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Nota introductoria
La bibliografía de Jorge Arturo Ojeda es amplia. Los géneros que cultiva son varios: el ensayo, el cuento, la novela. Su prosa, en general, mantiene un tono reflexivo y no pocas veces requiere del diálogo y del discurso. En Muchacho solo y El padre eterno, nos acercamos a ese poder de discurso, casi diría clásico, de este autor. De la larga lista de sus títulos, es en Personas fatales (1975) donde encontramos cuentos propiamente dichos. En ellos destaca su fluidez en la caracterización de los protagonistas y la seguridad en el planteamiento del desarrollo dramático de las historias. De esta colección incluimos aquí los cuentos “Mapache” y “Julia”. En “Julia” el narrador nos conduce, de entrada, al mundo demencial de la protagonista en el momento en que otro cuentista lo hubiera tomado como culminación. Continúa, de manera secuencial (con técnicas que nos recuerdan el flash back cinematográfico), dando claves para conocer el motivo que llevó a la protagonista a ese desenlace fatal. La excitación de la cercanía de la muerte es el punto de unión entre los cuentos incluidos. La fatalidad en el amor, como una ilusión malograda (“Julia”) y un anhelo irreal e inalcanzable (“Mapache”), orillan a Ojeda a buscar la eficacia del drama y del melodrama, en un lenguaje realista y crudo. La evocación y la presencia de la muerte se cumplen en un ritual en el que se ponen en entredicho nuestras convicciones más profundas (la familia, el amor heterosexual, en “Mapache”). Ojeda nos sorprende en estos cuentos porque después de la reflexión, casi diría lírico-filosófica de otros de sus textos, de la agilidad e información de sus ensayos, se permite el vuelo emocional pero narrativo en ellos. Ojeda es uno de los autores mexicanos que en los últimos años ha incursionado en los temas homosexuales. Su particularidad consiste en la sinceridad y la objetividad con que narra, sin evitar la intensidad del asunto tratado y sin caer en discursos de autodefensa. En “Mapache” el problema se resuelve con una solución de orden cósmico, no en balde son las citas clásicas de uno de los protagonistas. Uno de ellos grita, como Aquiles por su amante y su escudero Patroclo, y como Gilgamés, cuando murió su amigo predilecto, Enkidú gritó y se arrancó la ropa sin que hubiera dios que respondiera a ese grito. No pocas veces los protagonistas de Ojeda, declaran “soñar y creer en la belleza” (Octavio). Hay que aceptar que su literatura es un discurso constante en defensa de este concepto. Al revés de los escritores vecinos de su generación literaria (José Agustín, René Avilés Fabila, Andrés González Pagés, Juan Tovar y Gerardo de la Torre, principalmente) que lo vio desarrollarse como escritor estudioso y de amplia información, no cultivó el mismo estilo narrativo. Quizás tendría más parentesco en lo que a los cuentos incluidos aquí se refiere con Tovar, por su tono realista y expresionista. Así como Ojeda es tal vez el único autor que presenta con naturalidad la desnudez masculina —en México—, también posee en su literatura personajes femeninos, “mujeres de carne y hueso”, penetra en su psicología y retrata con el crudo realismo aludido al principio de estas notas sus ansiedades, angustias y miserias. Humberto Guzmán
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