Nota introductoria
Samuel Beckett (1906) nació en Foxrock, cerca de Dublín, en el seno de una familia protestante de clase media. Se puede decir que fue miembro del mundo académico durante los años que precedieron a lo que hasta hoy ha sido su vida literaria: fue a la misma escuela que Oscar Wilde de niño, después de lo cual hizo su carrera y maestría en lenguas modernas en Trinity College; fue profesor en la École Nórmale Supérieure en París y regresó posteriormente a su patria con objeto de terminar sus estudios doctorales alrededor de la filosofía de Descartes y la escuela creada por él. En 1931 abandonó la academia y decidió viajar por Europa (Inglaterra, Francia, Alemania). Finalmente, en 1937 se estableció en París donde radicó hasta su muerte en 1989, y no fue sino hasta 1969 cuando le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. De la obra de Beckett, que abarca poesía, cuento, novela, ensayo y teatro, es este último género el que posiblemente le haya dado mayor reconocimiento y, dentro de su literatura dramática concretamente la obra Esperando a Godot. La presente edición incluye su cronología literaria. Uno de los comunes denominadores de la obra narrativa de Beckett es el hacer hincapié en las cosas, en los objetos. Esto, por un lado, tiene la función de reducir la relación entre persona y objeto a los estadios primigenios en cuyo ámbito el problema de la “paz con los elementos” podrá resolverse. Por otro lado, este aspecto tiene la función de aportar firmes raíces al mundo de la realidad, con el fin de ofrecer consuelo frente a la tortuosa corriente que es la conciencia de los protagonistas. Según apunta Frederick R. Karl, “Joyce (por ejemplo) atajó la fuente verbal de Bloom intercalando hábilmente en la narración numerosas referencias a Dublín, de forma que Bloom quedó dotado de sustancia, al mismo tiempo que de espíritu, a través de lo que le rodeaba. Beckett opera de forma parecida. Sin valerse de Dublín como telón de fondo, emplea los puntales corrientes de la vida cotidiana para infundir una dimensión espacial a sus novelas”. Sin embargo, veamos lo que el propio Beckett declaró en una entrevista con Israel Shenker, publicada en el New York Times en 1956, al respecto de Joyce: “Joyce era un magnífico manipulador de material, tal vez el más grande. Hacía que las palabras rindiesen al máximo; no hay una sílaba de más. El tipo de trabajo que yo hago es un trabajo en el que no soy dueño de mi material (...) Joyce tiende a la omnisciencia y la omnipotencia, en tanto artista. Yo trabajo con impotencia, con ignorancia.” Efectivamente, nada más alejado de Joyce que Beckett. Entre uno y otro media el abismo que separa el intentar que las palabras lo digan todo y el mostrar que las palabras no pueden decir nada, a no ser su imposibilidad de decirlo. Por lo tanto, vemos que las novelas de Beckett son cortas pues intenta demostrar la insuficiencia del lenguaje para expresar la condición humana. Esto indica una clara vena expresionista, ya que en sus textos todo está subordinado a la imagen central de una criatura totalmente despojada y resentida con un Dios en el que no cree: este destronamiento del hombre como preocupación primordial, dentro de la narrativa representa una de las pocas rupturas auténticas con la técnica tradicional que la novela del siglo xx ha experimentado. En esta breve selección de tres cuentos de Beckett tomados de Collected Shorter Prose, el lector podrá apreciar los elementos que caracterizan, en general, a la obra beckettiana. Primero que nada, el absurdo existencial transformado en un ingenio metafísico que servirá para explorar la existencia adoptando diversas formas. Así, en “Primer amor”, los sentimientos del protagonista con respecto a su mujer, a un jacinto, a un apio, son el horror de la vida ante la gran posibilidad de la muerte, su propia “caverna interior” que lo hace estar siempre eludiendo los disparatados contactos que el mundo espera de él. Para Beckett, tal como lo afirma Karl, “al contrario de lo que sucede en Faulkner, el sufrimiento carece de connotaciones heroicas”. Ergo, al no tener sentido, el sufrimiento resulta cómico: Yo no entendía a las mujeres por entonces. Lo que es más, aún no las entiendo. A los hombres menos. Tampoco a los animales. Lo que mejor entiendo, que no es mucho decir, son mis dolores. Pienso en ellos a diario, no me lleva mucho tiempo, el pensamiento es tan rápido. Sí, hay momentos, particularmente en la tarde, en que me vuelvo todo sincretismo, à la Reinhold. ¡Qué equilibrio! Pero aun a mis pensamientos los entiendo mal. Seguro es porque no soy sólo dolor, eso ni hablar. He ahí el problema: A veces se aquietan, o yo, y me llenan de sorpresa y fascinación, se ven como de otro planeta. No muy seguido, pero no puedo pedir más. Ay, ¡qué vida tan de esto y lo otro! Ser sólo dolor, eso sí que facilitaría las cosas. ¡Omnidoliente!...
Por tanto, sus narraciones niegan la vida y encuentran graciosa esta negación. ¿Cómo? Su recurso más importante es el uso que hace de la lengua, que se burla, injuria, hostiga y exaspera, sin dejar de ser en todas ocasiones la lengua manejada por las manos de un experto. Emplea también la parodia, la comedia grosera, el chiste de efecto retardado, la yuxtaposición de desemejantes, la equiparación de lo familiar con lo no familiar, todo ello encaminado a la creación de una realidad fantástica a la vez que grotescamente real.
En suma, la desesperanza que puede sentirse en estos textos “para nada”, llenos de reiteraciones y líneas abstractas, es el aspecto dominante en Beckett que nos dice que lo único que tiene sentido es la supervivencia inmediata; el hombre sigue vivo sólo porque su cuerpo sigue funcionando:
Pura López Colomé
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