Evidentemente, la inquietud suscitada por los temas mexicanos en la danza era consecuencia directa de un movimiento general que en otras artes llevaba ya años de maduración.20 Los pintores, a la sombra de José Vasconcelos, habían cubierto de nuevas obras, desde la década de los veinte, los enormes y vetustos muros de los edificios de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Secretaría de Educación Pública. En música, la influencia nacionalista se había aunado a la consistencia técnica y al talento de compositores de primer orden como Carlos Chávez y Silvestre Revueltas. No es necesario mencionar, en lo que a literatura se refiere, las novelas y cuentos que se inspiran, registran, recrean o aluden a la Revolución. Sin embargo, en el plano de la danza habrá que añadir un factor importantísimo en la dialéctica del fenómeno “adaptación nacionalista”: el respeto por la ancestral tradición, sostenido durante siglos enteros por una danza indígena, primero, y una mestiza y criolla, posterior. En este sentido, resulta notable la persistencia de los hábitos dancísticos en el campesinado mexicano. Si bien a través del tiempo las danzas nativas, rituales y religiosas habían asimilado elementos fervorosamente católicos y españoles, los grupos dancísticos habían preservado los rasgos fundamentales de los ritos indígenas. La repetición de las fiestas y la secularización de las festividades dieron por resultado manifestaciones dancísticas más o menos puras, por lo menos un tipo de danza mestiza que mantenía su originalidad con base en sostener intocados los elementos de su realización. Así, para un sector de la pequeña burguesía intelectual que se proponía el reencuentro con este tipo de danza, la técnica clásica resultaba un vehículo de apropiación; pero existía otro sector campesino y semiurbano que, en contacto real con las festividades indígenas proponía, si bien involuntariamente, una expresión “trasladada” de la danza autóctona, o sea, una nueva expresión dancística que indagara en la propia danza indígena sus posibilidades de re-creación. Este último sector no sólo estaba compuesto por los maestros rurales, empeñados en propugnar por el surgimiento de los valores indígenas, sino también por aquellos artistas, fueran o no bailarines, que provenían de la provincia o que desde la capital habían realizado viajes de investigación y estudio. Es preciso señalar, por último, que la inquietud a que nos referimos coincide con una inquietud general hacia el estudio serio y científico de la realidad nacional, inquietud que habría de perdurar a través de organismos como el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. |
![]() |
Guillermo Arriaga: cenit de la danza nacionalista. |
En el plano de la danza, el fervor nacionalista mexicano atrajo, entre otros, a una bailarina llamada Waldeen21 quien en 1934 ofreció en el Teatro Hidalgo de la ciudad de México una temporada de danzas que llamaron la atención por sus ingredientes plásticos, rítmicos y universalistas.22 Waldeen actuó acompañando al solista-concertista japonés Michio Ito23 y el director de teatro Seki Sano, también japonés. En 1936 estalla la guerra civil española y la efervescencia republicano-nacionalista se hace sentir en México mediante actos solidarios, viajes que realizan artistas e intelectuales a España, mítines, panfletos, material impreso, poesía…
1939 resulta ser un año clave para la danza mexicana, no sólo porque estalla abiertamente la Segunda Guerra Mundial y mucha de la actividad artística concentra sus objetivos en el continente americano, sino también porque afloran condiciones que se hallaban maduras para el surgimiento de una danza moderna auténticamente mexicana, una danza que incorporara el tema mexicano a los elementos técnicos que en los Estados Unidos y en Alemania habían desarrollado y divulgado Ruth St. Denis, Martha Graham, Doris Humphrey y Mary Wigmah. Estas circunstancias clave se hacen definitivas cuando este mismo año de 1939 visita México un grupo de bailarines norteamericanos en el que se halla Anna Sokolow.24 El grupo actuó en el Palacio de las Bellas Artes bajo los auspicios del entonces Departamento de Bellas Artes, ofreciendo veinticuatro conciertos que fueron bien acogidos por la crítica, el público y el núcleo de artistas que por aquella época incursionaba con sus propios medios en la danza moderna. Waldeen también regresa a México ese mismo año, ahora en compañía del bailarín Winifred Widener25 y también actúa en el Palacio de las Bellas Artes. Aunque los programas incluían algunas obras de corte clásico, tanto el público y los críticos, como los funcionarios de Bellas Artes invitaron a la bailarina a organizar su ballet moderno aprovechando las experiencias ya obtenidas en el estudio de las danzas nacionales, que se venía logrando en los últimos años a través de pacientes recorridos por toda la República.26 Por su parte, Anna Sokolow, unida a artistas e intelectuales españoles, que para esas fechas se refugiaban en México debido al encumbramiento del franquismo, organiza su propio grupo llamado Grupo Mexicano de Danzas Clásicas y Modernas, que hace su presentación en una temporada de Teatro de Zarzuela (Teatro Fábregas, 9 de enero de 1940)27 y más tarde en el Palacio de Bellas Artes con el nombre de La Paloma Azul. A finales de 1940, ambos grupos, el Ballet de Bellas Artes, bajo la dirección de Waldeen y La Paloma Azul, comandado por Anna Sokolow, se presentaban organizadamente ante el público mexicano. Para estas fechas se trataba de dos unidades dancísticas configuradas, con un repertorio reducido pero sustancioso y con pintores, escritores y músicos auxiliares, tan entusiasmados como los jóvenes bailarines y bailarinas que debutaban en una danza moderna de corte mexicano.28 |
20 El entusiasmo para crear y recrear con base en el elemento mexicano queda descrito sintéticamente en un párrafo ilustrativo de un testigo de la época. Véase Daniel Cosío Villegas, pp. 91-92. |