Carlos Pereda
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Extrañeza y resplandor de la filosofía
En un mundo que nos tiene acostumbrados a la repetición y al tedio, de repente, inesperadamente, algunas situaciones, o mejor dicho, algunas preguntas sobre aquellas situaciones, nos dejan extrañados. Entonces, interrumpimos el paso. Nos hacemos a un lado y prestamos atención al enigma planteado. Una estrategia para retomar la ruta sin demora es "normalizar" esas preguntas, es decir, reformularlas de tal manera que por medio de ciertos métodos especializados podamos descartarlas o resolverlas. La verdadera actitud filosófica, sin embargo, consiste en aceptar la extrañeza de la pregunta e intentar responderla de manera frontal. En este ensayo, Carlos Pereda ofrece una exploración de la perspectiva de la extrañeza que acompaña a la reflexión filosófica desde sus inicios. En una variación del tema, Pereda aborda dos dificultades para hacer filosofía en América Latina: el fervor sucursalero y el afán de novedades. En ambos casos, encontramos, quizá, la negra sombra de la razón arrogante. Este ensayo es una defensa de una forma de pensar, preguntar e imaginar nuestra realidad natural y social. Frente a los enemigos de la perspectiva de la extrañeza, Pereda nos invita a que no perdamos la curiosidad y la perseverancia sin las cuales no podría cultivarse la filosofía.
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La filosofía y la perspectiva de la extrañeza
No pocas veces se observa: "Entre nosotros, en América Latina, hacer filosofía resulta a menudo frustrante: algo extraño". Frente a observaciones como ésa tal vez se proteste: "No te quejes. El oficio de hacer filosofía no se ha vuelto extraño en la marginación, por ejemplo, en América Latina. Lo ha sido en cualquier parte, desde que recordamos". Pero, ¿por qué?, ¿en qué consiste esa extrañeza? ¿De dónde proviene su peculiaridad? En ocasiones, ¿resulta incluso útil subrayarla? Porque, ¿acaso nos dignifica de algún modo? |
I
Con frecuencia con la palabra "extraño" hacemos referencia a quien no pertenece al grupo, familia, nación —a quien es un extranjero, un exiliado, un intruso—, o señalamos que se está ante algo diferente de lo normal: frente a lo que perturba y causa aversión o, al menos, ante lo que es inesperado. También acudimos a la palabra "extrañar" en ese último sentido, como cuando con sorpresa exclamamos: "¡Me extraña que tengas todavía fuerza para empezar de nuevo!" Previsiblemente, a menudo el efecto de un extraño, o de un suceso que extraña, es obligarnos a ejercer el arte de interrumpirnos en nuestros deseos, creencias, emociones más habituales, y quedar boquiabiertos ante lo desconocido: atónitos. O, si se prefiere una palabra que soporta un prestigioso linaje en reflexiones como ésta: nos colma el asombro. |
Por lo pronto, además de enlistar ejemplos de lo que es común considerar como buenos problemas normales, pongo a prueba indicios que quizá sirvan para más o menos identificarlos —caracterizarlos, analizarlos, detectarlos…— (No se busca, entonces, disponer de condiciones necesarias y suficientes para contrastar entre problemas normales y anormales, apenas recoger indicios: señales que permitan reflexionar que, gruesamente, solemos estar frente a diversos problemas y argumentos.) Atendamos, pues, formulaciones de buenos problemas normales: a) ¿Cuál es el valor de x en la ecuación x2 + 2 = 6? Se caracteriza a estos problemas como buenos problemas normales porque se dejan situar —porque hábitos comunes y otras prácticas rutinarias los sitúan— en contextos teóricos o prácticos más o menos delimitados. A su vez, quien quiera darles una buena respuesta normal debe también situarse en tales contextos —asumir tales prácticas…—, aceptado, pues, compartir sus límites y hasta su estructura. A menudo esas respuestas incluirán argumentos normales. Por ejemplo, los problemas a) y b) pertenecen a contextos teóricos o, más específicamente, científicos: el de las matemáticas y el de la neurofisiología. Respecto a los problemas c) y d), se trata de contextos técnicos que se encuentran explícitamente dados en su reconocible formulación. En