Material de Lectura

 

Nota introductoria

 
 

 

Genaro Estrada (1887-1937) nació en Mazatlán Sinaloa. Su infancia transcurrió en El Rosario donde vivían su abuela materna y sus tías, y en Culiacán, donde estudió preparatoria. Pronto descubrió el amor por la letra impresa y la afición por las labores tipográficas. La imprenta de un pariente suyo y El Monitor fueron su escuela. Una lo familiarizó con tipos, cajas y tintas; otro le dio oportunidad de ser jefe de redacción y de escribir editoriales y artículos diversos. En 1911 hizo su primer viaje largo. Estuvo tres meses en la ciudad de Los Ángeles que le serviría de marco para escenas de Pero Galín, lo cual indica que la experiencia le dejó huella. Al regresar, El Diario le publicó una serie de crónicas. Había recorrido el Estado de Morelos y reseñaba enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y las Zapatistas.

Con Enrique González Martínez fundó la revista Argos de la que salieron sólo seis números; pero no abandonó la amistad con su codirector y le dedicó un ensayo sobre “La muerte del cisne” y una nota entusiasta sobre Jardines de Francia. El año 1913 entró en la Escuela Nacional Preparatoria. Fue secretario y profesor de gramática y español al tiempo que aceptaba formalmente una de sus grandes pasiones: el estudio documental de la historia mexicana. Colaboró en múltiples periódicos y —cosa sintomática de sus habilidades— fue también corredor de bolsa en acciones industriales y comerciales. Por entonces sacó su primer libro, Poetas nuevos de México (1916). Intelectual a la orden del día, siguió un método probado por Ad. Van Bever y Paul Léautaud en Poètes d’Aujour’hui que alcanzó más de veinte ediciones en la biblioteca del Mercure de France. Con catálogo iconográfico y notas y juicios bibliográficos, Genaro Estrada incluyó en su antología a los autores que formaron la Revista Azul, Revista Moderna y Savia Moderna, los que se agruparon en el Ateneo de la Juventud y los que se empeñaban en descubrir “la novedad de la patria”.

Al instituirse el gobierno constitucional, ingresó en la Secretaría de Industria y Comercio. Organizó y fundó la oficina de publicaciones y, simultáneamente, fungió como redactor de Pegaso. Se le nombró jefe de la Comisión Comercial encargada de instalar en Italia la representación de México en la feria de Milán (1921). A ésta, siguieron otras encomiendas que le brindaron oportunidad de recorrer el continente, y ese mismo año dio a prensas su mejor libro, El visionario de la Nueva España que le otorgara título de esmerado prosista. Empleó un artificio utilizado por Luis Vélez de Guevara en El diablo cojuelo. Imaginó que desde lo alto de la plaza mayor puede apreciarse y describirse una ciudad. Fijó su mirada en los detalles nimios que, sin embargo, pescaban al vuelo rasgos determinantes de un carácter. Tomó a manera de ingredientes el humor, la ironía, el poder de síntesis y la capacidad de observación.

Inscrito en la corriente colonialista, rescató la vida en la capital del virreinato, sus costumbres, sus tipos humanos y algunos vicios y virtudes que perduran inamovibles. Sirvan de ejemplos “El marqués de Croix” que trae a cuento la lambisconería abyecta de validos y allegados al poderoso, y “El heredero” que pinta a un mentecato hijo de familia del XVII; así desfilaron las distintas clases sociales, oidores colmados de soberbia, muchachas en edad de merecer, damas, pajes y caballeros protagonistas de escarceos amorosos; sabios, barberos, mendigos, monjas y clérigos representantes de un mundo cuya evolución empezó con el insurgente que atravesaba las calles a galope tendido para tomar camino hacia el Monte de las Cruces.

¿Era el colonialismo, en plena Revolución, una búsqueda en las raíces nacionales? ¿O respondía al deseo de voltear los ojos al pasado para no ver el presente? Según Martín Luis Guzmán la moda dio lugar a que se crearan libros de mandarín. El hecho es que Estrada no negaba sus influencias venidas al través del Océano, Jules Renard y Aloysius Bertrand principalmente. Las mismas influencias que aceptaron algunos coetáneos suyos. Tradujo incluso La linterna sorda, El viñador en su viña, Pamplinas e Historias naturales de Renard y enriqueció el catálogo de la Editorial Cvltvra (1920), y Municipalidades coloniales españolas de Herbert Ingram Priestley a pedido de los Porrúa. Escribió también una biografía de Amado Nervo, un ensayo, Genio y figura de Picasso y, de 1928 a 1932, cuatro poemarios muy pulidos: Crucero, Escalera, Paso a nivel y Senderillos al ras que Luis Mario Schneider compiló con otros textos en “Letras Mexicanas” del Fondo de Cultura Económica (1983).

Pero Galín
(1926) es la reunión de quince relatos interrelacionados, en los que dejó sonar timbres autobiográficos y se burló un poco de sus propias manías e inclinaciones. Retrató su afición al coleccionismo y sus visitas fructíferas a los bazares. En “Paraíso colonial” dedicó páginas soberbias a las librerías. Con especial esmero se refirió a las de César Cicerón y Ángel Villarreal, proveedores de joyas impresas que atesoraron nuestros más célebres eruditos y bibliómanos. Lota Vera hace pensar en Consuelo Nieto, a quien aún no conocía y con quien casó luego, y el personaje principal recuerda al propio Estrada, incluso por su apelativo sacado de algún manuscrito. Pintó la ciudad de México como un cuadro rebosante de vida y describió Los Ángeles durante la época dorada de Hollywood con sus astros refulgentes.

Profesor en la Escuela de Altos Estudios recibió nombramiento de oficial mayor en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Allí mismo ocupó cargos hasta llegar a ministro en 1930. Sus representaciones diplomáticas, embajador en España, ministro en Portugal y Turquía, le permitieron seguir viajando. Perteneció al Centro de Estudios Históricos de Madrid y copió innumerables documentos sobre México. Orientador de nuestra política externa, contribuyó a que el país se definiera en la comunidad hispánica de América como abanderado frente a las prácticas de los Estados Unidos y de ello es muestra relevante la famosa doctrina que lleva su nombre.

Le ofrecieron la embajada de Brasil o la de Argentina. Rechazó ambas; pero continuó dirigiendo las publicaciones de la institución. En 1936 fue miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Historia. Colaboró en La Nación de Buenos Aires y se asoció con la Editorial Proteo de San Luis Potosí. Sacó las primicias literarias de amigos como Alfonso Reyes y Julio Torri en papeles finísimos y grandes capitulares y sus caprichos lo llevaron a obras curiosas en tirajes de seis y diez ejemplares, además de supervisar textos de la Pajarita de papel (Pen Club), de prestar apoyo moral y económico a Contemporáneos, fundó y animó colecciones insuperables: el Archivo Histórico y Diplomático Mexicano, Cuadernos Mexicanos de la Embajada de México en España, Anuario Bibliográfico Mexicano y Biblioteca Histórica Mexicana de Obras Inéditas. Todo ello explica la razón por la cual se ha calificado de obsesiva su acción editorial.

Gordo, sonriente, buen conversador, amante de las cucharitas de plata y de muchas maravillas que decoraban su casa donde los santos estofados se combinaban con los lienzos de Diego Rivera y Abraham Ángel, a quien descubrió y protegió, Genaro Estrada, portador de buenas noticias, autodidacta convertido en erudito, provinciano que manejaba la urbanidad como un príncipe oriental, fue un hombre enterado y ocupado que organizaba sabiamente su tiempo para realizar una variedad sorprendente de tareas.
 
 
Beatriz Espejo