Deípara, paridora de Dios. Suave la giba del engaño para ser tuvo que aislar el trigo del ave, el ave de la flor, no ser del querer. El molino, Deípara, sea el que acabe la malacrianza del ser que es el romper. Retuércese la sombra, nadie alabe la fealdad, giba o millón de su poder. Oye: tú no quieres crear sin ser medida. Inmóvil, dormida y despertada, oíste espiga y sistro, el ángel que sonaba, la nieve en el bosque extendida. Eternidad en el costado sentiste pues dormías la estrella que gritaba.
De “Sonetos infieles”, en Enemigo rumor
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