cuanto al problema e), es como el problema b), un problema empírico. Claro que no todos los problemas normales son científicos y técnicos. Por ejemplo, sería pomposo considerar que es un problema científico averiguar en qué calle se encuentra cierto cine, o un problema técnico calcular cuánto tiempo nos tomará ir de nuestra casa a ese cine. No obstante, en ambos casos estamos frente a problemas que se dejan reconstruir como pertenecientes a cierto tipo muy común de los problemas científicos o a cierto tipo no menos común de los problemas técnicos. Anotemos, pues, este primer indicio: Si un problema se considera normal, se plantea en un contexto particular que hábitos y otras prácticas rutinarias lo han articulado y lo han vuelto más o menos cerrado como perteneciente a ciertos contextos. Tales contextos se dan en la misma formulación del problema normal, o a partir de la formulación del problema normal esos contextos se pueden reconstruir con relativa facilidad. De esta manera, los contextos que conforman o presuponen los problemas normales en principio adelantan los tipos de herramientas que se necesitan para responderlos. Así, en esos casos, el contexto del problema, dado o reconstruido, orienta respuestas que se consideran normales —incluyendo las malas respuestas normales—. Sin embargo, ¿qué significa afirmar, por ejemplo, que un contexto "orienta respuestas"? Para responder anotemos un segundo indicio: Las respuestas normales, —incluyendo las respuestas explícitamente respaldadas en argumentos normales—, a un problema normal en alguna medida están predeterminadas por las prácticas rutinarias en el contexto en que se plantea ese problema normal. Respecto de una ecuación que se quiere resolver, el contexto de las matemáticas predetermina que un número natural sería una respuesta con sentido —una respuesta normal— al problema a), aunque sólo el número 2 es una respuesta correcta. En cambio, se estaría ofreciendo una mala respuesta anormal —una respuesta sin sentido— si en esa ecuación se sustituyese con extravagancia la variable x por una narración o una norma moral. Algo análogo puede indicarse en relación con los problemas b) y e) acerca del vínculo entre el cerebelo y la memoria, o sobre posibles influencias árabes en el Quijote. Claro, en estos casos, las respuestas involucran comprobaciones empíricas más o menos complejas, productos de la neurofisiología o de la filología histórica. A su vez, en la formulación de los problemas c) y d) se predetermina que las respuestas normales tendrán que encontrarse en contextos que actualizan un esquema medio-fin: contextos en los que se calculan los despidos que será necesario hacer o los medios para realizar la misión a que se ha comprometido el militante político del ejemplo d). A menudo para solucionar problemas normales suelen necesitarse habilidades especiales. Claramente, quien procure solucionar los problemas científicos a), b) y e) necesita conocimientos de las matemáticas, de la neurofisiología o de la filología. Respecto de los problemas técnicos c) y d), se tendrá que apelar a usos del esquema medio-fin que con frecuencia, aunque no en estos casos, exigen saberes complicados. Sin embargo, ¿qué sucede con los aparentes o reales contraejemplos característicos de los problemas normales: con los problemas que podemos calificar de "anormales"? Ante todo conviene considerar ejemplos más o menos paralelos a los ya aceptados como problemas normales. Son los siguientes. a') ¿Qué es un número? En esta lista importa distinguir dos formas de anormalidad tanto respecto de los problemas como de los argumentos. Muchos problemas y argumentos que a menudo calificamos como "filosóficos" no sólo tienen una anormalidad de primer grado o anomalía, sino también una anormalidad de segundo grado o extrañeza. Creer y, sobre todo, sentir que se está ante algo diferente de lo familiar o acostumbrado, frente a rarezas que me obligan a echar mano del arte de interrumpirse, inquieta. A veces la menor interrupción de la normalidad alarma. Hasta molestan mínimas desviaciones. ¡Cuánto más no escandalizará que se trate de problemas y argumentos con una anormalidad no sólo de primer grado, sino de segundo grado! De ahí que no sorprende comprobar que apenas se introdujo la posibilidad de un oficio que trabaja con asombros, no se haya desistido de la codiciosa intención de acabar con la perspectiva de la extrañeza. (Después de todo, tantas veces se hace como si la casa no estuviese en llamas, cuando lo está.) Pero, ¿de qué modo se quiere acabar con la extrañeza? Mi respuesta se limita a repasar —por desgracia, con demasiada rapidez— dos tipos de programas y varios vicios que intentan normalizar mal esa perspectiva y, así, eliminarla. |
