Nota introductoria
El presente material de lectura nos propone cuatro cuentos del autor quizá más conocido y representativo de la Italia contemporánea, inteligentemente seleccionados por Guillermo Fernández. El reconocimiento oficial del que goza Alberto Moravia, en contraste con otros escritores coetáneos de calidad literaria acaso superior, pero cuyo “fenómeno” se considera limitado en el tiempo, no se puede explicar solamente con el hecho de ser el único escritor vivo de su generación (nació en Roma, con el nombre de Alberto Pincherle, en 1908). En Moravia sorprende la singularidad de que en sus sesenta años de producción literaria ininterrumpida, ni su temática, ni su estilo han tenido modificaciones sustanciales. Cuando publicó, en 1929, a los 21 años de edad, su novela Los indiferentes (compuesta sin embargo entre los 17 y los 19 años), los parámetros fundamentales de su camino literario estaban irreversiblemente delimitados, y con plena madurez. De hecho, muchos críticos siguen señalando esta opera prima como la obra maestra de nuestro autor. Moravia, se sabe, es el novelista de la burguesía. Pero la gran novela del jovencito enfermizo que firmaba con seudónimo, no recorre las veredas de los grandes novelistas burgueses de origen decimonónico, realistas o naturalistas que fueran: su retrato de la clase dominante nada tiene que ver con los grandes frescos de un Thomas Mann o de un Galdós. Moravia se concentra directamente sobre la crítica del sistema de valores del mundo burgués, entendido este último como factor condicionante de una época, y no sólo como clase social. De ahí que el férreo determinismo que atenaza a sus personajes no derive de elementos naturales (de donde el término de naturalismo), sino de estas superposiciones innaturales que condicionan el ser moral e intelectual del hombre contemporáneo. Si se entienden estas premisas, se comprenderá tanto la indiscutida fama de un escritor que inició una nueva etapa en el realismo literario (realismo antiburgués, lo definiría yo), como la imposibilidad objetiva de una evolución temática. Y se comprenderá otro fenómeno desconcertante en la producción moraviana: indiferencia, vacío moral, aburrimiento, incomunicabilidad —las actitudes morales que definen al mundo moraviano— por ser “determinadas” por la superestructura de la época burguesa, no comprometen sólo al burgués propiamente dicho, sino a todas las clases sociales, hasta el proletariado “revolucionario”. Opresores y oprimidos: hombres y mujeres. Sin embargo, esta nivelación moral de las dos clases —y de los dos sexos— en lucha, no es tan radical. También en el frío pesimismo moraviano se abre el resquicio de una posibilidad dinámica, evolutiva. La clase oprimida tiene un germen vital del que carece la clase opresora: si comparte la oquedad moral y la cerrazón intelectual de aquélla, tiene a cambio todavía íntegro su potencial afectivo. Asimismo, el sexo oprimido, si no tiene otros valores que los del sexo opresor, posee a cambio el instinto y la posibilidad de la rebeldía, de la liberación. En la producción moraviana estas dos perspectivas se afirman paulatinamente con la inserción de la clase popular en sus novelas y cuentos, y con el pasaje de la tercera a la primera persona narrativa, esta última preferentemente femenina. Esta es además la evolución estilística más notoria en toda la obra de Moravia. La presente antología viene a dar por lo tanto una panorámica completa de las características de este autor. “Cortesana cansada” (1927) pertenece al momento ideal (y cronológico) de Los indiferentes, en que la tercera persona narrativa y la minuciosa descripción ambiental permiten ahondar —como el “correlativo objetivo” en la poesía hermética contemporánea— en las dos personalidades en juego, enfrentadas en una lucha de soledades impenetrables, lucha de sexos y clases sociales a un tiempo. “El monstruo redondo” (1976) nos presenta, valiéndose ya de un yo femenino narrador, un ejemplo de autoanálisis despiadado, cuento sin resolución —típicamente moraviano— donde la intelectualidad desprovista de espiritualidad, propia del mundo burgués, desemboca en una tortuosa desviación sentimental y existencial que encierra a la protagonista en un callejón vital sin salida. Este yo narrador es femenino; pero la verdadera mujer, portadora de todas las fuerzas que en el sexo “débil” reconoce Moravia, la encontramos en “El supercuerpo”, de la misma fecha que el anterior. Aquí la protagonista, a pesar de todas sus limitaciones humanas e intelectuales, revela una alentadora carga explosiva de rebeldía al sistema machista. “El nene” (1954), en fin, nos ofrece un ejemplo casi tierno de esta capacidad afectiva viva y vital del pueblo —el pueblo romano— que rescata miserias económicas, morales e intelectuales.
Mariapía Lamberti
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