Ser El primero en llegar.
Bañista olvídame en el mar Que delira y calma la multitud.
El oráculo del gran naranjo
El hombre que lleva la evidencia en sus hombros Conserva el recuerdo de las olas en los depósitos de sal.
Tres personajes de una banalidad comprobada se interpelan con pretextos poéticos diversos (deme lumbre, qué horas tiene, se lo ruego, a cuántas leguas la ciudad más cercana) en un paisaje indiferente y entablan una conversación de la que no nos llegarán jamás los sonidos. Frente a nosotros, el campo de diez hectáreas que yo cultivo, la sangre secreta y la piedra catastrófica. A ustedes no les dejo pensar nada.
Los observadores y los soñadores
Antes de reunirse con los nómadas Los seductores encienden las columnas de petróleo Para dramatizar sus cosechas Mañana empezarán los trabajos poéticos Precedidos del ciclo de la muerte voluntaria El reino de la obscuridad ha hundido la razón el diamante en la mina Madres enamoradas de los mecenas del último suspiro Madres excesivas Siempre cavando el corazón macizo Sobre ustedes pasará indefinidamente el calosfrío de helechos de los muslos de bálsamo Las conquistarán Se acostarán Solos en las ventanas de los ríos Los grandes rostros iluminados Sueñan que nada es perecedero En su paisaje carnívoro.
Todos compañeros de cama florecientes en el sueño de hoy fraternal Sobre él descansan y vigilan sus herramientas infranqueables conquistas sobre la pereza y la hazaña del trabajo Tiempos vomitados ellos se desplazaban dóciles a los puestos de avance de la nada temiendo el sórdido entorno Proveedores de oro aunque apenas menos endebles que una mota de grama en una hectárea sin cultivar Abrazan este presente digno de ellos Que les corta un futuro de señores La aventura del descanso ya no está marcada por sudores de las irresistibles golosinas de basura Ya no cruzan ellos la pendiente filosa de la falsa aurora cubierta de fósiles celestes y de alforjas de lágrimas Donde fatalmente el amor se transmutaba en lodo y la esperanza en carga Cabeza de cordero sangrante el corazón había perdido toda su lana Y de horror en horror llega la belleza popular a los relojes inocentes Así tardaba en subir por los pliegues de gavilán el plomo inexplicablemente enamorado del conocimiento de sus presas Visión del desvío significada en el sencillo encadenamiento que embarrica la injuria para proteger su crecimiento insoportable La pútrida la azur la sanguinaria mordida en las caderas amante de los frenos Nosotros consagramos un zarzal carnívoro al aderezo de su pequeñez atractiva A cada quien su calor y el sol para todos gastado o sucios La brasa se mantiene erecta cuando las babosas se empeñan en las flamas Odio te partiremos la roca antes de caer de rodillas Queridos acostados que trajeron la sangre prestigiosa hasta las alturas donde ya casi no se ven verduras Ustedes retomarán pronto en el estuche de sus leyes el lugar caliente que nosotros ocupamos un instante Mejor Ustedes nos impondrán la prohibición ustedes maltratarán nuestros rostros hieráticos Es exacto el oasis empieza a brillar más allá de la degollación del mar vegetante guiñapo teatral Nuestra lengua común en la eternidad bajo el techo guardián de nuestras luchas es el sueño ese esperanto de la razón Nosotros no toleramos ser interrumpidos por la fiereza farsante de una voz Nosotros no nos declararemos vencidos cuando en el hombre de pie el mal flota y el bien naufraga
¿Eres tú mi mujer? ¿Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente? La hipnosis del fénix ambiciona tu juventud. La piedra de las horas lo vistió con su hiedra. ¿Eres tú mi mujer? El año del viento donde guerrea una vieja nube hace nacer la rosa, la rosa de la violencia. Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente. El combate se va dejándonos un corazón de abeja sobre nuestras tierras, la sombra despierta, el pan ingenuo. La velada avanza lentamente hacia la inmunidad de la Fiesta. Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente.
