Material de Lectura

 
El discípulo: una novela de horror sobrenatural


The glowworm o’er grave and stone
Shall light thee steady;
The owl from the steeple sing
Welcome, proud lady.

Sir Walter Scott


I

El sátiro 


En marzo de 1984 empecé a compilar una antología del cuento de miedo en español. Mi propósito era reunir, en severo orden cronológico, las piezas más raras y desconocidas, y con ese objeto exploré todas las librerías anticuarías de la ciudad. Los resultados fueron sorprendentes, aunque la mayoría de los libros contenían una magnífica narración y veinte malas. No fue, sin embargo, en las librerías de México donde hallé el libro en que pude leer, por primera vez, algo de Aurelio Summers. Había entregado ya la antología a una casa editora de renombre cuando fui a Londres con el objeto de instalarme por una buena temporada en esa ciudad, que amo, y también de reanudar mis exploraciones, inagotablemente placenteras, que fructificaron en otra antología, que se llamó Cuentos ingleses de horror sobrenatural (1986). En ODD BOOKS, una librería cercana al British Museum, descubrí una vieja colección de cuentos macabros: Dark Chambers (1926). Contenía obras de Machen, de Fitz James O’Brien, de Maupassant, de Algernon Blackwood... Había también un cuento horrible del conde Eric Stenbock, sobre un vampiro aficionado a la música y a los niños. Inmediatamente después, me topé con Summers. El cuento se titulaba “La maldición” y era la historia de una virgen fabricada a base de un extraño metal negro, que transformaba a las pobres damas estériles que le pedían milagros en fértiles engendradoras de monstruos: una historia macabra, con imaginería decadentista, muy certera en su humor negro y, por supuesto, desconocida en español... tanto como su autor. Al final del libro había notas bibliográficas. La de Summers rezaba así:

Summers, Aurelio (1882-1907?). Spanish decadent author. “La maldición” belongs to a slim green book of horror stories: El sátiro, Barcelona, 1906.

El prólogo no me informaba mucho más: “...and, finally, Aurelio Summers, a Spanish disciple of Machen, very little known, even in his country...”

Pensé: una sola persona puede tener El sátiro: José Campanada, el dandy barcelonés, el último vástago de una familia de espectros, de estudiosos y dilettantes de lo fantástico y lo extraordinario. Le escribí una carta y poco después recibí un paquete con una fotocopia de El sátiro, junto con las siguientes palabras:


El sátiro
es una de las joyas más raras de mi biblioteca. El enigmático Summers publicó este libro en una edición limitada a 100 ejemplares. El anónimo compilador de Dark Chambers fue uno de los pocos afortunados en obtener uno de ellos. Tengo el orgullo de decirte que mi padre fue otro. Libro inconseguible, pues muy pocos ejemplares fueron repartidos, y el resto de la edición fue quemado por Summers poco antes de su desaparición, tan comentada por ciertos círculos literarios de la época. Lamento no poder dar más detalles de una historia larguísima, para narrar la cual tendría que hacer un esfuerzo que mi salud actual me impide hacer. Prefiero narrártela cuando salga de esta enfermedad, pues ahora sólo te confundiría.

El sátiro es el único libro de Summers.

Un saludo, José.

 

El libro es una colección de hermosos “delitos apolíneos”. Aparte de “La maldición” contiene otros siete relatos breves: “El estanque”, “El tesoro”, “La medusa”, “El jardín de los djinns”, “El hombre de los ópalos”, “La tercera máscara” y, por supuesto, “El sátiro”.

En “El estanque”, un joven hereda la casa de un an­tepasado loco. Hace restaurar todo, excepto el jardín interior, cuyo descuido salvaje le fascina. Una tarde explora el jardín, se sienta al borde de un estanque enlamado y con una rama empieza a jugar con las lamas. Lo que va descubriendo le fascina: el espejo negro de las aguas no refleja los sauces llorones del jardín sino los muros de un palacio extraño. Atrás, un maravilloso cielo violeta, le aterra y seduce a la vez. El joven cede a la tentación y entra en el agua. Se sumerge en el hondo estanque pero siente un intenso dolor de cabeza que lo obliga a volver a la superficie. Cuando sale se halla en el otro mundo, bajo el cielo violeta. Deja el agua, empapado. Mira el estanque: refleja los sauces llorones del jardín abandonado. Empieza a examinar el edificio pero entonces percibe al perro: un gigantesco sabueso negro que ha surgido de las tinieblas. Para protegerse entra al edificio, cierra la puerta y se asoma por la ventana enrejada. El gigantesco perro empieza a beber, con una sed inmunda, el agua del estanque, y con ella se bebe el reflejo. Luego, clava sus pupilas en los ojos del joven. Éste comprende que el perro tiene hambre, un hambre fatal, y que pronto empezará a arañar y a morder la puerta... El joven, ya enloquecido, mira a su alrededor. El recinto está lleno de esqueletos, y Summers nos deja con el atroz concierto que forman las mordidas y los zarpazos del monstruo y los aullidos del joven.

