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Tudor Arghezi Breve antología Presentación, selección y versión de Darie Novacèanu VERSIÓN PDF |
Presentación |
La vida y la palabra de Tudor Arghezi |
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Testamento |
Cuando yo muera, hijo, no te dejaré más fortuna que un nombre impreso en un libro. En la rebelde noche que viene desde mis antepasados hasta ti, salvando barrancos y simas profundas que mis abuelos cruzaron de rodillas y que, joven, tendrás que remontar tú también, mi libro, hijo, es sólo un escalón. Fervoroso y fiel, mira al libro como cabecera de la estirpe. Es vuestra primera ejecutoria, siervos de sayal tosco, lleno de las osamentas que llevo en mi alma. Para poder trocar ahora, por primera vez, la azada en pluma y el surco en tintero, nuestros abuelos cosecharon, entre las blancas yuntas, el sudor del trabajo a lo largo de muchísimos siglos. De sus gritos arreando a las bestias surgieron palabras justas, sutiles, y cunas para los futuros descendientes. Convertí las palabras, amasadas durante centurias, en versos e imágenes. De los harapos hice brotar guirnaldas de flores. Cambié el acíbar en miel, dejando íntegra su dulce fuerza. Apresé el insulto e, hilándolo sin prisa, alguna vez fue engaño, injuria otras veces. Recogí del lar la ceniza de los muertos e hice de ella un Dios de piedra, alto confín, con dos mundos a sus pies, velando en la cumbre de tu deber. Encerré nuestro dolor más sordo y más amargo en un solo violín, y al escucharle, el amo tuvo que bailar como un chivo degollado. De las pústulas, del moho y del fango, hice brotar hermosuras y nuevas virtudes. El restallar del látigo en la carne se convierte en palabras que saben vengar y castigar lentamente el brote latente del crimen de todos. Es la justicia del ramo oscuro que surge del bosque a la luz plena y lleva en su entraña, como un racimo, el fruto del dolor de todos los siglos. Perezosamente tendida en su canapé, la doncella sufre leyendo mi obra. La palabra de fuego y la por mí forjada se abrazan y se ayuntan en mi libro, como el hierro rojo entre las tenazas. El siervo la escribió; el señor la lee sin percibir que en su trasfondo yace el odio de todos mis antepasados.
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Otoño tardío |
En la soledad de noviembre, y en cuanto alcanza la vista, el parque se hunde envuelto en el sueño fúnebre de los espejos humeantes. Y es que entre los árboles, milenariamente enfermo, oscuro en sus profundidades, se extiende un lago, y la sangre de las viñas y los castaños flota sobre la superficie cobriza del agua. Por entre los árboles, mi tristeza mira el horizonte como un cuadro que no entendiera: ¿Detiene el sendero en lo hondo la arboleda o la espera? El silencio es el eco de las ramas peregrinas. Hospital de la tristeza, del remordimiento, donde lloras tu amor incumplido y recuerdas, con nostalgia y sufrimiento, su imagen jamás encontrada. Algunos alerces se han reunido a lo lejos, mientras el parque reza en un murmullo… Se cierra el anochecer como un libro y el alma queda en prenda entre sus hojas.
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La ceniza de nuestros sueños |
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Morgenstimmung |
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Jamás el otoño... |
Jamás el otoño ha sido más bello para nuestra alma alegre con la muerte. Pálida cama es el llano de seda y las nubes tejen brocado para los árboles. Las casas, agrupadas como cántaros con vino añejo en sus vientres de barro, quedan en la orilla azul del río del sol, de cuyo fango he bebido oro. Los pájaros negros suben hacia el ocaso como la hoja enferma del hayarango oscuro, que se deshoja sacudiendo en lo alto las hojas hacia el cielo. Quien quiera llorar, quien quiera plañir, llegue para escuchar este impulso incomprensible, y con la mirada en la llama celeste de los chopos, deje su sombra en sus sombras, sobre la colina.
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Evoluciones |
La tierra antigua se ha civilizado. Ya no hay ninfas, ni sirenas, ni náyades meciéndose rítmica y voluptuosamente en el ondulante lecho de las aguas. Sobre el negro asfalto de los bulevares, bajo la mirada de los guardias, en grupos, los sobrinos de Orfeo van a la escuela con sus pizarras de piedra y sus esponjas. Todos han abdicado de su función divina, han renunciado ya a las glorias eternas: Apolo es profesor de mandolina, Pan da lecciones de lenguas modernas. Hércules es petrolero mecanógrafo, y el propio Júpiter, boticario bueno, despacha en cajitas, en su tienda, comprimidos y jarabes. Otrora llegaban a nuestros patios y hablaban con nosotros, cantando, pequeños ángeles de alas cortas y cándidos santos de albas nuevas. Y algunas veces, en el jardín, al anochecer un serafín caía, agarrándose el dolorido pie, herido en su vuelo por el aguijón de una abeja. ¿Y cuántas veces, frenando nuestra prisa, no nos hemos asomado a la ventana del establo para mirar la luz de Cristo y oír cómo nos hablaba su voz? Pablo de Tarso es hoy un pobre usurero, y Crisóstomo, chico de una tienda, mientras que el Espíritu Santo, encerrado en su jaula, se ha convertido en pollito de codorniz.