Ahora desaparece mi cortejo, de pie en la distancia; La dulzura del número acaba de destruirse. Adiós a ustedes, mis aliados, mis violentos, mis indicios. Todo se los lleva, tristeza obsequiosa. Amo. El agua es pesada a un día del venero. La parcela bermeja franquea sus lentas ramas a tu frente, dimensión tranquilizada. Y yo semejante a ti, Con la paja florecida al borde del cielo gritando tu nombre, Destruyo los vestigios, Herido, sano de claridad. Cinturón de vapor, multitud suavizada, divididores del temor, toquen mi renacimiento. Pared de mi duración, renuncio a la ayuda de mi amplitud venial; Yo lleno de árboles el expediente de mi morada; entorpezco el primor de las supervivencias. Quemándome de soledad rural, Evoco el nado en la sombra de su Presencia. El cuerpo desierto, hostil a mezclarse, ayer, se había vuelto hablante negro. Ocaso, no te maravilles, cae tu maza de congojas, agrio sueño. El escote disminuye los huesos de tu exilio, de tu esgrima; Tú vuelves fresco el servilismo que se devora la espalda; Rocío de la noche, detén esa carreta lúgubre De voz vidriosa, de partidas lapidadas. Pronto sustraído al flujo de las lesiones inventivas (El pico del águila lanza alto la sangre abierta) Sobre un destino presente yo llevé mis franquezas Hacia el azur multiválvula,* la disidencia granítica. ¡Oh bóveda de efusión sobre la corona de su vientre, Murmullo de dote negra! ¡Oh movimiento agotado de su dicción! Natividad, guía a los insumisos, que descubran su base, La almendra creíble del mañana nuevo. La noche ha cerrado su llaga de corsario donde viajaban los cohetes vagos entre el miedo sostenido de los perros. En el pasado las huellas de duelo sobre tu rostro. Vidrio inextinguible: mi aliento ya aflorando la amistad de tu herida, Armaba tu realeza desapercibida. Labios de neblina descendió nuestro placer de umbral de duna, de techo de acero. La consciencia aumentaba el atavío estremecedora de tu permanencia; La sencillez fiel se extendió a todas partes. Franquicia de la divisa matinal, muerta-estación de la estrella precoz, Yo corro hasta el final de mi cúpula, coliseo sepultado. Basta de besar las crines núbiles de los cereales: La cardadora, la obstinada, nuestros confines la someten. Basta de maldecir la bahía de los simulacros nupciales: Toco el fondo de un retorno compacto. Riachuelos, soplo de los muertos cavernosos, Ustedes que siguen el cielo árido, Mezclen sus pasos a las tormentas de quien supo sanar de la deserción, Dando contra sus estudios salubres. En el seno del techo el pan sofoca para llevar corazón y luz. Toma, Mente mía, la flor de mi mano penetrable, Siente el despertar de la obscura plantación. Yo no veré tus costados, esas parvadas de hambre, secarse, llenarse de zarzas; Yo no veré la langosta sucederte en tu invernadero; Yo no veré a los paseantes inquietar el día que nace; Yo no veré la raza de nuestra libertad servilmente bastarse. Quimeras, hemos subido al altiplano. El sílex tiembla bajo los sarmientos del espacio; La palabra, cansada de derrotar, bebía en el embarcadero angélico. Ninguna salvaje sobrevivencia: El horizonte de los caminos hasta donde nace el rocío, El íntimo desenlace de lo irreparable. He aquí la arena muerta, he aquí el cuerpo salvado: La Mujer respira, el Hombre está de pie.
Hojas de hipnos
1 En la medida de lo posible, enseña a ser eficaz, para el objetivo por alcanzar pero no más allá. Más allá es humo. Donde hay humo hay cambio. 5 No pertenecemos a nadie sino al punto luminoso de esta lámpara desconocida por nosotros, inaccesible a nosotros que mantiene despierta la valentía y el silencio. 12 Lo que me ha traído al mundo y lo que de él me expulsará, no interviene sino en los momentos en que soy demasiado débil para resistírmele. Anciana cuando yo nací. Joven desconocida cuando moriré. La única y la misma Pasante. 15 Los niños se aburren el domingo. Passereau propone una semana de veinticuatro días para descuartizar el domingo. O una hora de domingo que se agregue a cada día, de preferencia, la hora de las comidas, porque ya no hay pan seco. Pero que ya no le hablen del domingo. 28 Hay un tipo de hombre siempre adelante de sus excrementos. 31 Escribo brevemente. No puedo siquiera ausentarme mucho tiempo. Extenderse llevaría a la obsesión. La adoración de los pastores ya no es útil al planeta. 34 Cásate y no te cases con tu casa. 35 Ustedes serán una parte del sabor del fruto. 44 Amigos, la nieve espera la nieve para un trabajo simple y puro, en el límite del aire y de la tierra. 46 El acto es virgen, incluso repetido. 81 La aquiescencia ilumina el rostro. El rechazo lo embellece. 117 Claude me dice: “Las mujeres son las reinas del absurdo. Entre más se compromete un hombre con ellas, más complican ellas este compromiso. Desde el día en que me volví ʻpartisanoʼ, no he vuelto a ser desdichado ni a estar decepcionado...” Ya habrá tiempo para enseñarle a Claude que uno no esculpe su vida sin cortarse. 131 A todas las comidas comunes, invitábamos a la libertad a sentarse con nosotros. El lugar continúa vacío pero el cubierto continúa puesto. 184 Curar el pan. Sentar a la mesa el vino. 224 Hace tiempo, en el momento de ir a la cama, la idea de una muerte temporal durante el sueño me tranquilizaba; hoy en día, me duermo para vivir algunas horas.
Los encajes de Montmirail [Fragmentos]
Parece ser el cielo el que tiene la última palabra. Pero la pronuncia en voz tan baja que nadie lo oye nunca. Sólo tenemos un recurso con la muerte: hacer arte antes que ella.
Contravenir
Obedezcan ustedes a sus cerdos que existen. Yo me someto a mis dioses que no existen. Seguiremos siendo inclementes.
