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El sí y el no Hacia finales de su vida, el llorado Pío XII no se dejaba fotografiar más que en medio de los pajaritos. Mientras tanto, estaban cavando en el subsuelo del Vaticano en busca de la tumba de san Pedro; al parecer, acabaron por encontrarla, cosa que permitió al Santo Padre preparar la suya, justo en frente, en una excelente ubicación. Probablemente tenía ganas de canonizarse en vida, pero eso es algo que no se hace. Tuvo que renunciar a ello. De todos modos consideró importante señalar que no existía ninguna obligación de esperar dos o tres siglos antes de elevarlo a los santos altares; canonizó a Pío X que no estaba tan lejos y cuyo sepulcro justamente no se hallaba frente al de san Pedro. También canonizó a María Goretti, la que había dicho no. En este caso, encontró cierta oposición. Hay que recordar que esta canonización tuvo lugar en una época en que la educación sexual no figuraba en los programas de la escuela primaria. La mayoría de las niñas, en los medios decentes, a los 14 años no sabían de qué se trataba: —Si la Goretti dijo no, Santo Padre, es porque sabía demasiado. El cardenal Tisserant era de la opinión de dejarla como bienaventurada. De verdad, era lo mejor que podía hacerse por ella. El Santo Padre estaba dando de comer a sus pajaritos y es muy posible que no haya escuchado a su cardenal. —A esa edad, no se dice nada. Es más tarde, entre los 16 y los 68 años, cuando las señoritas dicen no. ¿Y eso qué quiere decir, Santo Padre? —¿Qué quiere decir eso, Tisserant? El cardenal alzó los hombros, con cara de preguntarse a dónde había llegado su patrón. Ambicioso, gran político, éste quizá no estaba al tanto de los humildes menesteres del sexo. —Las doncellas dicen no para que se les ruegue más. —¿Y entonces? —Entonces ya no dicen nada y todo sucede como si hubieran dicho sí. Le tocó el turno al Santo Padre de alzar los hombros. Estaba más interesado por Prusia que por Francia, por Cerdeña que por el Oriente. Y el pobre Tisserant era francés y levantino. —Se ve que la teología y los honores de la Iglesia —dijo el Santo Padre— no han echado a perder la vieja herencia francesa. Cardenal o lavaplatos de restaurante, todos ustedes son iguales, formados por estribillos de cabaret. María Goretti fue pues canonizada. El cardenal hubiera podido hacer otra objeción: el patronímico, Goretti, ¡por favor! Entrados en gastos, ¿por qué no inventar otra Nuestra Señora? ¡Una más, una menos! Nuestra Señora de los cochinos, no estaría tan mal y así enseñaría al extremo Oriente, donde este animal es considerado como un símbolo de pureza y de espíritu caballeresco, que la Iglesia es universal. Pero el cardenal guardó para sí su objeción, sobre todo después de haber oído que el Santo Padre dijera que la iniciativa siempre venía de la mujer. —La Biblia me basta, Eminencia. Y qué veo en ella: a Eva ofreciendo la manzana a Adán. El cardenal se conformó con decir mientras se despedía: —Es probable que Su Santidad tenga razón. Pero en sus adentros, estaba casi seguro de que Eva tenía la manzana en la mano porque Adán había sacudido previamente el árbol. |
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