La amante de Varsovia
Hace aproximadamente diez años se presentó en el Museo Nacional de Varsovia una exposición retrospectiva de mi trabajo. No pude asistir a la apertura. Tenía que terminar unas obras que me habían pedido para la Documenta de Kassel y hacer unos dibujos para la revista francesa Connaissance des Arts. Todo esto me obligaba a permanecer en mi estudio parisiense de la calle Lord Byron. Sin embargo mucho del éxito de esa muestra se debió a mi amistad con una polaca: Elzbieta Dzikowska, a quien conocí hace muchos años cuando me visitó en mi estudio de la colonia Del Valle para hacerme una entrevista para Kontynenty, que se publica en Varsovia. Aquella vez llegó acompañada del director de teatro Ludwig Margules, quien fungió como intérprete. Era la primera vez que Elzbieta venía a México y no hablaba español. Dos semanas después me llamaría por teléfono para despedirse y la conversación que tuvimos fue en español. Quedé sorprendido de su talento excepcional para los idiomas. Poco después regresó a México, y en mi casa conoció al entonces Presidente de México, Luis Echeverría, a quien después acompañaría en varias giras y publicaría muchas entrevistas que tuvo con él. Elzbieta fue prácticamente mi comisaria en la exposición que se presentó en Varsovia y movilizó la prensa para que se ocupara de ella. Cuidó también que la instalación fuera óptima. Casi todos los días recibía alguna carta de ella dándome pormenores de lo que pasaba y me enviaba recortes de prensa y cartas que se recibían en el museo dirigidas a mí. En el tiempo que la exposición estuvo abierta una mujer, que se llamaba Danuta, me escribió tarjetas y cartas casi a diario. Elzbieta me las hacía llegar en los paquetes. Las conservé sin leerlas en París —no había quién me las tradujera— en un cofrecito mexicano que tenía en mi mesa de trabajo. Las cartas venían perfumadas y estaban escritas en una caligrafía perfecta, que, sin embargo, note que iba sufriendo poco a poco una transformación. Los últimos comunicados estaban escritos con cierto descuido y los trazos eran temblorosos. No sé por qué pero cada vez quema llegaba un paquete de Varsovia, lo primero que hacía era buscar las cartas de Danuta, cuya escritura me resultaba indescifrable. Sin embargo la insistencia de escribirme, las alteraciones que sufría la letra, me llevaron a imaginar que algo grave le sucedía a aquella mujer de quien nada sabía. En una ocasión le pregunté por teléfono a Elzbieta si sabía quién era la misteriosa corresponsal. Me contestó que no sabía nada de los admiradores anónimos que me escribían diario. Ella sólo recogía la correspondencia del museo y no miraba ni siquiera el nombre de los remitentes. No quise que abriera las cartas de Danuta cuando éstas llegaban, pues pensaba que podrían contener algo personal y secreto que sólo debía ser conocido por mí. Ya encontraría en París a alguien, que con la mayor reserva, me revelara el contenido de las cartas. No exagero, en dos meses tenía coleccionadas en mi cofrecito 50 cartas y diez tarjetas de Danuta. Yo le respondía enviándole catálogos de mis exposiciones con un saludo escrito en francés. Todas las noches, antes de irme a la cama, miraba las cartas y aspiraba su perfume. Imaginaba que esas palabras incomprensibles para mí, eran expresión de una pasión amorosa, nacida ante la contemplación de mi obra. De vez en cuando Bertha, miraba el contenido del cofrecito y sin darle mucha importancia me decía que ya eran muchas las cartas que me había enviado “la amante de Varsovia”. Cuando terminé mis compromisos en París, gestioné a través de Elzbieta un viaje a Polonia. Fui invitado por el gobierno de ese país y el viaje lo hice en compañía de mi hija Ximena. Pedía que en mi programa se incluyera una permanencia de tres días en Krakovia y mostré también interés en visitar Auchswitz. Cuando llegué a Varsovia ya estaba mi exposición cerrada pero el impacto que había causado en los artistas polacos había sido muy grande. Pude confirmarlo cuando los visité en sus estudios y en la Sociedad de Artistas Plásticos de Polonia. El gobierno había puesto a mi disposición un intérprete que hablaba el español por haber vivido algunos años en Cuba. Él nos llevó a Ximena y a mí