Se supone que los primeros pobladores llegaron al continente americano, provenientes de Asia, por el Estrecho de Bering y pasaron por un puente formado durante las glaciaciones. Según los expertos, esto pudo haber sucedido hace entre 40,000 y 25,000 años aproximadamente.
De acuerdo con los descubrimientos realizados, el hombre bajó de norte a sur del continente, por un corredor libre de hielo, al occidente de las montañas Rocallosas. Cazador y recolector, venía siguiendo a los animales que eran la base de su subsistencia y buscando zonas de clima benigno.
Su vida era una continua lucha con los elementos naturales y se alimentaba de la caza mayor, que le proporcionaba carne, pieles y grasas, así como de la recolección de frutos silvestres y también de pequeños animales salvajes.
Sus herramientas líticas las obtenía por percusión, es decir, golpeando las piedras unas contra otras para sacar de ellas nódulos y lascas. Con los primeros, amarrados a ramas de árbol, hacía sus marros y martillos o hachas, y de las segundas obtenía navajas y flechas, que afilaba por medio de frotación.
Es muy significativo que los tipos de flechas encontrados en Asia sean los mismos hallados en América, y siguiendo su recorrido por todo el Continente se van comprobando las fechas de avance, por medio del carbono 14, con el cual se mide la pérdida de radiactividad con un margen de error aceptable.
En Europa encontramos que estos hombres dibujaban en el interior de sus cuevas sus experiencias de cacería. No sabemos con precisión el objetivo que movía a estos artistas. Se han externado hipótesis de que era una manera de invocar y conjurar a los espíritus para asegurar la caza.
En esta forma tiene lugar el nacimiento del arte y de la magia, que es un principio de religión. Este periodo geológico corresponde en Mesoamérica al Magdaleniense, representando en Europa por las cuevas de Lascaux, en el sur de Francia, y por las de Altamira en España, que datan de unos 11,000 años antes de J.C.
En América el proceso de desarrollo fue algo distinto, en un principio el hombre prehistórico, como cazador y recolector que era, se recogía en distintos tipos de refugios que la naturaleza le ofrecía, especialmente cuevas.
Debido a su continuo contacto con las plantas, al correr de los años, el hombre logró la domesticación de algunas de ellas. Al desarrollarse la agricultura estos hombres fueron asentándose poco a poco en el continente, llegando a constituir regiones culturales que tenían ciertos elementos que las unían y otros diversos que las diferenciaban.
Comparando una mazorca de maíz silvestre con la del maíz cultivado, salta de inmediato a la vista el adelanto obtenido, pues en la primera encontramos de 6 a 8 granos, en gran desorden, mientras que en la cultivada aparecen hileras de granos perfectamente ordenados y en gran número.
Es conveniente hacer notar que América ha exportado al mundo una gran variedad de productos agrícolas, nativos de este continente, como nopal, maguey, piña, camote, papa, chile, calabaza, algodón, yuca, cacao, aguacate, tabaco, etcétera.
Son dos las grandes áreas culturales de América: Mesoamérica y el Área Andina. En esta ocasión nos ocuparemos de la primera, que es un área cultural geográficamente bien delimitada. Esta región ocupa una gran parte de lo que actualmente conocemos como República Mexicana y se interna en Guatemala, Honduras, Belice y parte de Nicaragua y Costa Rica.
El desarrollo cultural de Mesoamérica está íntimamente ligado al desarrollo de la agricultura: como lo demostró el gran investigador Mc Neish en el Valle de Tehuacán, Puebla, aproximadamente en el año 4,500 a.C. el hombre mesoamericano del Horizonte Arcaico ya había logrado domesticar el aguacate, el chile y la calabaza. A raíz de este descubrimiento, la existencia del hombre empezó a experimentar algunas modificaciones, ya que no le era fácil abandonar lo que tanto trabajo le había costado: sus plantas mejoradas. Sin embargo, no fue sino hasta aproximadamente el año 3,000 a.C. cuando el hombre mesoamericano logró el descubrimiento que le haría abandonar definitivamente su vida nómada: la domesticación del maíz. La hibridización del maíz fue, después, el catalizador que inició una serie de cambios y que eventualmente transformaría la economía de subsistencia en una de mercado y así aparecerían los primeros centros urbanos y la arquitectura.
Según los descubrimientos de Mc Neish en Tehuacán, aunque esto no se pueda generalizar para toda Mesoamérica, los horizontes subsecuentes al año 2,300 a.C. pueden ser considerados como del Preclásico.
En el Preclásico es cuando surgen las grandes características de la cultura mesoamericana: la tecnología, el ceremonialismo, la especialización de las artes y los oficios, la diferenciación social, la escritura glífica; el calendario, la agricultura, los sistemas hidráulicos, el comercio, la metalurgia; el espíritu guerrero y, lo que a nosotros más nos interesa, la arquitectura.
