Góngora
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo, El poeta cuya palabra lúcida es como diamante, Harto de fatigar sus esperanzas por la corte, Harto de su pobreza noble que le obliga A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras, Más generosas que los hombres, disimulan En la común tiniebla parda de las calles La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje; Harto de pretender favores de magnates, Su altivez humillada por el ruego insistente, Harto de los años tan largos malgastados En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso, Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso. Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie Si no es de su conciencia, y menos todavía De aquel sol invernal de la grandeza Que no atempera el frío del desdichado, Y aprende a desearles buen viaje A príncipes, virreyes, duques altisonantes, Vulgo luciente no menos estúpido que el otro; Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente Que el alba desvanece, a amar el rincón solo Adonde conllevar paciente su pobreza, Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa, Dejándole la amarga, el desecho del paria. Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo, La fuerza del vivir más libre y más soberbio, Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes Traslúcidas de oro allá en el cielo alto. Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía Las piedras de los otros, salpicaduras tristes Del aguachirle caro para las gentes Que forman el común y como público son arbitro de gloria. Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte. Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta, Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos. Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas, No gustó de él y le condena con fallo inapelable. Viva pues Góngora, puesto que así los otros Con desdén le ignoraron, menosprecio Tras del cual aparece su palabra encendida Como estrella perdida en lo hondo de la noche, Como metal insomne en las entrañas de la tierra. Ventaja grande es que esté ya muerto Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden Los descendientes mismos de quienes le insultaban Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito, Sucesor del gusano, royendo su memoria. Mas él no transigió en la vida ni en la muerte Y a salvo puso su alma irreductible Como demonio arisco que ríe entre negruras. Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido; Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado; Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros), Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
(Como quien espera el alba)
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