“El tesoro” es bastante horrible: un coleccionista de objetos raros oye en un sueño una voz femenina que, desde las tinieblas, le asegura que en su jardín hay enterrado un tesoro y le indica el sitio exacto en que debe empezar a cavar. El hombre despierta y obedece la orden. Pasa varias horas cavando, hasta dar con un gran huevo petrificado, que le hace pensar en el huevo de un dinosaurio. Trata de romper el huevo, sin éxito, con un martillo. Al fin, termina por colocarlo entre su colección de rarezas y se va a dormir. Lo despierta un descascaramiento pétreo. El hombre se dirige al gabinete de las curiosidades. El huevo está roto. Junto a él hay una hermosa mujer desnuda, rubia, joven, que a pesar de todo posee un aura de vejez escalofriante. La mujer lo llama con la misma voz del sueño...

“La medusa” trata de una muchacha tuberculosa, habitante de Brujas pero de origen inglés, que sale muy poco de su casa y que cuando lo hace contempla, durante horas, las aguas turbias de los canales, reza en la iglesia de una manera muy particular y, en fin, deambula “sonambúlicamente”, arrastrando siempre la cola de un vestido negro y cubriendo sus cabellos con una eterna pañoleta gris. Finalmente muere, la entierran junto con su pañoleta y el cuento termina con estas palabras: “Nadie pudo ver jamás los cabellos de Annie, la de las pupilas glaucas.” Parece un argumento de Hawthorne escenificado por Rodenbach y “gorgonizado” por Poe.

“El jardín de los djinns” en una descripción minuciosa de lo que los ocultistas llamarían “el plano astral”, combinada con aforismos heréticos y genios del Islam encerrados en redomas.

En “El hombre de los ópalos” abundan las mademoiselles squelette, las damas cadavéricas embadurnadas de afeites y de khol; hay venenos orientales en anillos y pañuelos perfumados con éter.

En “La tercera máscara” importan más el lenguaje y la atmósfera que el secreto argumento: nunca entendemos muy bien qué ocurrió entre las dos prostitutas enmascaradas que se citaron en el invernadero y la cabeza flotante de un ángel equívoco pero, de cualquier manera, estamos horrorizados.

Por lo que se refiere al cuento que da título al libro, es una historia situada en los confines del país de Gales, que narra las consecuencias fatídicas de las excavaciones llevadas a cabo por un joven arqueólogo en las ruinas de un templo romano. La estatua de un sátiro de sonrisa perversa le inquieta mucho, y empieza a obsesionarse con ella. Poco a poco él pasa a ser ella y ella pasa a ser él. El arqueólogo termina aprisionado en la piedra mientras el sátiro huye hacia las colinas...

Este cuento justificaba el dictamen del prologuista de Dark Chambers, que hacía aparecer a Summers como discípulo de Machen, pero no era de los mejores del libro: los mejores, a mi modo de ver, eran “El tesoro” y “El estanque”.

Le escribí de nuevo a José Campanada, esperando obtener más datos, pero un cable enviado por un amigo suyo me informó lacónicamente que el joven dilettante había muerto de cáncer en los pulmones, luego de larga y dolorosa agonía.

Apareció mi antología, con “El tesoro” de Summers, en 1986. El prólogo incluía una nota al pie de página en la que solicitaba a un hipotético lector más información acerca de Summers. Mi nota cayó en el vacío. Cuando un año más tarde la antología se tradujo al inglés, insistí con la nota y, por fin, tuve éxito. Llevaba tres meses de publicado el libro cuando me escribió un reverendo, un tal Matthew Westcott, de Gales:


You're completely wrong about Summers’ birthplace. In fact, Summers was not Spanish at all. He was born in Buenos Aires (1882). If you want more information, come to visit me at my Abbey. What would you think about unpublished manuscripts by our author?...