Material de Lectura

Los maitines de la noche



Las arañas del augurio
Solo verde-amarillo para flauta, llave de u
Neurastenia
Esplín
Wagnerianas
Nivosa
 

Las arañas del augurio
 

                                                          La sed jamás saciada
                                                          que hace infinito el sueño…

 

Yo sé que sus pupilas sugieren los misterios
de un bosque alucinado por una luna exótica;
yo sé que entre sus sedas late una fuga erótica
que sueña en irreales y lácteos hemisferios.

Para mis penas fueran divina magia hipnótica
sus labios incensarios de místicos sahumerios;
y yo deseara siempre tener por cautiverios
sus brazos, sus cabellos y su nostalgia gótica.

¡Oh, si pudiera hallarla! Soñaba en este día
que ilusionó el palacio de mi melancolía;
sus finas manos ebrias de delirar armónicas

dulzuras de los parques, vagaban en el piano
sonambuleando, y eran las blancas filarmónicas
arañas augurales de un mundo sobrehumano.

 


Solo verde-amarillo para flauta, llave de u

 

Virgilio es amarillo
y Fray Luis verde.
(Manera de Mallarmé)

 

(Andante)       Úrsula punza la boyuna yunta;
                    la lujuria perfuma con su fruta,
                    la púbera frescura de la ruta
                    por donde ondula la venusa junta.

(Piano)           Recién la hirsuta barba apunta
                    al dios Agricultura. La impoluta (Pianissimo)
                    uña fecunda del amor, debuta

(Crescendo)    cual una duda de nupcial pregunta.
                    Anuncian lluvias las adustas lunas.
                    Almizcladuras, uvas, aceitunas,

(Forte)          
gulas de mar, fortunas de las musas;

(Fortissimo)    han madurado todas las verduras.
                    Hay bilis en las rudas armaduras;
                    y una burra hace hablar las cornamusas.

 


Neurastenia

 

Le spectre de la réalité traverse ma pensée.
Víctor Hugo

 

Huraño el bosque muge su rezongo
y los ecos, llevando algún reproche,
hacen rodar su carrasqueño coche
y hablan la lengua de un extraño Congo.

Con la expresión estúpida de un hongo,
clavado en la ignorancia de la noche,
muere la Luna. El humo hace un fantoche
de pies de sátiro y sombrero oblongo.

¡Híncate! Voy a celebrar la misa.
Bajo la azul genuflexión de Urano
adoraré cual hostia tu camisa:
“¡Oh, tus botas, los guantes, el corpiño…!”
Tu seno expresará sobre mi mano
la metempsícosis de un astro niño. 

 


Esplín

 

Todas las cosas se visten de una vaguedad profunda;
pálidas nieblas evocan la nostalgia de París;
hay en el aire perezas de “cocotte” meditabunda.
Llenos están cielo y tierra de un aburrimiento gris.

Otoño el príncipe vela tras una tenue vitrina,
medio envuelto en la caricia de su pálido jubón.
Flora, enferma, se desmaya mientras el Hada neblina
abre a los silfos del sueño su palacio de algodón.

Pulsa el arpa somnolienta; y haz que tus dedos armónicos
salten como plumas de ópalo de un verderol del Edén
y que finjan en tus manos los insectos filarmónicos,
dos arañas venturosas de un ensueño de Chopin.

Yo quiero ver en tus ojos una tiniebla azulina
de la clorótica noche de tu faz plenilunial;
crucifícame en tus brazos, mientras el Hada neblina
fuma el opio neurasténice de su cigarro glacial.

 


Wagnerianas

 

¡Oh!, llévame con tus ansias; en las nevadas uvas de tus
                                                                   [senos,
fermenta el vino sublime de los placeres azules.
Quiero libar en tu boca la satánica miel de los venenos;
con el haschisch de tus besos me hará ver mil Estambules.

Las románticas palomas se besan blandamente con el pico;
y se abraza con las nubes —ogro de piedras— el cerro.
Une tu boca a la mía, mientras me embrujan con su
                                                     [ideal chamico,
tus ojos, cafres ardientes, que se vengan de su encierro.

Pasaron las golondrinas: ideas de un espíritu iracundo;
las nubes negras pasaron como viudas lacrimosas;
y el iris, risa de Flora, cayó cual serpentina sobre el
                                                            [mundo,
y de él nacieron los sueños y las regias mariposas.

Las flores de porcelana son jarrones artísticos de Etruria;
canta el crepúsculo herido, su yambo de cisne griego.
Como un silfo ruboroso que se esconde en su lecho de
                                                               [lujuria,
entra el Sol en occidente bajo sábanas de fuego.

¡Vamos a pasear, querida! Plutón fecunda la dormida
                                                              [tierra
y teje Dios en el cielo su luminoso arabesco.
Por entre las verdes cejas que embellecen el rostro de la
                                                                    [sierra
baja el río a la llanura como un sudor gigantesco.

Una loca pincelada, del Miguel Ángel soñador de arriba,
flota en la cúpula inmensa del etéreo Vaticano;
sobre el triste campanario la aguja de metal se yergue
                                                                 [altiva
como el dedo de Dios mismo señalando un gran arcano.

