1
Cómo cantarte, Diótima, sin vino
y con el piano mudo que a señas me congela.
Cómo describir, en su cadencia, tus lentas ceremonias
si no puedo beberte de mi vaso,
si no te me atragantas rumorosa,
si la botella rota no conserva tu ardor
ni los reflejos.
No hay alcohol, amantísima griega de voz noble,
que se compare a tus claras humedades:
las de tus ojos grandes y en destierro,
las de tus frescas lágrimas fingidas,
las de tu vientre ajeno que humea bajo la lluvia.
Cómo cantarte con la garganta seca,
cómo vivir si no puedo beberte devorándote,
cómo sorber tus músculos tirantes
de alta mujer bandera entre los hombres
si ya no estás emparedada en vidrio,
si resulta imposible licuar el polvo de tus huesos.
Brilla perfecto el sol de los nocturnos.
El veneno en silencio merodea.
La quietud con sus fauces me rodea.
2
Cómo nombrarte, Diótima, sin vino en la mar alta.
Se resecan los vocablos fantasmas,
se agrieta la faringe bajo esta
sobriedad de hachazos,
no soportan tus lóbulos carnosos
mis huecas oraciones que vienen del fermento.
Qué soledad más triste la del sobrio.
De la luz amarilla se desprende un tropel
de gnomos enyesados.
Abro la boca en espera del grito
y las encías supuran,
a partir de colmillos que hormiguean,
una dulce canción por la embriaguez perdida.
Cómo nombrarte, Diótima, si no soy el ahogado
que revienta en el centro de tu calma.
3
Ni gota de licor y yo te extraño.
Una garra de hielo me controla la sed de la manzana.
Imposible trovar, urdir lamentaciones
si el hígado no flota en un vaso de alcohol
[iluminado.
Yo soy el pararrayos de esta torre
y soy la llave y la puerta del infierno.
El río es un árbol donde las piedras cuelgan sus
[espumas.
Los ronquidos de Zimmer son una llaga púrpura
que enmarca la falta de profundidad en los retratos.
Tu sueño está despierto bajo tierra.
Cuerdas electrizadas ondulan el estanque.
Bebo mi sangre porque el agua mata.
Mi erección es la envidia del buitre en la veleta.
Así de triste y sobrio, lejos de la inconsciencia,
navega tu deudor llamado Scardanelli.