Como recordando a Dickens
En esta tarde sin más gato que una chimenea, alguien me envía su reflector para esperar. Esperar es el ámbito de una chimenea que no es llevada por la tarde hacia ninguna parte. Esperar es un gato que no existe, esperar es un ronroneo donde la realidad no tiene la cuerda necesaria para izarnos. Pero esperar es también el único viaje conocido que permanece en el gato que dejaron las chimeneas al apagarse. Cosas reunidas alrededor de la última página de ese libro donde la tarde no volverá a llevarnos consigo. Y están de más las chimeneas que solamente existen al paso de ese gato que frota su lomo contra lo desaparecido para tejerlo mejor en un ir y venir entrecruzándose hasta lograr este tejido donde esperar era el gusto de lo consumado. Tal vez allá en ese sitio se desarma esta tarde, en el retrato de una mujer que la memoria lame fielmente sin comprobarlo para inventar la chimenea, la oscura callejuela londinense, el sórdido mercado; un fuego que tiene ahora entonación de ceniza donde un reflector para esperar enciende. Y es ésta la causa por la que los gatos son la continuación de las chimeneas o sucesos imprevistos en la ceniza, en los cuerpos que no envían reflector o memoria que en el lomo de un gato o frente a la chimenea convertida en retrato de una mujer ausente, acaso se dejaran todavía inventar.
De Fiestas de invierno
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