Nota introductoria
|
Para que el acontecimiento más trivial
|
1
Si hubiera que elegir una Musa de los Narradores yo propondría a Sherezada. No hay un cuentista menos gratuito que la astuta muchacha que, para evitar la muerte que le dará el sultán y uxoricida serial al día siguiente a la boda, inventa el método del suspense contando de noche en noche y en encabalgados episodios una larga historia muy ramificada en historias, y así logra perdurar hasta quedar viva y sultana más allá de la noche mil y una.
La frase recortada es del párrafo final de un cuento enumerativa y desviadoramente titulado "Las piedras, los alfileres, los hielos, el vacío, el precipicio", a cuyo protagonista, que a la vez es el narrador interior, lo inquietan, atemorizan, angustian los ojos de color azul (porque "en realidad no sé quién me mira detrás de los ojos azules"). La autora pudo usar el modo explicativo de un narrador convencional: "sonó el teléfono, tomé el auricular y al oír su voz imaginé sus ojos", pero, como debe haber pensado que eso dejaría muy plano el relato, introdujo esa hábil elipse, como la llave para una puerta, y con ello abrió el momento terminal a un instantáneo vértigo, e insinuó una prolongación del relato en la historia fantástica de una mirada enviada por teléfono. Ésa es una de las muchas sutilezas que suelen darse en los cuentos y novelas de inquietud y sonrisa de García Bergua gracias a una intuición poética subyacente a la mera narración. En cuanto a la intuición humorística de Ana, no citaré sino un párrafo de viva y turbia sensualidad de su muy entretenida novela La bomba de San José. Es un momento en el que la principal protagonista, una esposa simpática y correcta pero inconforme con la mera condición de ama de casa, es besada por su marido, un hombre juerguero, un cinéfilo, un iluso Don Juan, y ella siente otra especie de vértigo, esta vez de orden muy sensorial y referencialmente cinefílico: Después me besó apasionadamente: sabía a tabaco y a vermouth. Cuando me besaba así yo me perdía, me ganaba la voluntad completamente, como a esos zombis de las películas. 3 La obra narrativa de Ana García Bergua puede ser adjetivada de realista y humorística y fantástica, un triple mestizaje que en pocos escritores suele ser afortunado y que en ella sí lo es, tanto en los cuentos como en las novelas y las juguetonas prosas periodísticas en las que ensaya y gregueriza con una ironía alegre. Este cuadernillo recoge un puñado de cuentos y de fragmentos de una novela (Rosas negras) escritos a partir de la cocina, la comida y la comensalidad, asuntos que generalmente propician un demasiado obvio humor negro y/o farsesco. No creo que sea ése el acento más distinguible en los cuentos de Ana, a los que también, a mi juicio sin atinada lectura, se les ha adjetivado de ibargüengoitianos. Para mí, insisto, son cuentos inquietantemente sonrientes, o, as you like it, sonrientemente inquietantes.
José de la Colina |