Nota introductoria
Joseph Brodsky dice que toda carrera literaria empieza como una búsqueda personal de santidad, de autosuperación. En la casa que Raymond Carver (1938-1988) compartió hasta morir de cáncer a los 50 años con la poeta Tess Gallagher, hay un cuadro que le regaló su amigo Alfredo Arreguín. Se titula The Hero’s Journey. En él se ve a un salmón en su frenético intento por remontar la poderosa corriente de un río ajeno a su batalla. Simboliza la vida de Raymond Carver, su propio viaje frenético y a contracorriente en busca de lo que llamamos “la vida”. Hijo de un operario de aserradero cuya solución para todos los problemas era una botella de whisky y una mujer que eternamente tomaba tónico para los nervios, Carver tuvo muy poca educación formal. Su único contacto con la literatura fueron las revistas de caza y pesca (sus deportes favoritos) y las novelas de aventuras que leía su padre en su natal Clatskanie, Oregon. A los diecisiete años y con una esposa de dieciséis y embarazada, Carver sólo podía pensar en obtener un trabajo que le permitiera sobrevivir. Durante esos años se sucedieron una larga lista de empleos ínfimos y mal pagados que abarcaron, desde corrector de libros de texto hasta velador en un hospital. A todas las presiones se agregó la de su alcoholismo. A punto de morir, recurrió a Alcohólicos Anónimos para dejar de beber, hazaña que siempre le produjo más orgullo que todos sus méritos literarios juntos. Se iniciaron entonces los diez años más fructíferos de su vida. Se inscribió en el taller literario que dirigía el poeta James Gardner en la Universidad de Iowa y desde ese momento Carver dedicó su vida a escribir. Producto de los talleres literarios, como profesor Carver nunca desalentó a nadie. Sentía que ya había suficiente desaliento en el mundo. El tono bajo de su voz implicaba un gran respeto hacia las palabras, como si fuera casi imposible decir con exactitud lo que quería. A sus alumnos les enseñaba sobre todo que la literatura puede surgir de la mera observación de la vida real, dondequiera y comoquiera que sea vivida. Eso constituyó toda una novedad y produjo en la narrativa norteamericana los movimientos que se conocen como “minimalismo” y “realismo sucio” —aunque aquí dirty más bien se traduce en la acepción de “sórdido”. Hoy Carver está considerado el Chéjov del cuento norteamericano contemporáneo y su influencia literaria es equiparable a la ejercida por Hemingway en décadas anteriores. Carver tiene la misma prosa sencilla y clara (escribía hasta 30 versiones de un mismo cuento), el ritmo conversacional y la penetrante agudeza en la descripción de Hemingway; pero, a diferencia de él, Carver no escribe sobre la vida bohemia, sobre campos de batalla europeos, sobre hermosas enfermeras o acogedoras pensiones perfumadas con el aroma a vino tinto: el tipo de cambio respecto al dólar no lo favoreció. Carver escribe sobre la vida diaria o, más bien, a pesar de la vida diaria norteamericana, en la que lo común es el estruendo del televisor, el olor a alcohol barato, la botella de catsup sobre la mesa. Esta gran enseñanza de que se puede escribir literatura en cualquier parte constituye toda una novedad que le imprime nuevo vigor al realismo y exalta el género del cuento como el dominante en el fin del siglo. De los tres cuentos que traduzco aquí, “El gordo” y“Plumas” nos muestra las trampas y la violencia de lo real y tenemos que inclinarnos para escuchar lo que Carver tiene que contar. Muy distinto es “El encargo” (escrito unos meses antes de morir) en donde un momento ordinario ilumina las cosas más extraordinarias. Aquí encontramos a un gran narrador que maneja la dependencia y la gravedad que ejerce cada palabra particular en la poesía, que enfoca el pensamiento, omite lo evidente y utiliza el lenguaje como una herramienta de asimilación más que de conocimiento. En su póstumo libro de poemas A New Path to the Waterfall (publicado unos meses después de su muerte) hay un poema que se llama “Gravy” —la salsa espesa y harinosa que recubre la comida de los pobres— y resume clara y llanamente su vida durante esos diez años de fecunda producción literaria, de feroz lucha contra la corriente: Ninguna palabra distinta funcionaría. Porque eso es lo que fue: gravy.
Gravy, los diez años que transcurrieron. Vivo, sobrio, escribiendo, amando Y siendo amado por una buena mujer... Tuve diez años más de lo que esperaba, O de lo que esperaba cualquier otro. Puro gravy. Y en modo alguno lo olvido.
Laura Emilia Pacheco
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