I ¿Qué apremio me lleva por estas calles de colina perfumadas por la menta y la yerbabuena? ¿hacia qué lugar velado y vedado? ¿hacia qué barracas? ¿dónde celebran los misterios? ¿la Iniciación? ¿la Consagración? los ritos pobres de la Rutina una Conjura empezada tiempo atrás con la fermentación del maíz en la olla de las chichas por estas calles me guía el acoso y azarosamente traspaso los pórticos miro por las hendijas por las cerraduras de puntillas paso por las alcobas entre los cuerpos de las parejas en abrazo camino por los jardines entre geranios entre los lirios allí enterraron los huesos paso entre las alacenas las estanterías atestadas de pan viejo y latas de conserva y libros de cuenta vigilados con celo y veo al ladrón levantar los baúles cruzo por donde acaban los muertos por donde anida la malicia del tahúr y detrás de un biombo donde la madre se enternece el hijo impávido escucha los presagios y hasta mí llegan las palabras testamentarias designan los legados estrafalarios los gobelinós las alhajas los jarrones el reloj de la pared las mantillas una vajilla de porcelana china 68 piezas el anillo de la alianza los brocados y en su estuche sellado la espada y entre los patios y las sábanas tendidas al secado ancianas que se persignan mujeres que doblan la rodilla y rezan y se consuelan y entre ellas se desconsuelan con las muchachas bajo cuyos pechos recién abiertos capullos ya asaltan anhelos y me acosa la música del clarinetista y el traqueteo de las máquinas y los golpes de los martillos empujándome al albur entre soldados que en los días de paz empiojan las tabernas saltando sobre las piernas de los vagabundos que se secan al sol en las plazas vengo a mi Silla a mi lugar en la Mesa y ya en torno están esas almas desoladas de los ebrios en contubernio dudando de la época rumiando su interesado desinterés y escupen tabaco sobre el aserrín oyendo al heraldo que despluma un gallo vivo y afuera es pascua pero cantan tres veces y más su perjurio y reniegan y entre esa multitud Tú Don Quijote con tu adarga y tu sermón haciendo de tu razón locura un don en las fraguas del Entendimiento Tú Don Juan al borde mismo de la tumba soñando en la rosa que aunque efímer en el verso transmuta su esplendor y perdura Tú Doctor Fausto bailarín en la cuerda floja del Tiempo enmascarando longevidad o premura tras la mujer que al deseo aplaque víctima de la voluntad de acción tras las fórmulas tras las formas en la explosiva inquietud del instante yerto tú entre la multitud con el personal demonio danzando adentro. II ¿Y éstas son las tierras de la promesa? arrabales de Eldorado que heló las sangres Eldorado del codicioso del mercader del sicofante país de maravillas patrimonio de la usura Eldorado del pensativo del pusilánime país para el despojo del placentero reposo país de leche y miel país para el engaño sal del vehemente sol de congojas aguardiente y canela en el gaznate para el buscador de tesoros para el buceador de las aguas profundas un valle de huesos secos tendidos sobre la arena y el limo un saco un légamo amarillo y granitos de cuarzo un valle largo con los cuerpos deshechos de los mitayos arrimados a los pencos de cabuya paraje trajinado por la palabrería que soportaron las generaciones de siervos arrumados contra los muros sobre las cruces o ya en procesión o ya en montonera mitigando la pesadumbre en los páramos yermos yéndose de un sitio a otro con las herramientas en los disímiles días del trabajo del hombre ¿Y esta ciudad que parecía perenne ya se derrumba en su nicho? los vientos la acuchillan y restañan las heridas se resguarda de la corrosión en sus sudarios se esconde en traspatios de conventillos donde las ancianas murmuran sus presagios y las jóvenes gimen sin término contra las almohadas qué ganas de bramar en los zaguanes orinados qué ganas de gemir orinando en solemne soledad de pararme sobre los parapetos de las iglesias allí donde los monjes disputaron a espada por las monjas de trepar a los atrios que el diablo trabajó de batir las campanas y proferir un canto. VII
hijo limítrofe del viejo Hijo del Hombre César Vallejo
¿Y acaso no es de mi sangre el Sátiro? conocedor de las fuentes visionario los ojos sanguinolentos del vigía de lo evasivo de lo entrevisto furtivo encantador y encantado persiguiendo en su fiesta de roca en roca una joven piel hasta quebrarse las patas o los cuernos debajo del arco iris ¡macerador de la uva! ¿y no son de mi estirpe los adoradores del fuego los que probaron en las brasas del Conocimiento? nací de ese barro antiguo lejano hijo de aquél que hinchó los pies y escuchó para caer en la red de su destino de aquél que perdió la guerra y salvando el pellejo saltó el cerco huyendo por los mares huyendo del halago y de otros que amamantó la fiera lejano lejano hijo y es de mi estirpe el sereno que recorrió las calles alumbrando rincones donde ebrios y mujerzuelas aún discutían