A Eunice Odio
I Amanece en el mundo De un sobresalto uno despierta con la certeza de que el día anterior llovió toda la noche sobre la misma piedra y de que el viento horizontal depositó al primer pájaro del día en el árbol más alto Y uno no sabe qué hacer ante la realidad que todavía comienza si entristecerse llorar o descargar la cólera temprana sobre el día o simplemente sentarse y desde allí mirar cómo pasa la vida II
A Carlos Eduardo Turón
Como una procesión de mariposas se abre el día El Sol el más alto vigía de la luz es el primer testigo (Dios desde su bola de cristal da la cara la de siempre al mundo) El Sol de sí mismo desciende y crece como todos los muertos hacia abajo con sus lenguas de fuego (Dios como por no dejar nombra a todas las cosas de rutina) Es la primera visión relampagueante El aire abre sus puertas y ya están todos de pie sobre la tierra
III El primer estallido de la noche deshizo la memoria Estabas en una ciudad donde la música de los violines era trizada por el aire La luz imperceptible casi negra decoloraba tu mirada y el cielo hacía llover su más límpido goce: su estatura La noche altamente brillaba Entre todas las cosas tú eras lo más puro IV Lenta es la noche A ratos se oyen como un silbido nuestras pisadas en la alfombra Son los preparativos para el amor El lecho como una cripta aguarda De pronto el peso de nuestros cuerpos desnudos lo aligera ¡Ah! nuestros cuerpos enlazados principian al mundo y una vez más somos los primeros habitantes de la tierra los que en estos momentos no haremos descendencia y dejaremos aquí grabados en blanco nuestros nombres Pero tú y yo como todos los demás no escribiremos la historia Será la misma siempre comenzada y siempre siempre repetida V Yo había dado mi corazón a que lo devoraran las hormigas cuando una mano —tu mano jovencísima— vino a poner sobre mi corazón su tacto humedecido VI Eras toda la luz reunida en un vaso de obsidiana. Cuerpo a cuerpo: espejo perfecto. Puse mi mano sobre tu desnudez y se hizo noche. Dios, momentáneamente, quedó ciego y fuimos uno, dos, tres, ay, tantos fuimos. Al amanecer quedamos huérfanos del mundo. Y todos los días, como la vida, empezamos a partir de cero. VII Adolescente cuerpo mío Desciendo a ti y un ligero temblor de tierra espiga el final de la música cede a mi voluntad En ti me ensueño Cuerpo Durazno Pan
VIII Entreabriste tus ojos de sol enarenados y la mañana perezosa abrió sus alas IX Claroscuro de ti voy desnudo sobre la luz sin esta piel sin tacto Llego al territorio del alba —la infancia del día Por encima del sol todavía te miro Vengo sin mí pero contigo dentro X No abras de nuevo ese postigo donde noche a noche merodea mi voz y tu silencio de cristal hace añicos al viento ni permitas el paso del vestigio de luz al trillar la mansedumbre en el laúd último del día que te aguarda enmudecido En el claror intermitente morará una tímida sonrisa deshielada abandonada al azar en un sitio extraño y olvidado Y en el soledoso recinto ensordecido de objetos familiares guarda esta flor negra y nauseabunda del amor raída opulencia de la muerte XI Estos ojos aún son los que te vieron aquella tarde en el jardín XII No digas que no te quiero si te olvido un día El olvido es la memoria fiel del tiempo
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