III
Un primer tipo de normalización consiste en reducir la anormalidad de segundo grado o extrañeza a una anormalidad de primer grado. Como consecuencia, por ejemplo, respecto de los problemas y argumentos filosóficos sólo se quiere que permanezca esa anomalía propia de algunos discursos políticos, morales o estéticos. Se conoce: a veces se busca hacer y se ha hecho de los problemas y argumentos filosóficos algo así como panfletos políticos, sermones edificantes o narraciones más o menos razonadas. O, tal vez, meramente normalizamos algunas extrañezas convirtiéndolas en relatos de ciencia ficción. ¿Cómo podemos juzgar programas como éstos? 1.1. Las entidades naturales y sus propiedades causan las demás propiedades, incluyendo las propiedades tanto de los animales humanos y sus agrupaciones como de sus construcciones. Supongamos que 1.1, 1.2 y 1.3 son los primeros axiomas de una teoría naturalista N. Quizá sorprenda que frente a esa teoría N, antes que las preguntas de verdad mortifican las preguntas de comprensión. En relación con el axioma 1.1, o metafísico, tal vez preocupe qué se entiende por "entidades naturales". Porque ¿acaso es Dios una entidad natural? Se puntualizará: una entidad natural no puede encontrarse fuera del orden causal. Sus efectos, pues, deben ser observables en las otras entidades naturales. Pero, ¿se encuentra Dios fuera de ese orden?, ¿acaso no son observables sus efectos? Por otra parte, ¿son los números entidades naturales?, ¿son las personas y las sociedades entidades naturales? Si lo son, ¿acaso es la intencionalidad de la conciencia una propiedad natural? 1.1.1. Las descripciones (perspectivas, lenguajes, esquemas conceptuales…) mentales y cerebrales articulan modos completos de describir a las personas sin que deba considerarse a ninguna de esas descripciones como la más básica.O, 1.1.2. Las descripciones mentales y cerebrales de sucesos singulares hacen referencia a un mismo suceso físico singular.
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IV
A un tipo común de normalizar la filosofía en América Latina lo llamo "fervor sucursalero". Pero, ¿cómo podría pretender ese vicio colonial conformar un proceso de normalización? Sin duda la historia del pensamiento teórico en español y en portugués ha sido pobre. De ahí la necesidad de educarse escuchando voces extranjeras. A lo largo del siglo XX se acudió a enseñanzas en diversas lenguas, en los últimos veinte o treinta años mayormente a las que se transmiten en lengua inglesa. De esta manera, para quien se dedica a la filosofía en español o en portugués, en su juventud, hay corrientes de pensamiento de algún lugar lejano que suelen deslumbrarlo. Por desgracia, pasado el tiempo, ya no se indaga más: se continúa el resto de la vida paralizado en la repetición de fórmulas aprendidas, que poco a poco van perdiendo su contenido. Como se considera que las Casas Matrices del Pensamiento están en otra parte, se reduce la pretensión de asumir la perspectiva de la extrañeza a un asunto de administración de franquicias. Por ejemplo, en la filosofía se trata de administrar franquicias como "la ética kantiana", "el utilitarismo", "la lógica", "la modularidad de la mente", "el aborto", "la teoría de los mundos posibles", "el deconstruccionismo". Por consiguiente, a partir de cierta edad ya nadie se siente interpelado por ese desafío de la perspectiva de la extrañeza que consiste —sin fanatismos de ninguna clase— en pensar por cuenta propia. En lugar de esa tarea disruptiva se practica una actividad académica normalizada que ya sólo se rige por la "lógica de las afiliaciones".
