Un pequeño himno sin complicaciones
a Joy
es lo que quise escribir. ¡Hubo tal canción! Un canto a tus rótulas, un canto a tus costillas, —esos árboles delicados que entierran tu corazón— un canto a tu librero donde veinte patos de vidrio soplado se alinean en fila veneciana; un canto a tus elegantes zapatos de tacón, a tu patineta rojo fuego, a tus veinte dedos mugrosos, al tejido rosa que comienzas y nunca logras terminar, a tus dibujos hechos con pinturas de agua, —todos los ángeles haciendo muecas— un canto a tu risa que sin cesar se menea en mi sueño como cuchara. Incluso un canto a tu noche cuando en la ola calurosa del verano pasado tu fiebre llegaba a 40, durante dos semanas; cuando dormías con la cabeza en el alféizar de la ventana, tu sed resplandeciente y pesada mientras cuchareaba el agua, a labios secos como viejas gomas de borrar, tus ojos cerrados a los gusanos aplastados de junio, los labios moviéndose, murmurando, enviando cartas hasta las estrellas. Soñando, soñando; tu cuerpo un bote bamboleado por tu vida y mi muerte. Tus puños enredados como ovillos, pequeño feto, pequeño caracol, cargando una rabia, las sobras de una rabia que no puedo deshacer. Incluso un canto a tu vuelo cuando caíste de la casita del árbol del vecino, cuando creías avanzar sobre el sólido cielo azul, ¿por qué no?, pensaste, y dejando atrás las tablas simplemente diste un paso al polvo. Ah pequeño Ícaro, mascaste una nube y mordiste el sol y rodaste, de cabeza no al mar, sino duro sobre la dura grava prensada. Caíste sobre el ojo, caíste de barba. Qué ojo moro. Qué desmayo para arrastrarte luego a casa noqueado humpty-dumpty hasta mis brazos. Ah, niña humpty-dumpty, Alegría te llamé. Eso por sí mismo es el canto de otro Y al nombrarte nombré todo lo que eres... excepto la zanja donde te dejé una vez, como vieja raíz incapaz de aferrarse, la zanja donde te dejé mientras navegaba en la locura sobre los edificios y bajo los paraguas navegué tres años y la primera vela y la segunda vela y la tercera vela de tu pastel de cumpleaños se consumieron solas. Esa zanja que tanto quiero olvidar y que tú a diario tratas de olvidar. Incluso en el retrato de tercero cuando repetiste año cautiva en tu deseo de no crecer —esa pequeña cárcel— incluso aquí mantienes la distancia con una sonrisa que muere temerosa al esconder tu diente chueco. Alegría, te llamo y sin embargo, aquí mismo, tus ojos con las persianas medio cerradas a los cañonazos, sobre tu enorme sabiduría, sobre los peces azules que nadan rápidos de un lado a otro sobre calles diferentes y cuartos extraños, sillas ajenas, comidas ajenas preguntan: "¿Por qué me encerraron en el sótano?" Y tengo palabras, palabras que me siguen los pasos, palabras para vender, podrías decir, y tablas de multiplicar y letra cursiva que no te ocupas de enseñarles a mis dedos la cuna del gato y la escoba de la bruja. ¡Sí! Doy instrucciones antes de la cena y abrazos tras la cena y sin embargo esos ojos —lejos, lejos— piden himnos... sin culpa. Y puedo decir tan sólo un pequeño himno sin complicaciones quería escribir y tu nombre es lo único que encuentro. Hubo tal canción, pero está magullada. No es mía. Algún día saltarás a su ritmo como saltarás lejos del diapasón de esta casa. ¡Será un día feriado, un desfile, una fiesta! Entonces volarás. Realmente volarás. Y luego tú, simplemente, calmadamente, harás tus propias piedras, tus propios planos, tu propio sonido. Quería escribir un poema así, con tales músicas, con tales acompañamientos de guitarra en los bordes dentados del sonido intenté ahuyentar las legiones del ruido; en el rompeolas intenté atrapar la estrella que es cada uno de los barcos; y al cerrar las manos busqué sus casas y silencios. Sólo uno encontré fuiste mía y te presté. Busco himnos sin complicaciones pero el amor no los tiene.
Marzo de 1965 (de Live or Die)
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