Material de Lectura

Un buen tema

 

 

Mentiría si dijera que uno de los placeres favoritos en mi vida es nadar. Nunca pasé de saber ciertos mo­vimientos esenciales que en teoría parecen simples, pero que puestos en la práctica, en cuanto a mí toca, al menos, resultan casi patéticos. No logro levantar espuma con los pies; mis brazos no consiguen hendir la superficie como navajas; no me gusta sumergir la cabeza, porque se me irritan los ojos; y ponerla de lado para una de esas respiraciones acuáticas, sólo me llena las narices de agua.

Creo que estas razones son suficientes para apoyar el comentario de que la natación no es mi deporte predilecto. Pero si la vida me coloca en el trópico, acogida por sus verdes infinitos y sola a orillas de una alberca de temperatura científicamente controlada para proporcionar el punto exacto del placer, es imposible resistir la tentación. Además, mis torpes movimientos, una vez que adquieren su pauta, promueven un cauce armonioso en mis reflexiones.

Lentamente, no por otro motivo que el de mi ineptitud, le di varias vueltas a la piscina. Como ya dije antes, no sumerjo la cabeza, por lo que, con mirada de miope, gocé la intensidad verde de los alrededores. Era un momento de privilegio. Sentirme a tono con la naturaleza y agradecer los perímetros de la alberca, porque en un río, mi impericia no me hubiera otorgado paz.

Empecé a recordar la conversación con Tununa en días pasados, una amplia conversación donde se coló sin remedio el acto de escribir. Recordé sus comentarios acerca de cierta manera de hacerlo más desde dentro, de no temerle a la subjetividad delatora, de dejarse ir como lo hacía yo en esos momentos en el agua. Una serie de ideas me llegaron de inmediato, insinuándose para ser narradas desde la distancia tranquilizadora de la ficción.

Recuerdo con toda certeza en qué parte de la orilla me detuve a tomar aliento y meditar en una luminosa idea que emergía. Recuerdo también que pensé que Carver descansaba en la silla junto a mi toalla, la crema bronceadora, y el vodka tónic. Reviví su extraordinaria técnica para relatar historias anodinas que acaban creando una atmósfera alucinada. Sería la fuerza del sol a pesar de la frescura del agua; pero me pareció que yo había pescado un tema de orígenes francamente inscritos en mi propia historia, aunque no tenía intención de convertirme en personaje ni principal ni secundario. Sólo intentaba vampirizar un poco más esos pequeños asuntos de la vida. Es un buen tema. Un buen tema. Y volví a lanzarme a discurrir por la piscina, quizás ya no en forma tan apacible, porque cuando aparece una idea, ésta me quema.

Nadé durante un rato y después en la silla bebí el vodka tónic mientras esperaba que el sol no sólo secara mi piel, sino el traje de baño. Más allá de otras consideraciones acerca del nudismo, creo que no existe sensación más odiosa que la de la falsa piel que se enfría sobre la otra; tal vez así se va sintiendo la entrada de la muerte. En fin, esta reflexión se sale de tono, queda la incomodidad de la tela, que se resolvió muy pronto bajo la fuerza bárbara del sol. El cansancio, la bebida y ese sol me adormecieron.

Desde que desperté hasta ahora, no he podido recordar otra cosa que el entorno donde surgió fulgurante la idea. Pero por más que repaso una a una todas las circunstancias, y también todas las circunstancias de los personajes principales y secundarios de mi vida, no recuerdo el tema. Recuerdo sí, que entonces pensé que era un buen tema.