renunciación al mundo moderno estadounidense, el cual parecía responder a las preguntas trágicas de Theodore Dreiser y a la crítica de corte irónico de Sinclair Lewis. Esto se debe, como diría Ernst Fischer, a que “un rasgo común de los artistas y escritores más significativos del mundo capitalista es su resistencia a aceptar plenamente la realidad social que los rodea”. Por lo tanto Anderson, como pionero, adopta un punto de vista crítico, irónico e incisivo, que retoma el pensamiento de autores como Herman Melville, John Thoreau y Walt Whitman, al mismo tiempo que desafía las formas narrativas convencionales. Esta nueva tendencia literaria ya se había gestado desde la primera década del siglo xx en autores como Carl Sandburg, Edgar Lee Masters y Vachel Lindsay, quienes formaron el grupo “Renacimiento de Chicago” y publicaron en las revistas Little Review y Poetry. En aquel tiempo Anderson únicamente escribía artículos publicitarios, pero pronto se une a este círculo de artistas y empieza a producir textos sobre diversas figuras (Balzac, Tolstoi, Browning, Keats o Poe). Pero para la creación de Winesburg, Ohio, fueron decisivas las obras Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters y Three Lives y Tender Buttons de Gertrude Stein. Esta última le mostró un estilo sencillo y reiterativo que se remite a los ritmos del lenguaje hablado norteamericano, el cual le imparte a la prosa de Anderson distintas tonalidades, tanto en las descripciones como en los diálogos. Si bien Sherwood Anderson empieza a escribir tardíamente, dejó una obra copiosa de siete novelas, como por ejemplo Windy McPherson’s Son (1916), MarchingMen (1917) (en ambas critica y rechaza a la civilización y materialismo de los Estados Unidos); Poor White (1920); Many Marriages (1923); Dark Laughter (1925), considerada como una de las novelas más poéticas de su país. Aunque en toda su narrativa expone sus experiencias, hay tres obras de estricto carácter autobiográfico: A Story Teller’s Story (1924), Tar, A Midwest Childhood (1926) y Sherwood Anderson’s Memories (1942). Por último, sus dos creaciones en verso libre, Mid-Amerllilm Chants (1918) y A New Testament (1927).Winesburg, Ohio, dividida en veinticuatro historias, marcó un cambio en la literatura norteamericana, no sólo en lo que respecta al contenido, sino también a la forma. Cada historia se concentra en la revelación de un personaje “grotesco”, es decir, en su retrato como gente común y corriente de un mismo pueblo, con una serie de inhibiciones y frustraciones expuestas con espontaneidad, y esa aparente falta de hilo conductor le valió que los críticos señalaran que sus novelas carecían de argumento. Pero Anderson sentía que “la verdadera historia de la vida” era “la historia de los momentos” y no un plan trazado de antemano; así los sucesos no se desarrollan en forma estrictamente organizada o dentro de un esquema que sigue un orden lineal, sino que va tocando a los personajes como por azar. Sin embargo, todos ellos comparten elementos similares como: el descubrir los efectos de los instintos reprimidos de los “grotescos”, que desembocan en reacciones insólitas cuya consecuencia es la soledad, el estancamiento, el conformismo. Todos ellos parecen decir que la gran experiencia es la muerte y no la vida, en oposición a la inscripción que lleva la tumba del autor en Virginia “La vida y no la muerte es la gran aventura”. Winesburg, Ohio, una crónica de la distorsión y decadencia de una comunidad, es algo más que la extensión, en el tiempo inmóvil creado por el arte, de la historia, del retrato, de cada personaje de un pueblo en particular. Anderson logra mostrárnoslo como un modelo general, por medio; de un ejemplo específico, de algo mucho más vasto: lo que él considera la exégesis e imagen del destino humano, en el que juegan un papel notable la alienación, la desesperanza, el pesimismo, como muestra de la desintegración social y de la apatía del hombre moderno.
Ana Rosa González Matute |