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V
De seguro quienes conviven en su herencia cultural con los vicios coloniales anotados tienden a sentirlos, no tanto como normalizaciones, sino como cargas que oprimen la mente y el corazón. Por desgracia, como tantos vicios, también éstos suelen resultar atractivos para mucha gente que no tiene nada que ver con las circunstancias sociales que los promueven. No es un secreto: la avidez que he llamado "lógica del estar al día" se ha expandido por doquier, y no deja de expandirse. Sin embargo, atendamos ya la pregunta acerca de posibles vínculos entre las diversas normalizaciones. Si no me equivoco, estamos ante ese tipo de argumentos que conforman los vértigos simplificadores. Como contenido común de esos vértigos podemos establecer cierto conjunto de deseos, creencias, intereses como motivaciones más o menos traslapándose. Al respecto, exploro la siguiente conjetura: Tal vez detrás de los vértigos simplificadores que buscan normalizar mal la perspectiva de la extrañeza, en algún grado mayor o menor encontramos procedimientos de la razón arrogante. Pero ¿qué se entiende con esa desalentadora expresión, "razón arrogante"? Notoriamente, lo que más indigna del vicio de la arrogancia es la desmesura de su encumbrarse, a la vez que el desdén y hasta abierto desprecio por todo lo que no atañe a ese encumbrar. El origen de ese encumbramiento puede resultar de altanerías nimias que se apoyan en fantasías de estar socialmente demarcado por ciertas redes de reconocimiento. Por supuesto, no es raro que esas demarcaciones para una segunda o tercera persona resulten invisibles, porque a menudo no califican a la persona en cuanto individuo. Sólo la demarcan al añadirla —incluso de manera desdibujada— a un "nosotros" que el allegado considera de prestigio (político, o religioso, o académico…) Pregunta: a partir de este vicio, ¿cómo es posible aproximarse a los usos arrogantes de la razón o razón arrogante? |
VI
Reflexionar a partir de simetrías —fijando afirmaciones o negaciones iguales o parecidas pero contrapuestas, como si las unas fuesen la imagen de las otras en un espejo— a menudo confunde. Comprometerse con tales búsquedas tiende a imponer de modo mecánico paralelismos distorsionadores, cuando no fantasiosos. Además, las simetrías tienden a hacernos desatender los procesos graduales, las interacciones complejas y, por supuesto, los matices pequeños pero decisivos. No obstante, las simetrías no conducen sólo por el mal camino. Con las debidas cautelas ayudan. Hasta en ocasiones sugieren los siguientes pasos de una indagación. Aprovechando esa posibilidad defenderé los usos porosos de la razón o razón porosa como alternativa a los vértigos simplificadores que produce la razón arrogante. |
VII
Conviene echar una mirada al camino recorrido por esta reflexión. Retomando varias herencias culturales, como primer paso propuse distinguir entre |
VIII
Por un lado, se propuso que asumir la perspectiva de la extrañeza e insistir en proliferar asombros —por ejemplo, procurar quedarse de vez en cuando atónito e intentar no saber por dónde proseguir— es un rasgo de los problemas y argumentos anormales de segundo grado o extraños con que se describieron ejemplos característicos de los problemas y argumentos filosóficos. Por otro lado, se acaba de introducir ese procedimiento como propio de la razón porosa. En consecuencia, si no estoy equivocado, asumir de vez en cuando tal perspectiva conformaría un modo fecundo de trabajar en ciencias naturales, en ciencias sociales, en las muchas tecnologías, así como de reflexionar sobre problemas morales, políticos, estéticos, y hasta de meditar en la vida cotidiana. Entonces, ¿qué queda de las distinciones propuestas en el primer paso de esta reflexión, entre problemas y argumentos normales y problemas y argumentos anormales de primer grado o anómalos, y argumentos anormales de segundo grado o extraños? |