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De Los cuadernos del destierro (1960)
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He resuelto mis vínculos.
Ya soy uno. Porque ésta que ahora comienza es la temporada magnífica de la claridad donde sólo existe el haz indivisible de la amorosa conjunción. Ahora mi corazón silbante, clarividente y numeroso riega sus sentencias prenatales, sus aromas yodados, sus impaciencias pueriles, sus rumores de moscardón sobre la cebada, sus tinieblas fieles en la crueldad de estos parajes poblados por oscuros habitadores que suelen entregarse con frenesí a los desapacibles dioses de la espuma. No obstante me irrita el tardío lienzo de los alcatraces porque no puedo descifrar su idioma. En cambio me place el jardín de los soberanos donde habitan en espejos incomunicables los que han sido desterrados del amor. Fatídico, doble, sensual, echadas ya las cuentas para mis logros futuros, me he desposado con un nuevo esplendor. Fue el reino de las aguas. Hice mis particiones. Aguas en la memoria, absolutas como los desiertos, solamente el silencio del oro en el follaje puede compararse con su espíritu. Osaré recrearme en la evocación. Isla, deleitable antífona. Horma de los cuatro puntos. Asilo de los vientos sin paz. Adelantándome y retrocediendo como un preludio abro las tierras moradas. Una naranja resplandeciente, sola, sobre un lienzo como un deseo. La rama menos transparente de una constelación. Un vaso de ron en las manos de un galeote. Un viaje. El monumento de la sal. Una flecha que se dispara sola. El beso, el ayuntamiento, el éxtasis y la culminación. Los supremos vaivenes de las aguas irredentas. Una colmena donde se oculta un arcoiris. El rebaño de los puentes cuando el día cesa. Nuncios de autodestrucción. Un final. Aquel alocado parloteo de los loros. Las salpicaduras de los bañistas. La hamaca que se balancea. Tomorrow. "Yo quería separarme de él. Te lo juro. Amenazó con matarme. No me dejes.” Los dados de la noche. Danzas frenéticas de seres que olvidaban 362 días del año. Sofocos de bailarines. Horóscopo. Aries. Persona hiperestésica, desconfiada, buen natural, deshilvanada. Una mano que se tiende. Alambradas. En torno el Orinoco. Impasible vampiro. Una carta que promete ventura. Gloria con un conejo sobre el regazo. Kid. Otros. Mi frente que se enferma en los ojos de los ciegos. Drop me by the corner. Calles zumbantes. Civiles multicolores. Dominio del verde. El rostro de un verdugo en la taza de té. Aves, aves, aves celéreas, breves, intonsas. Adolescentes como lanzas de ébano. Una ciudad arrojándome del amor. No maternal, pero ama de llaves órficas y otras filiaciones. Gobernadores de las ciénagas. Ablaciones. Lutos seminales. Torres de caoba. Jazz bajo la noche blanca del Mar Caribe. Carrousel. Un lugar donde las brujas entierran a los niños abortados. Tabletas para matar. Pero allí hay, sin duda, un lugar bondadoso. Calles manchadas de fluidos vegetales, de baba ebria, de sexo negro, de mugres provisionales, de hálitos sacros, de africanas flexiones, de alas de loto, de mandarines venidos a menos, de dragones rotos, de fosforescencias de tigra, de aires balsámicos de amplios valles búdicos. Una mezquita que se baña al sol en las colinas. Aguas lustrales de una edad sólo divisible por potestad sin denominación. Armaduras de guerreros ya superados, en un museo. Salvation Army. Ellos nos salvarán de la misericordia divina, de estos jirones de sangre al mediodía, de este violento traje de días blancamente feroces, de la hoja de puñal, de las vestimentas crueles, del falso amor, de la pupila fija de los ahorcados, de la pieza no cobrada, de la sangre en la camisa, de la tierra que sube un milímetro cada día como cicuta, de los buques fantasmas, del santo suicidio, de la prostituta coloreada hasta las doce y luego carne fláccida de recién nacido, de la media luz o media oscuridad, de las auroras débiles, de los ídolos de bronce sobre el mar, de las respuestas a las interrogaciones y viceversa, del sueño donde se hunden bajeles blancos, de las profecías, encantamientos, idus, dilapidaciones. |
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He entrado a región delgada.
Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina. Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales. Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos, los mendrugos cargados de relámpagos. Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige. Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre. Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una tribu oscura embalsama un clavel. Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva. |
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Una manzana de luz se reparte en heridas de cristal.
Los días lucen desterrados. Todo aquí es génesis. ¡Oh! azogada pradera, si no sombra de diluvio, ¿qué eras cuando los días no se marchaban? En estos espacios la claridad me lleva de la mano bajo aves ligeras. Éste es el sitio que la arena sepultó en la siesta del tiempo. Aquí el verdor reconquista el reino de los encantadores de neblina. Por las vértebras de sal de la noche bogan los mendigos. Los transeúntes buscan sus almas solos. Por entre árboles morados ángeles negros tocan la noche de cuero de cocodrilo. El cielo se pega a la costra de los vegetales. Un pueblo aplastado por las pezuñas de la luna desentierra voces sepultadas por marejadas de exilio. Un adolescente oscuro mira desde un trono de luciérnagas el paso de las cebras como cordón de brasas. Pasa un elefante herido. Bajo este cielo de cerámica, ritual, sólo un espejo de arena donde se miran ojos cenicientos de víctimas inútiles. |