Sólo el mar consanguíneo es descriptible, a él acudo en la marea de los párpados y el oleaje de la sangre. En la arena del tiempo los recuerdos se fragmentan como un limo y surgen los navios antiguos de la imaginación: los paquebotes que conocen la paciencia, las chimeneas que son la última bandera de los buques, los mercantes que no suspenden travesías. Los elementos del mar entran por mis ojos y salen de noche en mis sueños umbríos bajo la guía insólita de los faros. Oleajes perdurables como el cintilar de los astros serpentean en las playas, por riscos y fiordos, para erosionar la paciencia y los aceptables riesgos de lo cotidiano. Caen las noches y se elevan madrugadas sobre los mares sonoros y fugitivos; sobre bahías de aguas profundas como la mente sabia; sobre las caletas para los amores torvos; sobre los canales y las corrientes que son un mar en sí mismas, como las calles de los puertos al final de la jornada; sobre esteros de desconcertante geografía y desenlaces fortuitos; sobre las lagunas que tibias y ocultas guardan el secreto de la vida; sobre el agua y la sal que dentro y fuera de mí fluyen en mares interiores sobre el nivel de flotación de los deseos, sobre los golfos y los mediterráneos. Cae la lluvia y los vientos magníficos limpian la distancia de encantamientos, hacen de la playa una zona de desechos y despojos, de varamientos en los que cruel la vida termina con lentitud en medio del paisaje marino. Para vivir en ti cada mañana hay que saber de tus desvelos, de tus naufragios y tribulaciones, de tus llantos ahogados, de tus suicidas arropados por los primeros rayos matinales, de tus especies extraviadas en los ritos fértiles, de tus resacas que femeninas llaman y rechazan. Para sentirte hay que cobrar el tacto corporal de tus quimeras, la irritable sensación de la existencia que se sabe difícil; hay que ser tocado por la muerte cuando la vida nace y se apaga simultáneamente en nosocomios y maternidades, en manicomios y prisiones que como islas flotantes pasan aletargadas por el tiempo inagotable y cruel, hay que escuchar gritos de socorro y lamentaciones nocturnas lacerantes ayes de destrucción y de gozo. Para tenerte hoy ha de nacerse en el encuentro de las aguas, en la corriente subterránea de la conciencia, en la impensada intensidad de los goteos, en fortuitas pilas bautismales donde los profetas marinos hacen su evangelio en las caracolas y el bramante terso de la niebla. Para ser en ti, mar que me habita, se canta a pecho abierto como la quilla de los buques botados en sangre, se rema a contrarresaca en la intimidad de la noche, como la ausencia intangible de la memoria que acude a nuestro rescate tras veinte años de silencio; se te busca en los playones que reflejan la luna y nuestra vejez como los abalorios y las cuentas falsas, se acude a ti con las rodillas sobre el talud como los peregrinos de los libros sagrados, y las parábolas o las fábulas o las lamentaciones proferidas por hombres tan antiguos que no son ya como nosotros fuimos; se es en ti, sin ninguna explicación ni certificado natal, por convicción que se sabe mortal, definitiva. De ti espero la indulgencia de la caída apacible, un ramo de corales fétidos y negros, la insepulta ramificación de las algas en la aguda extensión de los narvales, para que una procesión de cetáceos me permita volver al Egeo y al golfo californio y me deje atisbar los pedestales de Manhattan, el alterado ritmo de Janeiro, de Taipei, de Casablanca. De ti espero el derecho de peaje y el paso inocente por los deltas que te fecundan si doblas el Cabo de Buena Esperanza, la sensación del hielo ventisquero que en Bergen cae como cascada. De ti espero la flor amarilla que inusitada prospera a la vista de tu inmensidad en las arcadas de Venecia, para que una mañana la dones al viento que eleva el vuelo de la golondrina de mar. Pero cómo, oh mar, habré de renunciar a ti a tus cosechas de cuarzo y calcio, a la miseria de tu renovación que como un salario se desgasta frugal y no es confiable. Renunciaría a morir, como los votos de Penélope, si inalterado y consecuente permaneces y aguardas, si renegado desafías la agonía recurrente. Qué he de decirte mar de lo eterno, cómo he de narrar tu infinita angustia, tus pecados expiados en la historia de los hombres; cómo reproducir tu caricia furtiva entre las ingles, el chasquido lúbrico de tus embates, cómo advertir a los demás de tus traiciones de esa juventud intemporal y perfecta; a quién aviso de tu juicio perdido, de tus crímenes bárbaros, de la aventura que causa hábito; quién reconocerá tu cadáver risueño en un cuerpo desollado entre las rocas por las arpías cosmopolitas; dónde erigirte un altar cuando muerto flotes abandonado por la luna igual a las ratas después de los naufragios; ante quién demandaremos como los hombres engañados el rencor de tus traiciones en la parranda de los puertos, quién dará más por la ruleta rojinegra en el tumulto de tus permutaciones que lo buscan todo, en el caos constructor de tus pleamares como el abrazo desbordado de las mujeres seducidas; qué pinceles, qué colores qué instrumentos qué aparatos de la modernidad, capturarán tu sinrazón, la desmedida truculencia divina del tercer día, tu creación sin licencia, tu inexplicable liquidez, el tenebroso frío de tus entrañas que albergan el inventario pretérito de los engendros; qué furor inigualable, qué conjuro de fuerzas, se me ocurre pensar, alcanzó la esplendidez de tu parto; cómo nos bañas a todos amantísima madre, y nos acoges en las horas tórridas y nos alimentas en el hambre ancestral y desecas nuestra piel y nos bendices con tu cáncer y nos haces ínfimos y creyentes y ateos y panteístas, y nos haces cantar y huir con la mujer que ilusionamos pero que no existe; quién te da esa impunidad mar de los mares, torbellino de las ventiscas, chubasco de los estrechos y las ensenadas, catarata vertical, curva euclidiana del horizonte, lógica de la séptima ola; enfurecido mar que te entregas al mejor navío, prostituido y rústico mar, mar monacal, mar acústico, mar prístino, mar que se enerva, mar turgente, mar eoliano, mar profuso, mar océano, mar Jano, mar Príamo, mar de fondo; mar de la mar, para amar y ser amado, mar que resucitaste en la cuarta era, que ascendiste sobre la escala del planeta para dormir a la diestra del hombre y de las riberas encantadas, mar que te sabes poderoso y abusivo, incontenible y melodioso, lujurioso y asexuado mar, mar enclaustrado al habitar en mí, mar de los niños que te roban a cubetas. En qué ruta zozobraré, con qué dolor, con qué desmayo me diezmarás, qué puertos en ese fugaz instante traerás a mis ojos como los naipes me dejarás volver al juego, al método portuario, a la aduana de la misericordia, en la que los impíos son cateados y presos, permitirás que caiga sin convulsiones que te nombre para llevarme en la boca el sabor de tu beso mortífero y salobre, la sabia posesión de quien lo sabe todo.
|