De Páramo de sueños (1944)
A una flor inmersa
Cae la rosa, cae atravesando el agua, lenta por el cristal de sombra en que su tallo ahoga; desciende imperceptible, clara, ingrávida, pura y las olas la cubren, la desnudan, la vuelven a su aroma, hácenla navegante por la savia que de la tierra nace y asciende temblorosa, desborda la ternura de su tacto en verde prisionero, y al fin revienta en flor como el esclavo que de noche sueña en una luz que rompa los orígenes de su sueño, como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota que moja con su vaho la corriente destrozando su imagen. Cae más aún, cae más allá de su savia, sobre la losa del sepulcro, en la mirada de un canario herido que atreve el último aletazo para internarse mudo entre las sombras. Cae sobre mi mano inclinándose más y más al tacto, cede a su suavidad de sábana mortuoria y como un pálido recuerdo o ángel desalado pierde una estela de su aroma, deja una huella: pie que no se posa y yeso que se apaga en el silencio.
En la orilla del silencio
Ahora que mis manos apenas logran palpar dúctilmente, como llegando al mar de lo ignorado, este suave misterio que me nace, túnica y aire, cálida agonía, en la arista más honda de la piel, junto a mí mismo, dentro, ahí donde no crece ni la noche, donde la voz no alcanza a pronunciar el nombre del misterio. Ahora que a mis dedos se adhiere temblorosa la flor más pura del silencio, inquebrantable muerte ya iniciada en absoluto imperio de roca sin apoyo, como un relámpago del sueño dilatándose, candido desplome hacia el abismo unísono del miedo. Ahora que en mi piel un solo y único sollozo germina lentamente, apagado, con un silencio de cadáver insepulto rodeado de lágrimas caídas, de sábanas heladas y de negro, que quisiera decir: "Aún existo." Comienzo a descubrir cómo el misterio es uno nadando mutilado en el supremo aliento de mi sangre, y desnudo se afina, agudiza su sombra para cavar mi propia tumba y decirme la fiel palabra que sólo para mí conserva escondida, cuidada rosa fresca: "Eres más mío que mi sombra, en tus huesos florezco y nada hay que no me pertenezca cuando a tientas persigo, destrozando tu piel como el invierno frío de la daga, el vaho más cernido de tu angustia y el poro más callado de tu postrer silencio." Entonces me saturo de mí mismo porque el misterio no navega ni crece desolado, como germina bajo el aire el pájaro que ha perdido el recuerdo del nido allá a lo lejos, sino que es piel y sombra, cansancio y sueño madurados, fruta que por mis labios deja el más alto sabor y el supremo silencio endurecido. Y empiezo a comprender cómo el misterio es uno con mi sueño, cómo me abrasa en desolado abrazo, incinerando voz y labios, igual que piedra hundida entre las aguas rodando incontenible en busca de la muerte, y siento que ya el sueño navega en el misterio.
Poema de amorosa raíz
Antes que el viento fuera mar volcado, que la noche se unciera su vestido de luto y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo la albura de sus cuerpos.
Antes que luz, que sombra y que montaña miraran levantarse las almas de sus cúspides; primero que algo fuera flotando bajo el aire; tiempo antes que el principio.
Cuando aún no nacía la esperanza ni vagaban los ángeles en su firme blancura; cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios; antes, antes, muy antes.
Cuando aún no había flores en las sendas porque las sendas no eran ni las flores estaban; cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, ya éramos tú y yo.
Diálogo con un retrato
Surges amarga, pensativa, profunda tal un mar amurallado; reposas como imagen hecha hielo en el cristal que te aprisiona y te adivino en duelo, sostenida bajo un mortal cansancio o bajo un sueño en sombra, congelada. En vano te defiendes cuando tus ojos alzas y me miras a través de un desierto de ceniza, porque en ti nada existe que delate si por tu cuerpo corre luz o un efluvio de rosas, sino temor y sombra, la caída de una ola transformada en un simple rocío sobre el cuerpo. Y es verdad: a pesar de ti desciendes y no existe recuerdo que al mundo te devuelva, ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos. Eres como una imagen sin espejo flotando prisionera de ti misma, crecida en las tinieblas de una interminable noche, y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas y en un soñar ternuras y silencio. Sólo mi corazón te precipita como el viento a la flor o a la mirada, reduciéndote a voz aún no erigida, disuelta entre la lengua y el deseo. De allí has de brotar hecha ceniza, hecha amargura y pensamiento, creada nuevamente de tus ruinas, de tu temor y espanto. Y desde allí dirás que amor te crea, que crece con terror de ejércitos luchando, como un espejo donde el tiempo muere convertido en estatua y en vacío. Porque ¿quién eres tú sino la imagen de todo lo que nutre mi silencio, y mi temor de ser sólo una imagen?
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