Hambre roja
Estabas loca. ¡Hace tanto tiempo! Te moriste, un dedo frente a la boca, En un movimiento noble, Para cortar de tajo la efusión; En el sol frío de un verde reparto. Eras tan bella que nadie se dio cuenta de tu muerte. Más tarde, de noche, te pusiste en camino conmigo. Desnudez sin desconfianza, Senos podridos por tu corazón. A sus anchas en este mundo ocurrente, Un hombre que te había estrechado en sus brazos, Vino a la mesa. Sé bien, tú no eres.
Juramento
En las calles de la ciudad está mi amor. Poco importa a dónde va en el tiempo dividido. Ya no es mi amor, cualquiera puede hablarle. Ya no se acuerda; ¿quién pues la amará? Busca a su semejante en el deseo de las miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja la esperanza y ligera la despide. Es preponderante sin comprometerse. Yo vivo en el fondo de él como una chatarra feliz. Sin que él lo sepa, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano donde se inscribe su impulso, mi libertad lo ahonda. En las calles de la ciudad está mi amor. Poco importa a dónde va en el tiempo dividido. Ya no es mi amor, cualquiera puede hablarle. Ya no se acuerda; ¿quién pues la amó y lo ilumina de lejos para que no caiga?
Cepa
El despertar al cambio, la conquista, la promesa, la represión. La aventura fue de punta a punta dolorosa, masa iluminada lunarmente. ¡Cómo vivir después de eso! Al escalofrío de la corteza terrestre, hombres y mujeres exangües sucedían. Los esclavos tienen necesidad de esclavos para exhibir la autoridad de los tiranos.
París sin salida
Calle de Sèvres Una puerta de garage antes de la tienda Le Tournis, Mediodía, y el verano Sobre el asfalto suspende todos los impulsos. Una joven mujer, La línea de sombra de su falda desnuda Es cómplice de su cuerpo encantador, Persigue un sueño despierto, Sentada en la piedra misma del umbral. Yo la llamo Lectora de las doce adormideras blancas, Meridiana, Aunque todavía tenga los ojos muy abiertos Y los dedos simétricos Mientras hojea su libro ausente, Permanece, la pierdo. Sin tardanza, en la siguiente calle Sílaba de eco, amante precipitada.
Canción de los pisos
Es de día con la reina. Es de noche junto al rey. Ya canta la reina. Apenas duerme el rey. Las sombras que lo encadenan, Una a una, las ve él. La mirada de la reina En ellas no se detiene. El destino que las lleva, Y que hace temblar al rey, No turba un punto a la reina. Allá abajo brilla el mar, Y, al ritmo de sus venas, Aquella que fue a quemar, Ola de mismas arenas. Oh las jornadas serenas, ¡ustedes no son del rey! El recuerdo de un roble Sobre su frente de preocupación Pone clara mancha noble. Fue en otra vida Donde despertó la reina Contra el corazón del rey. Ah, cierra tu palacio O sube por sus pisos Tímido soberano. Comprenderás por qué Sobre una roca salvaje La reina apoya su seno. Entenderás por qué Y te consolarás.
Los inventores
Llegaron, los habitantes del bosque de la otra ladera, los desconocidos para nosotros, los rebeldes a nuestras costumbres. Llegaron y eran muchos. Su grupo apareció en la línea que divide los cedros Del campo de la vieja cosecha ahora irrigado y verde. La larga caminata los había agitado. Sus gorras ajustadas sobre sus ojos y sus pies bruñidos se posaban en el baldío. Nos vieron y se detuvieron. Aparentemente no esperaban encontrarnos ahí, Sobre tierras fáciles y surcos bien cerrados, Completamente despreocupados de una audiencia. Levantamos la frente y los animamos. El más elocuente se acercó, después otro igualmente desarraigado y lento. Venimos, dijeron, a prevenirlos de la llegada inminente del huracán, su implacable adversario. Tal como ustedes, nosotros tampoco lo conocemos Más que por las relaciones y las confidencias de los ancestros. ¿Pero por qué estamos incomprensiblemente felices frente a ustedes y repentinamente como niños? Les dijimos gracias y los despedimos. Pero antes bebieron, y sus manos temblaban, y sus ojos reían en las comisuras. Hombres de árboles y de golpes, capaces de hacer frente a cualquier terror, pero inaptos a conducir el agua, a alinear las construcciones, a cubrirlas de colores agradables, Ignoran el jardín del invierno y la economía de la alegría. Cierto, pudimos haberlos convencido y conquistado, Pues la angustia del huracán es emotiva. Sí, el huracán iba a venir pronto; ¿Pero valía la pena que hablásemos de él y que molestásemos el porvenir? Ahí en donde estamos nosotros, no hay ningún temor urgente.
De 1943
Has gozado bastante de nuestras almas, ¡Oh viejo sueño de la putrefacción! Desde entonces, Luna tras día, Viento tras noche, Ligeros o fuertes, Te esperaremos.
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