El color rojo Los trenes Ponte la vieja camisa que sabe Las ropas
El color rojo de los pueblos, antiguo, fervoroso y tenaz en la memoria del almacén nocturno arde como borroso puño y escritura sagrada y ágil máscara de fiebre, de tal forma que nunca podremos descifrar el angustiado parlamento, el discurso veraz y las noticias seniles de la fiesta que acabó muy tarde, cuando el color rojo de los pueblos surgía en las cenizas del alba como el silencio en la intemperie del andén último, que mira el desolado sueño y la inquietud de la seca y el color rojo de los muros finales, ásperos, el color rojo, el cansado color que nunca pierden, casi como razón de fe, como la piel amarga, como la fe sedienta de los pueblos.
Los trenes
¿Adónde han ido los trenes llenos de fama y poder, cuya elocuencia fue ayer la gloria de los andenes? Cuando por la tarde vienes cruzando el año perdido, ¡cómo extrañas el silbido anhelante, noticioso, que desdeñaba el reposo y majestad del olvido!
Ponte la vieja camisa que sabe
Ponte la vieja camisa que sabe del año rumoroso y del tranquilo año inocente de sucesos graves como tela de ciegos, azulados hilos. Ponte el sombrero de ilusión caída que te alegraba con su tosca nieve. Ponte el chaleco de las bienvenidas y la corbata ilustre de las nueve. Porque es seguro que vengan esta tarde, porque es seguro que vengan a decirte algo importante como un noble alarde que te bastara para no morirte. Pero mira la noche, ya es muy tarde, y apenas esperabas, debes irte.
Las ropas
¿Y cómo eran las ropas, las obstinadas, fieles ropas del abuelo? Su saco de fervorosa pana, ¿cómo era? ¿Su chaleco de áureo relumbre, su corbata de litúrgico lazo, y aquel cuello nevado desde siempre? ¿Y cómo para ir al nocturno Liceo, y cómo para la vasta misa? ¿Y para el fausto melancólico de la prudente cena, y para estarse inmóvil? ¿Y cómo el imposible, absurdo peso de aquel paño, fue la costumbre de sus días, si ya, cegado espejo de la quinta, se vuelve, con la mágica lluvia, misterio ya del sueño, lienzo de la locura?
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