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De la epístola III |
Tuyo es el atributo de la veracidad, de manifestarnos lo
cierto y lo falso, aunque a veces callas o disimulas o hablas en acertijos. Nos proteges – ¡tu prudencia es tanta! – de la mentira y de la verdad. Tuyos son los veredictos de la justicia, los que nadie prodigó más en la severidad y la clemencia. Tuyos son el poder y la gloria, y te celebramos, yo el más constante, en exaltados epinicios. Tú, benévolo, recogiste dos hexámetros, míos para grabarse en la columna que ya te conmemora. Tuya es la munificencia, y abrumas a quienes te loamos. Tuya es la hospitalidad más indulgente. Un día, después de leerme lentamente en voz baja, me dijiste: Mientes. Y sonreías. Lo sé, lo saben todos, ellos cuya envidia me cerca y cuya solicitud te acosa y agobia. Los otros, tus enemigos, me hostigan y me desprecian, y aunque desde hoy te infaman, esperan su hora, la de tu abatimiento o tu muerte. ¿Mas quién, oh Augusto, quiénes borrarán de la memoria del Lacio tus hazañas, y mi Oda I y mi Epístola II? |
(1983) |