Todas estas características alcanzaron su apogeo en el Horizonte Clásico, el cual, según la mayor parte de los investigadores, da comienzo aproximadamente en el año 300 a.C. Esta fecha ha sido seleccionada sobre la base de que es entonces cuando aparecen las primeras cronologías y la numeración en las zonas bajas del área maya. Este periodo se caracteriza por el desarrollo del calendario, la escritura en papel —de amate o de maguey—, estructuras sociales más complejas, el urbanismo y los grandes centros ceremoniales.
A partir del año 900 de nuestra era surgen los primeros desarrollos posclásicos. Ésta es una época de guerra y destrucción: degenera la cerámica, hay mayor interés por las edificadores civiles, especialmente en la zona maya, y aparece el militarismo. Al final de este Horizonte Posclásico (1325 d.C.) es cuando surge el gran imperio mexica que encontrarán los españoles en pleno apogeo en 1519, área cultural muy extensa, en la que floreció un gran número de centros de desarrollo que se presentan, en forma generalizada, con las siguientes características:
1. Una elaborada jerarquía religiosa, integrada muy de cerca a un sistema político central formalizado.
2. Una cosmología fatalista.
3. Sacrificios humanos.
4. El juego de pelota.
5. El calendario.
6. Mercados periódicos.
7. Comercio institucionalizado.
8. La agricultura hidráulica.
9. El urbanismo.
Característica muy importante de Mesoamérica es la de presentar una estabilidad notable desde sus orígenes hasta la Conquista. Sobre esta estabilidad del desarrollo hay una corriente importante de arqueólogos y antropólogos que la considera íntimamente relacionada con los trabajos de hidráulica —es decir, de beneficio colectivo del agua— realizados a gran escala y destinados al control de este elemento.
En estos términos, la agricultura, la hidráulica y el urbanismo van ligados con la civilización. Así podemos decir también que las grandes expresiones culturales como la arquitectura y las artes y los oficios, no pueden ser entendidas ni estudiadas sino a partir de la cultura mesoamericana en su integridad.
Para su estudio, el área de Mesoamérica se ha dividido en seis grandes regiones, y presenta caracteres distintivos que se revelan en su arquitectura, que es una de las manifestaciones humanas más importantes y en la que se encuentran claramente expresados los anhelos religiosos, la organización sociopolítica y los sellos que le imponen las condiciones geográficas climáticas, así como los materiales, que imprimen carácter y personalidad a la arquitectura.
Las seis regiones que comprende Mesoamérica son:
el Altiplano Central,
la Costa del Golfo,
el Occidente,
la región de Oaxaca,
la región Maya
y la región del Norte.
Las primeras construcciones que se hacen son de bajareque y techos de paja. Conforme se avanza en el dominio de la técnica se van sustituyendo por dobles muros de piedra que se rellenan de barro en el interior o con conglomerados de barro y piedra más chica, hasta llegar a muros de piedra pegada con argamasa.
Los apoyos, en un principio de troncos de árbol, se hacen más tarde mixtos, de madera y piedra, hasta llegar a construirse totalmente de piedra en forma rústica y posteriormente por medio de tambores de piedra labrada con caja y espiga; por último, como en Mitla, monolíticos, y hasta con decoraciones de un alto nivel plástico, como los atlantes de Tula.
Las cubiertas de palma, que en un principio se hacen con una sola pendiente, en la región Maya se construyen con doble inclinación, también en paja, y más tarde se edifican en piedra, en forma de falsa bóveda, con perfiles muy especiales y diversos, de botella o de arcos polilobulados.
Es conveniente explicar en qué consiste la falsa bóveda, ya que su sistema constructivo fue muy usado especialmente por los mayas.
A diferencia de la bóveda clásica, que está construida con dovelas de piedra, es decir, más angostas en la parte interior que en la parte exterior, en la bóveda falsa las piedras tienen la misma sección en toda su longitud, y se colocan unas sobre otras con sus asientos horizontales y totalmente en contacto y van avanzando en saliente hasta cerrar el perfil de la bóveda.
La localización de las ciudades y su función rigen su fisonomía. Así por ejemplo las aldeas, que esencialmente viven de la agricultura, son abiertas y se localizan a la orilla de los grandes lagos como en el estrato superior del Horizonte Preclásico en la margen del Gran Lago del altiplano central; mientras las de la región Maya, en la parte norte, buscan los cenotes, que son depósitos subterráneos de agua, como Chichen Itzá y Dzibilchaltum, y en la parte sur están emplazadas a la orilla de los ríos, como Yaxchilán.
Por su estructura socioeconómica adquieren también caracteres y disposición peculiar, pues se da el caso de un centro ceremonial y población dispersa en los campos vecinos, o bien un centro ceremonial con las casas de los sacerdotes de las clases dominantes unidas a este núcleo y las casas del pueblo alrededor, como en el caso de Mayapán, que es una típica ciudad clasista amurallada.
