VI
El traje que vestí mañana no lo ha lavado mi lavandera; lo lavaba en sus venas otilinas, en el chorro de su corazón, y hoy no he de preguntarme si yo dejaba el traje turbio de injusticia. A hora que no hay quien vaya a las aguas, en mis falsillas encañona el lienzo para emplumar, y todas las cosas del velador de tanto qué será de mí. todas no están mías a mi lado. Quedaron de su propiedad, fratesadas, selladas con su trigueña bondad. Y si supiera si ha de volver; y si supiera qué mañana entrará a entregarme las ropas lavadas, mi aquella lavandera del alma. Qué mañana entrará satisfecha, capulí de obrería, dichosa de probar que sí sabe, que sí puede ¡CÓMO NO VA A PODER! azular y planchar todos los caos.
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