a Krakovia y a Auchswitz. Fue una experiencia terrible visitar este ex campo de exterminio. Esa noche, en nuestro cuarto del hotel Orbi en Krakovia, Ximena se pasó abrazada de mí llorando sin consuelo. Ni ella ni yo pudimos dormir. Ya en la madrugada dibujé algunos autorretratos en el hotel, en los que expresé toda la angustia que me había producido contemplar ese museo del horror con sus vitrinas escalofriantes, donde pueden verse montañas de cabellos, anteojos y maletas de aquellos judíos que llegaron allí para encontrar la muerte. Por ser invitado especial se me permitió visitar los archivos y revisar documentación que muy pocos conocen… En casa de Elzbieta Dzikowska conocí a Román Samsel, quien me hizo una larga entrevista, que después publicó en un libro titulado Bunt i Gwalt, que recoge testimonios de artistas latinoamericanos como Pablo Neruda, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, Julio Cortázar y otros. Las cartas de Danuta no las llevé pero sí su dirección. Después de la entrevista con Román, que había sido durante el almuerzo, le pedí a mi guía que me llevara a esa dirección. A Ximena la paseaban ese día por la ciudad los hijos de unos amigos. Nos veríamos hasta la noche para cenar. La misteriosa Danuta vivía en un suburbio de Varsovia. Su apartamento estaba en el tercer piso de una casa estropeada. Eran de esos pocos edificios que se habían mantenido en pie durante el bombardeo de Varsovia. Tocamos la puerta y una mujer nos abrió: era Danuta. Mi guía le explicó quién era yo y ella me abrazó llorando. Nos hizo pasar. Vivía sola. Era viuda desde hacía algunos años, y sin ser muy joven, conservaba una figura espléndida y su rostro era hermoso. Haciendo caso omiso del guía me tiró sobre un sofá y me apretaba sobre su cuerpo. Besaba mi cara y mis manos. Me decía palabras incomprensibles para mí. El intérprete se mantenía a prudente distancia. Yo hubiera preferido que se acercara para que pudiera decirme en español todas aquellas palabras que brotaban de Danuta de modo incontenible. Yo sentía hacia aquella mujer una gran simpatía. Bruscamente se levantó y jalándome de la mano me llevó para que viera el resto del apartamento. En su recámara, pude ver el cartel de mi exposición en el Museo, así como muchas fotos mías que había arrancado de los catálogos que desde París le había enviado. No exagero si digo que Danuta había instalado un altar encima de su cama para tenerme presente y adorarme. Digo esto porque el recinto estaba iluminado con múltiples veladoras, colocadas ellas debajo de mis imágenes. Me pidió que la amara. Había llanto y súplica en su mirada. Una hora después dejé la casa de Danuta. Tuve que despertar a mi guía, a quien encontré profundamente dormido en el sillón donde se había quedado. Danuta me entregó una carta que estaba fechada tres días antes. Con señas me dio a entender que no quería que me la tradujera nadie de Polonia. La guardé en la bolsa de mi abrigo. Ya en París, llamé a Marek, amigo polaco de Juan Soriano para que me tradujera las cartas de Danuta. No lo había hecho antes, porque Marek había estado ausente de la ciudad. A su espléndida casa del Boulevard San Martin le llevé el cofrecito donde guardaba el papel que Danuta me había entregado al despedirme de ella. En sus cartas Danuta me hablaba de la impresión que mi exposición le había producido. Mientras la exposición estuvo abierta no dejó de visitarla un solo día, e incluso suspendió la asistencia a su empleo para poder pasarse horas enteras en el museo. Frente a mis obras tomaba su almuerzo. Cuando la exposición cerró sintió un dolor terrible: era como si hubiera perdido al amante, según expresaba en una de las cartas que escribió con rasgos temblorosos. En la última carta que me entregó al despedirse me comunicaba algo terrible: su decisión de quitarse la vida. Pedí a Marek que me dejara usar su teléfono. Hablé con alguno de mis amigos en Varsovia. Expliqué lo que sucedía. Pedí que se comunicaran de inmediato a la casa de Danuta. Di el teléfono de Marek para que me llamaran cuando tuvieran noticias. Esperé dos horas. Han pasado ya algunos años y al recordar a Danuta me vuelve el mismo desconsuelo.
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