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El príncipe Tepes* |
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Restitución |
No han quedado muchas cosas por vencer y conocer. El camino se estrecha; los senderos se unen. ¿Observas cómo se aproximan más y más, cual radios de rueda quebrados por la luz? Nos acercamos. Es de noche, el aire huele a viejo; con las antiguas luces brotan siempre flores antiguas. Se extiende una débil niebla y un cielo lechoso nace por entre los tallos, en el lejano horizonte. ¿Es una isla?, ¿una montaña?, ¿un río?, ¿un desierto? ¿Por qué terminaría en el desierto nuestro viaje? Para llegar allá tal vez nos falta un cuarto del camino andado, verde abajo, arriba azul. ¿Nos detendremos? Una canción nos llama desde la [posada. El vino es bueno, la cama tibia y tú eres dulce. Y desearías, envuelta en tu cabello rubio, que nuestra carne ardiese como brasa viva. ¡No! Sigue adelante; ¡clávale al tiempo la espuela para que la eternidad llegue a nosotros cuanto antes! Guarda tu beso, como las flores el veneno, para restituírselo intacto a la tierra.
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Salmo del misterio |
¡Oh, tú, aquella de otro tiempo, perdida en el camino del mundo! Tú, la que apoyaste la frente sobre mi alma, tomando así en ella el sitio de la madre; mujer esparcida dentro de mí como la fragancia entre la selva, grabada en mi sueño como una palabra, clavada en mi tronco: hacha. Tú, la que me ataste la vida a la canción con los brazos anudados al cuello, y me llevaste a buscarla en tus manos y en tus mejillas. Tú, llevada como pulsera en el brazo del pensamiento, junto a la que aspiré mecer al hijo de la Humanidad. Rosa pura, crucificada sobre mi cruz con clavos de diamante, que a cada movimiento pierdes algún pétalo, alguna estrella. Tú, hogar de mis deseos, fuente para mi sed encarnizada. Tierra prometida por los cielos, con rebaños, sombras y cosechas. Tú, que has trocado mi camino, convirtiéndolo en agua de mar, para llevar mi barca solitaria desde una vorágine a otra, mientras las orillas se agrandan, como la noche alrededor de mí, tanto como crecen las olas del sufrimiento, ¿dónde están tus manos para trazar otra vez en el aire los caminos de la luz? ¿Dónde tus dedos para buscar en mi corona las espinas? ¿Dónde tu cadera tendida en la hierba, abrazada por los tallos de las flores que escuchan dentro de tu seno el suspiro del amor que, vencido, se está muriendo? Tú, que cuando pasas por las colinas haces estremecerse a los chopos en toda su estatura, y envuelves cuanto encuentras en una red fresca y ardiente. Tú, que ofreces tus senos semidesnudos al beso de fuego de mi boca y a la avidez de mis manos, y contemplas el vacío del tiempo cruzado por halcones de ceniza y arena, a los que el viento presta una apariencia sin rostro. Tú te perdiste en el camino del mundo como una flecha sin blanco, y acaso tu hermosura fue creada sólo para engañarme. Mas, ¿cómo no pudiste domar al destino que acechó tu vida y no supiste extraer del camino el odio para vencerlo? Apresta tu oído desde la tierra en esta hora en que te llamo, para escuchar, ¡oh, jamás olvidada! mi imperdonable maldición.
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Maldiciones |
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Incertidumbre |
Cuelga de mi ventana la guirnalda azul del cielo, y entre ella, en múltiples chispas, titilan los luceros incesantemente. Cual una esponja, el alma se empapa de lágrimas lentas de las estrellas que, una a una, brillan blancas y trémulas. El hilo de mis tristezas se entrelaza con ellas en la noche, y las pestañas del Padre Dios caen sobre mi tintero. Abro el libro: el libro gime. Busco el tiempo: no hay tiempo. Cantaría: no canto y soy, creo que sería y ya no soy. Mi pensamiento, ¿de quién es? ¿En qué idea, en qué cuento podría recordar, tal vez, que pertenecí a todo? Estoy escribiendo aquí, sin recuerdos, vencido, escuchando la voz extraña del charco y del huerto, y firmo: Tudor Arghezi.