¡Vamos a pasear, querida, florecen las dormidas amapolas
como blasfemias sangrientas que Richepin cincelara,
como bocas de odaliscas, como ardientes mejillas de
                                                           [manolas,
como lenguas que Swinburne con su gran cincel tallara!

Como hipérbole de duda, nace la “noche blanca” de la
                                                                [bruma
y su ramazón de nieve forma un incienso de tules,
cadavéricos jazmines va deshojando la nevada espuma,
¡y los cardales nos miran con sus pupilas azules!

Como en el alma de Rubens, hay en el lago llamas y
                                                          [mirajes.
Dios sopla en la inmensa fragua y el cielo florece chispas;
y celebran sus idilios sobre el gracial balcón de los ramajes,
bayaderas de oro y plata, las armónicas avispas.

Las uvas negras esplenden, cual pupilas de reinas de
                                                            [Etiopía;
un gran harem hay arriba que para Venus fue hecho,
entre sábanas de raso duerme la reina en su lujosa
                                                           [umbría,
y los astros son gacelas que reposan en su lecho.

Como Poe yo amo el negro: los negros novilunios de tus
                                                                   [cejas
que en el cielo de tu rostro fueron hechos de relieve;
la escandinávica noche de tu cabello, que flotar dejas
para que forme un misterio sobre tu cuerpo de nieve…

Los tristes gajos del sauce lloran temblando su inmortal
                                                                  [rocío;
el alma azul de Lucía, trémula, en ellos se arropa:
como estrofas de Prudhomme lloran ondas, cíngaras del
                                                                     [río;
¡Y el zorzal ebrio de cantos es Verlaine frente a una copa!
de Mallarmé dicen versos los neuróticos batracios,
y las luciérnagas de oro semejan, al formar extraños giros,
una elegante gavota de hermosísimos topacios.

¡Vamos a pasear, querida; tus ojos son de luz cristalizada,
como el ardiente veneno que hizo cantar a Anacreonte;
es tu boca el rojo Infierno donde Dante labró sus
                                                   [llamaradas
y tus senos son dos versos cincelados por Leconte!

 


 

Nivosa


Es noche de Neurastenias. Es una noche de junio,
los surtidores derraman plumas, jazmines, burbujas;
por sus manchas me parece que se ríe el Plenilunio,
y se me antojan las plantas un ejército de brujas.

Cual procesión de novicias, envueltas en aéreo velo,
pasan las nubes aladas vertiendo nevado lloro;
y en el níveo campanario, que es un témpano sonoro,
hay dos palomas muy blancas que son como hostias del
                                                                   [cielo.

Las rocas, como fantasmas, enseñan sus curvos flancos,
y parecen recostadas en un diván de albo lino;
yergue el monte su cabeza de gran pontífice albino,
y es el mar un gran cerebro donde bullen versos blancos.

Con níveo tisú se visten las acacias amorosas;
ostentan los floripondios sus copas de porcelana
en que siempre beberemos ¡oh mi púdica sultana!
la miel blanca de los nardos y la leche de las rosas.

Todo es blanco; muestra el bosque su gran peinador de
                                                                   [seda,
mil abanicos de nácar y mil ánforas de nidos;
me parecen los corderos mil pierrots que están dormidos
y la neblina en el árbol una escala que se enreda.

La gran capital del mármol y de los sueños, la Grecia,
está en todo lo que es blanco y está en todo lo que es
                                                                [fuerte;
en el fondo de las aguas hay una extraña Venecia
y una antártica acuarela de la ciudad de la Muerte.

¡Oh, ven, mi blanca querida de los pálidos hastíos;
Chopin y Schubert conversan entre esas muertas
                                                     [blancuras;
y ejecutan en el bosque la romana de los fríos,
de las tristes palideces y las blancas hermosuras!

Miro a un lirio que está loco: miro a Ofelia que se aleja;
miro a un astro que se cae: miro a Safo que se mata;
siéntate al piano, oh querida, y hazme oír la serenata

 

 

 

 

 

En los pechos ateridos de la diosa del invierno,
nieva almíbar coagulada, nieva leche temblorosa,
y es la luna el sacerdote de las nupcias de una rosa.

Ven, mi hermosa desposada; son tus senos los altares
        en que ofrezco mis querellas:
son los cisnes en el río como góndolas de azahares
y los azahares son perlas del collar de las estrellas.

        Esa túnica de bruma,
        que el viento prende o arranca,
es el peplo de la muerte y es el alma de la espuma
que sacude sobre el mundo su eucarística ala blanca.

Camelia del océano va el tímido barquichuelo
agitando su teristro de ámbar, cera y alabastro,
y es cual hada misteriosa que alza su enorme pañuelo
saludando a lo infinito y haciendo señas a un astro.

¡Pálida virgen, ebúrnea, cándida, mística, santa,
la tierra es un incensario de intacta, inhollada nieve
en donde, trémula y casta, sutil, impoluta y leve,
la niebla, incienso con alas, vuela, gira y se levanta!

        ¡Ven, neurasténica, loca
        de mis inviernos de hastío!
        ¡Lejos de ti siento frío:
        ven, neurasténica, loca!

Tus ojeras son las flores que te deja el amor mío,
ala, lirio, flor y hostia, gasa, niebla, luz y pluma:
¡serán mis dientes los cirios que buscan fuego en tu boca
y tus brazos en mi cuerpo dos serpentinas de espuma!