La vida horizontal
Pienso demasiadas cosas y cuando quiero acodarme de alguna ya se me está ocurriendo otra y esa otra se me olvida porque la siguiente cosa me parece aun más interesante que todas las anteriores, aunque inmediatamente pienso que esa cosa anterior es muy aburrida en cuanto pienso la siguiente. Casi nunca encuentro una idea de la cual me enamore, pero cuando esta idea ejerce una especial fascinación, no se va de mi cabeza hasta que la realidad la vuelve demasiado aburrida. Últimamente pienso que debería ampliar mi jardín, colocarle un cielo raso de manta blanca a mi estudio y también pienso en ampliar mi cuarto. Pienso en colocar algunos paneles de vidrio a la terraza para que mi habitación crezca y tenga un invernadero. Aunque mis ayudantes dicen que hay quienes dicen que si pongo ahí demasiadas plantas, podría morir. Hay tanta luz en esa área que las suculentas viven muy felices. La ampliación de mi habitación no sólo abarcará tres dimensiones. Tengo el claro proyecto de ampliarla a cuatro. Colocaré un acceso a un desayunador justo frente a mi cama. En la pared que queda ante mí cuando duermo. Es decir, en el techo de mi habitación. Por la noche daré pasos sobre el ventanal que queda a mis pies, y como seré tan ligera como un sueño, mucho más que una niña anoréxica, no quebraré ningún vidrio. El desayunador tendrá una ventana que dará a una mañana soleada, siempre hermosa, que entrará gentilmente cuando yo empiece a dormirme y me despertará en un día que pertenecerá a la dimensión desconocida. Este último punto de mi proyecto no me agrada tanto, porque lo imposible suele estropear los planes. Sin embargo para mí, que tengo el poder de hacer de los imposibles aburridas realidades, nada parece demasiado imposible. Últimamente he soñado con un hermoso can de grandes ojos. Pienso invitarlo a venir dentro de mi cuarta dimensión. Cuando cruce mi can por la puerta que construiré en el techo de mi habitación, tomará forma humana y masculina, y será mi amante. Cuando tengo un sueño feliz siempre le agrego magníficas escenas de sexo que pueden durar toda la noche. La felicidad debe ser el sueño del sueño mismo que se cumple en un estado horizontal, como en el vuelo, como en el andar de un perro y como en el sexo. Cuando un sueño alcanza la verticalidad se desmorona. He proyectado ampliar el jardín de mi casa para que ahí viva una hermosa pareja de borregos. Ellos podarán el pasto y me regalarán buen abono para mis ciruelos. He soñado prolongar mi camino hasta el infinito. Un camino bordeado por una arboleda nunca es suficientemente largo. He soñado con eternizar el paraíso; pero caigo en la cuenta de que merezco la sequía y el frío abrasador. La eternidad de la belleza no existe a menos que seamos capaces de inventar una sequía llena de abundancia y un invierno lleno de calor. Últimamente he soñado con un hombre que tiene ojos de perro. De tanto soñarlo he decidido invitarlo al departamento que construiré después de abrir una puerta en el techo de mi cuarto. La cruzaremos juntos: ahí habrá un desayunador, una ventana, un hogar... Podría ser un departamento en la ciudad. La felicidad también es un asunto cosmopolita. Ruido, vida nocturna, diversión, tráfico, trabajo, besos apasionados por la noche... Las ventanas de nuestro departamento darán a un parque habitado por árboles gigantes; ahuehuetes antiquísimos bordearán un lago; robustos y solitarios tejos vivirán a lo lejos. Ese enorme parque estará rodeado por altísimos edificios cilíndricos, que a su vez estarán rodeados por extensos parques que se multiplicarán hasta el infinito. Tengo el proyecto de ampliar mi vida. Construiré una ciudad horizontal en el techo de mi cuarto. Una ciudad que conviva con el campo, donde miles de pájaros coloridos vuelen por las avenidas, donde abunden ríos y lagos. Una ciudad de verdad. Dejaré entrar en mi enorme vida a un hombre con los ojos de perro.
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