XXXV
El encuentro con la amada tanto alguna vez, es un simple detalle, casi un programa hípico en violado, que de tan largo no se puede doblar bien. El almuerzo con ella que estaría poniendo el plato que nos gustara ayer y se repite ahora, pero con algo más de mostaza; el tenedor absorto, su doneo radiante de pistilo en mayo, y en verecundia de a centavito, por quítame allá esa paja. Y la cerveza lírica y nerviosa a la que celan sus dos pezones sin lúpulo, y que no se debe tomar mucho! Y los demás encantos de la mesa que aquella núbil campaña borda con sus propias baterías germinales que han operado toda la mañana, según me consta, a mí, amoroso notario de sus intimidades, y con las diez varillas mágicas de sus dedos pancreáticos. Mujer que, sin pensar en nada más allá, suelta el mirio y se pone a conversarnos sus palabras tiernas como lancinantes lechugas recién cortadas.
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