Pero el gran éxito mexicano, la obra en la que culmina el movimiento de la danza moderna mexicana es Zapata, estrenada en 1953. Esta obra contempla ante todo la leyenda que se crea alrededor de la “figura del revolucionario, pero humanizándola, situándola en la tierra, punto de partida no sólo de la revolución, sino de la vida. El coreógrafo, Guillermo Arriaga, inspirado fundamentalmente en la obra pictórica de José Clemente Orozco, expone imágenes expresionistas que inmersas en claroscuros impresionantes, no sólo dan idea del impulso creador de la Revolución Mexicana, sino de las enormes posibilidades de la danza moderna en una situación intensa, acelerada. En 1955, Raúl Flores Guerrero decía lo siguiente del Zapata de Guillermo Arriaga: Parece que las fuerzas que controlan el desarrollo de todo movimiento artístico, necesitaran conciliarse en el de la danza mexicana en una obra y que Guillermo Arriaga fuese el instrumento acertadamente elegido por ellas. El ballet Zapata es un símbolo de lo que la danza mexicana es potencial y realmente; en él coexisten los elementos esenciales que debieran regir a los coautores mexicanos en sus creaciones: hondura y humanidad en el tema; simplicidad en su realización; perfección y claridad en la estructura dinámico-musical y en la secuencia coreográfica, y todo ello tratado con medios artísticos y técnicos cercanos a la tierra y al hombre de México.45 La coreografía se vinculaba a la perfección con el vestuario de Luis Covarrubias y con la música de José Pablo Moncayo. En el reconocimiento alcanzado por el Zapata de Guillermo Arriaga se descubre la realización de los conceptos que embrionariamente se hallaban en las primeras reflexiones en torno a la posibilidad de una danza auténticamente mexicana. Esta obra llega a ser representativa de todo el movimiento y demuestra, como lo implorara Luis A. Rodríguez en 1919, que México, “el país de maravillosa vitalidad”, poseía ya un arte propio, vigoroso, alejado del mal gusto y de los elementos negativos del arte de los bajos fondos. En síntesis: una manifestación artística nacional que podía ya pasar la prueba ante la mirada del mundo entero. Naturalmente, el movimiento que marca definitivamente esta segunda etapa de la danza moderna mexicana apunta una serie de planteamientos estéticos que se hacen exclusivos y que se generalizan, cerrándose, para medir, catalogar e incluso criticar a las expresiones dancísticas de aquel periodo. Estos principios pueden extraerse con claridad de un párrafo de Raúl Flores Guerrero: No sin razón he postulado siempre el nacionalismo en la danza moderna mexicana como el camino único y el más seguro, por razones de orden emotivo, tradicional, temático, dinámico y aun técnico para que México se signifique artísticamente en el campo coreográfico. Los mejores ballets, desde que se practica la nueva danza, han sido aquellos que están inspirados, vitalizados, por un aliento auténtico de mexicanidad.46 Insistía más adelante el crítico en que la mexicanidad permitía al coreógrafo reflejar su visión del mundo, de una manera espontánea y natural y acercarse a valores estéticos “que pueden hacer de la danza el segundo estallido artístico de México en el siglo XX”. Y culminaba su reflexión con la idea de que “lo nacional es un valor de la obra de arte, producto de la autenticidad creativa”, con la insistencia en que por “ser más sincera, más intensa y original”, la obra puede ser más comprensible, sentida y asimilada en cualquier parte del mundo. O sea: es más universal.47 Como puede apreciarse, esta concepción del arte mexicano, de sus aspiraciones y posibilidades, coincide con algunos aspectos de la estética del muralismo, tal y como la planteaban sus creadores,48 algunos de ellos cercanos o participantes del movimiento dancístico. Si al iniciarse el movimiento la consigna era: “hacer una danza de esencia mexicana y alcance universal”, el objetivo estaba ya a la vista.49
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Zapata: generalización de la estética. |
El paso hacia una tercera etapa de la danza mexicana lo marcan dialéctica y sucesivamente dos acontecimientos: la llegada a México de Xavier Francis (1950), que inicia a los bailarines mexicanos en una técnica más completa de danza moderna, y un viaje que realizan las compañías existentes por varios países de Europa Occidental, los países eurosocialistas y la República Popular China. Xavier Francis, además de excelente bailarín50 incursionó en la coreografía con Tózcatl, 1952, música de Carlos Chávez, escenografía y vestuario de Miguel Covarrubias y otras obras. Después de impartir clases en la Academia de la Danza y en el Ballet Nacional de México, fundó en 1954, junto con otros artistas mexicanos y extranjeros, el Nuevo Teatro de la Danza.51 En la preparación de nuevos bailarines, Francis coadyuva a las enseñanzas esporádicas de algunos profesores visitantes como David Wood y otros. Asimismo, complementa, y en algunos casos descubre, la técnica que algunos bailarines mexicanos van a desarrollar simultáneamente asistiendo a la escuela de Martha Graham en Nueva York. |
45Raúl Flores Guerrero, p. 69. |