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Canción del ayer A Esteban
Un largo, un oscuro salón rumoroso
cuyos confines parecían perderse en otra edad balsámica. Recuerdo como tres antorchas áureas nuestras cabezas [inclinadas sobre aquel libro viejo que rumoraba profundamente [en la noche. Y la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta [de roble. Y en los rincones tantas imágenes bellas, tanto camino soleado, bajo una leve capa de sombra luciente como [terciopelo. La voz de Saúl me era una barca melodiosa. Pero yo prefería el silencio, el silencio de rosas y plumas, de Vicente, el menor, que era como un ángel que hubiese escondido su par de alas en un profundo [armario. Mas, ¿quién era esa alta, trémula mujer en el salón [profundo?, ¿quién la bella criatura en nuestros sueños profusos? ¿Quizá la esbelta beldad por quien cantaba nuestra [sangre? ¿O así, tan joven, de luz y silencio, nuestra madre? O acaso, acaso esa mujer era la misma música, la desnuda música avanzando desde el piano, avanzando por el largo, por el oscuro salón como en [un sueño. ……………………………………………………...……………………………… (A ti, lejano Esteban, que bebiste mi vino, te lo quiero contar, te lo cuento en humanas, míseras [palabras: Cuando estás en la sombra. Cuando tus sueños bajan de una estrella a otra hasta tu lecho, y entre tus propios sueños eres humo de incienso, quizá entonces comprendas, quizá sientas, por qué en mi voz y en mi palabra hay niebla). …………………………………………………….......………………………… Un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia. Leíamos los tres y escuchábamos el rumor de la vida, en la noche tibia, destrenzada, en la noche con brisas del bosque. Y el grande, oscuro piano, llenaba de ángeles de música toda la vieja casa. |