Prólogo
El escritor es un hablador: señala, demuestra, ordena, niega, interpela, suplica, insulta, persuade, insinúa, como dice Jean Paul Sartre. Elena hace todo esto y más. Elena da voz al que no la tiene, con frescura, penetración profunda en las motivaciones humanas, ternura y sentido del humor. Sus cuentos se fincan en lo que le impresiona de la realidad, según me cuenta en esta entrevista-prólogo. “Elena es un milagro literario. Tres condiciones se concentran en su obra, a saber: el dominio del idioma —castellano y mexicanísimo—; el manejo frecuente de la imagen poética y un sentido, casi endiablado e inocente, de la sátira y de la burla social”, dijo Ermilo Abreu Gómez. Y yo digo que Elena es también un milagro vital: ama y protege a su madre, Paula Amor, a su hermana Kitzia, a sus tres hijos y a sus amigos —en las buenas y en las malas. Se preocupa por las goteras del techo de su casa; por su perro Mikey, que estropea las hortensias del jardín; por la comida que María debe preparar día con día; por las cuentas, las llamadas telefónicas, las tareas de sus hijos; por decir que sí a las invitaciones que le hacen constantemente para dar cursos o conferencias en el país o en el extranjero… Además, escribe y escribir es dar. Pocas personas como Elena con esa capacidad de entrega, de generosidad. Renovó el periodismo con sus inocentes-maliciosas entrevistas y crónicas; también barrió, sacudió y limpió el mundito intelectual con su valor y conciencia envidiables (La noche de Tlatelolco y Fuerte es el silencio) e hizo que recordáramos a los olvidados (Hasta no verte, Jesús mío). A mí me regresó a mis orígenes. Elena es de las que no hay: parece —¿es?— una extraterrestre entre los desangelados mortales. Es lo máximo. Nació en París, en 1933.
Margarita García Flores
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