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Inscripción sobre un retrato |
Tú sabes que el sueño se diluye en el tiempo. Has esperado al triste guerrero sobre su escudo para que, hasta con coraza, entrase en tu cama, como un ladrón, para abrazarte el cuerpo. Y ahora, de pronto, te crees madreselva suspendida entre el nacimiento y la nada, y sospechas que has estado durmiendo sobre una coraza manchada de aguardiente. ¡Tierna y mágica criatura! No te impedí esperar y suspirar, sino que te dejé enredar en espinas tu copo hilado cual seda en la rueca de la vida. Dominé mi pasión idólatra con voluntad firme y fría, porque tu sueño no debía aplastar las altas cimas pétreas de mi alma. Nuestro sufrimiento da calor y bienestar a los que viven de nuestro sacrificio. De noche, yo escucho dentro de mí, cual si fuese un [árbol, cómo caen dulcemente en los nidos, piadosas, las hojas.
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Inscripción sobre una puerta |
Cuando partas, que la buena suerte te acompañe como un anillo brillando en tu mano derecha. No has de vacilar, ni dudar, ni entristecerte. Anda rectamente y vence a la tempestad. Cuando regreses, camina ligero, sonríe y canta. Deja olvidada toda tu pena en el umbral, pues tu estirpe ha de serte querida siempre y tu casa ha de serte siempre sagrada.
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Flores de moho |
Las dibujé en el enlucido con la uña,
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Juan |
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Candor |
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Canción sin palabras |
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Aldea |
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Gloria |
La ciudad es un inmenso montón de murallas truncadas; hasta la sombra huyó de sus calles, y se ignora cuántos hombres, vivos aún, agonizan bajo las vigas y los escombros. Alguna vez se sabrá, cuando su muerte, ya olvidada, sea una cifra en el registro frío. Ocurrió una vez, algún día desde luego; pero hasta eso pasará como pasan tantas cosas y pasarán siempre, sin saber qué muertos y qué muertes yacen debajo. Al menos, los muertos pueden tener un consuelo: la historia hace justicia a los mártires. Pero la historia está escrita con pluma, con tinta y con palabras, y la mitad de ella es muda y la otra mitad falsa; queriéndolo o no, por piedad o por deber hará de plañidera, y un burro tonto les recordará con palabras altisonantes, mientras ellos, esperando la limosna de la eternidad, mendigos, se quedarán a las puertas del recuerdo.
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Transfiguración |
Aunque le había dicho que no quería tomarla, mientras dormía me ha dado a beber oscuridad, y yo apuré todo el cáliz. ¿Qué irá a suceder ahora? ¿Cómo adivinar que en su dulce jugo azulado había veneno? ¿Estoy borracho?... ¿Muerto? Dejadme dormir… He vuelto a mi niñez. ¿Quién llama? No estoy en casa. ¿Quién pregunta? Dejadme… ¿Para quién podría salir a la calle con el alma que me anima ahora?
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Lluvia |
Se me antoja que hacía mucho que no la oía… Ahora la estoy escuchando. El sudor de la noche se desliza por los cristales. Llueve entre el vacío que dejan las ramas. Quisiera hallar una semblanza. Y en los ruidos y en los murmullos, en violines, flautas y guitarras acecho el eco incierto y turbador. La noche se ha desvanecido en otras noches y una tras otra, en su urdimbre, van cerniendo la lluvia y la arena menuda como si fueran cedazos. Agotado el pensamiento en su llama de lluvia tardía, empalidece y se consume como una vela. La ventana está enlutada por una haya de la cual pende entera la noche, como una bandera. No es el chirrido de las espadas que se afilan; tampoco el del sable que encuentra la coraza. No es el latir del corazón. No es la torre ni su reloj sonoro, tejedor inmutable del tiempo. Parece que es el alma de todos los ejércitos vencidos.
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Inscripción de varón |
Cumple con tu deber y cumple bien. Deberes son, incluso, el fin y la cruz, tanto si consuelas al hombre como si defiendes al país. Y espera tu última hora. ¡Vendrá! No tengas miedo; no hay otro destino, aunque trates de eludirlo, cobarde y sabio. Enfréntate violentamente con los indignos; llevas dentro de ti toda la humanidad. Has soportado en tus hombros muchas cargas. Era tu [deber. Aún queda una más. Es muy pesada; pero no importa. Tus hombros están avezados; aguanta un peso más y espera el fin con la frente alta: ¡Vendrá!
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