Muertos y disfraces (1974)
|
Cada uno de mis poemas pretendió |
Las páginas no sirven. La poesía sino la forma de una página, la emoción, una meditación ya tan gastada. Pero, en concreto, señores, nada cambia. En concreto, cristianos, no cambia una cruz a nuevos montes, no arranca, alemanes, la vergüenza de un tiempo y de su crisis, no le quita, marxistas, el pan de la boca al millonario. La poesía no hace nada. Y yo escribo estas páginas sabiéndolo. |
A Isabel Campos |
Uno, en ciertos sitios, deferente, cree —en la lluvia de elogios y palmadas— ser un hombre a la altura de su siglo. En fin, a qué decirlo, cree ser alguien. En otros sitios, en cambio, desolado, su nombre es igual a un perro enfermo, a la hojarasca dormida del otoño. En fin, es nadie. Quien lo haya vivido lo recuerde. |
Los otros precisan palabras, sonrisas llenas de vino, halagos que terminan por creerse. Pero yo trabajo mi vida, mis palabras, para el arrepentimiento de los otros. |
|
En realidad, muy poco es lo que sé yo de mí mismo Por ejemplo: tengo horror de ser canonizado Vendí mi dignidad, el acto que define, la frase que define, no para vivir, para sobrevivir, señores Y mi vida de cadáver la viví con medio corazón en una ermita y medio corazón en la ciudad Fui dios y perro, mendigo mirando el infinito Y escribí meditando, meditándome, el célebre Evangelio según Campos y todos creyeron que era burla Sin duda mi tiempo fue otro tiempo: un tiempo de ajedrez con frases griegas No fue el tiempo de un Cristo indesgarrable nacido a la mitad del país y del siglo más idiotas No fue el tiempo del mar ni de las vírgenes: fue tan sólo un espejo inolvidable Miro al fondo el Coliseo lleno de luces, destruido El Palatino, destruido La luna cae sobre esta Roma muerta Mil y un mujeres, poetas muertos y comprados, el Papa con diez ratas en la boca, la rata deforme del rey ebrio empiezan a luchar contra las bestias |
Contradictio (3) |
El Arno se adelgaza entre mis dedos y dice, al recordarse, baladas del Duecento: Fresca rosa novella, piacente primavera, per prata e per rivera gaiamente cantando vostro fin presio mando – a la verdura Lentamente épocas y épocas pasan por mi vista Me he mirado en este Arno charlando con poetas, siglo XIII, en América peleando por el oro, en el África esclavo de una mina Me he visto en Delfos, en fabla, visionario, venado acostumbrado a ver tortugas, mirando el humo, el siglo en que me muero Oh, estoy lejos, muy lejos de mi patria y mis amigos. Sí, la vida no fue el mar de los mares que esperaba. Digamos, en efecto: no espero regresar a Florencia en mucho tiempo. No espero regresar
Estoy, ahora, mirando en esta orilla, paisajes de otra época soñados en mis ojos. |
|
Hay un lugar frente al Sena adonde bajan a veces mis pensamientos al río. Allí, cerca del puente que lleva al Palais de Chaillot, hay noches en que pienso, me digo, reconcilio, me pienso y me duelen las palomas. De nuevo —una vez, otra, otra— he advertido el horror de la estancia y del regreso. No tengo sitio alguno. No: yo nací para pensar, pero no para pensar demasiado. Nací para crear castillos y creer que eran castillos. Vivir apenas con mis libros, mis amigos, una mujer que ya la oigo. Como no fui otro, suelo habituarme a lo que soy, a cómo vivo.
No es importante, es cierto. Tener pasado y futuro no es demasiado importante. Uno puede llevar, si me permiten, una mujer inolvidable, un verso inolvidable, el Cristo llorando de Antonelli, el Cristo que llora entre mis manos. No es importante, digo. No entiendo —no me explico— por qué debo estar en verde y grises pensando en gastar la última plata, y después la vuelta, el terror, ¿a quién le explico? De pronto, de pronto me parece, casi objeto que no fui derrotado por la vida sino por mí mismo. Yo podría a mi modo inventar el mundo, conquistarlo; yo podría. No lo haré, aunque me importa. Soy éste, el que llora sangrado por su ángel, el que mira en el río su río de escombros. Hubiéramos dado otro cuerpo, otra máscara, otra manera de ver y descubrir el mundo, entonces, entonces madre, amigos, mis hermanos, la felicidad y acaso Dios serían conmigo. |
En mi tiempo la palabra envejece y el sueño también. La sabiduría está crucificada. Un profeta camina en las calles y nadie lo escucha. Pero nada, absolutamente nada es nuevo, ni el mar, ni la historia, ni el pan pudriéndose en el sol de los días. Todos tienen su destino, pero en mí exageró la torpeza, la brutalidad y el ojo cobarde para mirar mi muerte.
|