por la paga y por los lechos envuelto en su bufanda quebrantando con su aritmética la duración y el agrimensor que redujo a triángulos abstractos los campos polimorfos el celador de pirámides el curador de la proporción y el astrónomo que dibuja entre los Peces el Cangrejo el Escorpión los caminos sinuosos de los Vagabundos y organiza con sus círculos para el cielo un drama y enloquece con la música de las esferas que sólo su pensamiento escucha anhela pervierte el futuro con sus sospechas interroga al abismo acierta yerra y a su modo reduce los espacios a la medida del hombre y sus fatigas lejano lejano hijo del pensativo que fijara la realidad en lo inmutable y de aquél que se probó en las aguas sin retorno hijo de aquéllos que cambiaron el orden de las cosas de los contemplativos de la abstracción del que coló la duda como método del predicador de buenas nuevas y de las brujas que se achicharran en las hogueras lejano hijo del que pulió las lentes telescópicas del almirante que redondeó la Tierra y de aquéllos que pusieron en juego sus intereses comerciales en la empresa hijo del beduino del fanático que desboca corceles por los desiertos hijo lejano del mercader de incienso y bagatelas del gozador sensual y del escéptico hijo de porquerizos aventureros clérigos del que cruzó los océanos para hacer las Américas hundiendo los cadáveres de los mitayos en las minas y desciende mi sangre por generaciones de ceramistas de los agricultores del maíz y de la papa comedores del cuy benévolos mascadores de la coca a torrentes desciende la sangre como agua indeleble que llueve sin término sobre las rocas de las Cuatro Partes del Mundo entre los muros de las fortalezas y los templos mi sangre de hijo de los guerreros del Empecinadamente Libre del que legó ceniza y hosco silencio al enemigo devengo desde lejos desde el pirata del inquisidor del saqueador del caporal del esclavo arrastrado desde el África con su bongó hijo del tañedor de flauta hijo de amauta hijo de bárbaros y tanto corre por mis venas inquietud anhelo deserción y componenda tanta fatiga y obra comenzaba y no cumplida que levantándome sobre los hombros de gigantes sobre los escombros de las futuras destrucciones aún atisbo el destino de la tribu batallando bajo el Sol. XI
Para María Amparo
Y quizás no seré yo el anciano de quien un pueblo escuche los proverbios ¿quién llegará para escribirlos? ¿tendrá paciencia? ¿y mantendrá la mente clara en medio del acoso de los mercaderes? ¿de la premura de los jóvenes amantes de los cálculos del avaro y de la toga del soberbio de la aritmética siniestra de las grandes empresas de la marcha de los soldados y los negocios del senado? florece mi edad y mientras camino por las calles me detengo en la plaza y escucho la demagogia del hierbatero y la prédica del santo a destiempo el malabarista asombra a los ojos incautos la farsa en la fiesta un milagro ardides que mueven mis pasos peón del ajedrez a quien la torre oculta pronto a perderse en el gambito y he aquí que la rosa se petrifica que el pez naufraga en los guarismos y aún el canto surge a la sombra de las pirámides y aún el canto pregona en el desierto y entre náufragos canto rodado en la fragmentación resistiendo la disolución ¡no hay magia que valga! ¿y esta inobjetable mancha en la frente? la cicatriz de la ceniza de los leños que crepitaron cuando perdiendo la calma entre su música pausada chisporroteante y su fulguración desvariaste en la mitad posible del camino de una vida y el ojo desguarnecido miró en el centro de la llama donde se consumen los tiempos pasados incólumes los reptiles los mártires del pavor edificante graves visionarios purificados de sus pústulas de su error de sus maldiciones ¡que aliento de azufre entre el azafrán y el incienso! XIII ¿No ha de brotar para mí el hechizo de las redomas sin cesar laboradas? ¿acaso en las esencias nada nuevo es posible exprimir? ¿en un lecho confundiré los rojos pájaros del estupor las alas que se estrellan? enloquecido fauno cercano al infortunio procaz cortador de las rosas voraz naturalista fraternal del leopardo bebedor de hidromiel levanta a la luz cenital tu racimo perfuma tu espacio con el capullo efímero si aún no existe contigo un pueblo de recios bebedores en fiestas de la consagración de los campos y las villas si cada cual está a solas en su oficio si está tu abuelo de rostro bíblico sentado en el zaguán en estos parajes calizos los pies magullados y otros como él pétreas estatuillas de la congoja repetido mojón al filo de los caminos si cada uno sostiene sus títulos de propiedad rondando por las tiendas a comprar y a vender si el usurero de pie en su bazar con las alforjas si el mendigo con su jarro a las puertas y obreros de cuero oscuro descifrando el porvenir y mientras tanto buscando un vendedor de refrescos en medio de su propia muchedumbre ¿y el poeta? ¿será escuchado en esta rueda de la dispersión?
|