IV
Toas y el séquito. Suspensión entre los que llegan y los que estaban presentes.
TOAS Soy el rey Toas, de leves pies como las aves. Como quien manda, olvido mis cuidados por oír el rumor que corre el pueblo. Hecha de mar y roca, alta señora, sacerdotisa que llevas la clava desde que el cielo apedreó a la tierra con el poder de la nocturna Diosa —Díctina de la selva, hija de Leto: Prepárense los vasos y los cestos, y arda el fuego de la salsa mola; echad el llanto, hombres oscuros: la Diosa no perdona. Ejércitos de abejas amarillas aplaquen —cediendo miel— las tumbas. Iras de Inmortales reclaman la miel salobre y roja de otra ofrenda. IFIGENIA Oye la voz de tu sacerdotisa, rey de nombre de ave: éstos me vencieron sin manos y me ataron con la amenaza. No los quiere la Diosa; traen a cuestas el nombre que he pedido. TOAS El nombre que tenías lo has perdido en el mar. IFIGENIA Éstos, del fondón de los mares llegan, vomitados de olas. TOAS Náufragos son, ley igual los condena. IFIGENIA Ley que un hombre trazó y otro quebranta. TOAS Escrita está en las plantas de Artemisa. IFIGENIA —Que es superior a ella y con los pies la pisa. TOAS ¿Qué pretendes? IFIGENIA Que hablen. TOAS Hablad, hombres oscuros.
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