En otras ocasiones se formaba un núcleo de población importante y pequeños poblados satélites a su derredor.
La ciudad estaba en muchos casos abierta, pero con un centro ceremonial en el corazón de ella, donde se agrupaba el pueblo en las celebraciones religiosas. Hace poco se ha comprobado que en estos centros también operaban talleres, como en Teotihuacan, donde se manufacturaban utensilios de obsidiana y cerámica.
El mercado o tianguis se celebraba periódicamente como todavía ahora se realiza en las poblaciones pequeñas. Esto se puede asociar con las fiestas que se celebran hoy en el pequeño poblado de Otatitlán, Veracruz, el día 2 de mayo: con motivo de las celebraciones de la fiesta del Señor de Otatitlán, bajan los nativos de la Sierra de Oaxaca y se organizan actividades de un gran colorido, por las mercancías que traen consigo, por los trajes y los bailes y porque las celebraciones religiosas cristianas se mezclan con las costumbres paganas. El mago hace la limpia a nuestros indígenas, precisamente junto a la cruz, colocada en el centro del atrio.
Perduran con frecuencia en la actualidad costumbres relacionadas con el periodo prehispánico y se puede comprobar que los aborígenes acuden al templo para que el sacerdote les bendiga su Cristo, pero en la parte posterior del mismo van pegados ídolos de barro.
En otras ocasiones, ya dentro del periodo militarista y a la llegada de los conquistadores españoles, se localiza la ciudad en puestos altos o protegidos con murallas y otros medios defensivos.
Durante el Clásico, al parecer, el jefe político máximo era el sacerdote. Es la época que se conoce como periodo teocrático, y es entonces cuando la arquitectura religiosa alcanza su máximo desarrollo, ya que toda la actividad se encauza a glorificar a los dioses. Son ejemplo de este periodo las grandes construcciones de Cholula, Monte Albán, Teotihuacan, etcétera; son centros ceremoniales de ciudades con una gran avenida como la de los Muertos en Teotihuacan, con una sucesión de plazas que las articulan y ricos palacios, como el de las Mariposas.
Hacia el año 900 d.C. viene el periodo de desintegración, surge el militarismo y pierden importancia los sacerdotes. Tula, abandonada en 1168, se conserva teocrática hasta poco antes de esa fecha en que se comprueba que la clase dirigente es la de los guerreros.
Son ejemplos de la primera época, Tula y Chichén Itzá, donde los edificios tienen un sentido escultórico.
En el segundo periodo la repetición de formas y la gran monotonía son privativas, y sin embargo aparecen los templos dedicados a dos deidades, y las ciudades como Tulúm en el Caribe y Yagul en Oaxaca, que se construyen con fines estratégicos.
La arquitectura funeraria ocupa lugar importantísimo por la gran variedad de tumbas, prueba evidente de la fuerza que tuvo el culto a los muertos. Ricas tumbas como la de Palenque, en la que se exhumaron los restos de un príncipe rodeado de sus joyas, y cuyo descubrimiento se debe al arqueólogo Alberto Ruz.
En la actualidad todavía persiste con gran fuerza el culto a los muertos. El día primero del mes de noviembre se pueden ver en casi todas las habitaciones del pueblo “las ofrendas”, con comida, regalos, etcétera, en torno a los retratos de los muertos.
Ese día, también en Janitzio, la isla del Lago de Pátzcuaro, los nativos se quedan velando toda la noche en honor de sus muertos, con una vela encendida por cada uno de los deudos.
Las joyas de la Mixteca, trabajadas en oro, con gran riqueza de diseño y extraordinaria habilidad técnica, son testimonio fiel de este culto, que se había generalizado en Mesoamérica y que aún en nuestra época tiene manifestaciones populares de hondo arraigo.
Los descubrimientos de Monte Albán se deben a la paciente labor del arqueólogo mexicano señor Dr. Alfonso Caso.
En la arquitectura civil encontramos toda clase de construcciones; desde la humilde choza hasta el palacio ricamente decorado con pinturas murales y ornamentación esculpida.
Debe hacerse mención especial de la pintura mural de Bonampak en el área maya y las del Palacio de Tepantitla, restauradas por Agustín Villagra Caleti, que cubren grandes extensiones, con un sentido muy depurado de la línea, geometrizando formas naturales con tintas planas, sin modelado, en composiciones de bandas y en muchos casos representando escenas guerreras o de la vida diaria; la perspectiva la sugieren las dimensiones de los personajes que, conforme se alejan, son más pequeñas.
También se encuentran composiciones a base de entrelazados o en representaciones de escenas religiosas que son sumamente sugestivas y nos informan de las costumbres de la gente que las realizó.
Y, por último, también se han descubierto instalaciones de baños, deportivas, comerciales; arcos como el de Labná y el de Kabah en que se obtuvieron concepciones muy simples, pero de una extraordinaria elegancia.