El libro de horas
Señor, a cada uno dale su muerte, una muerte que de cada vida brote y en que haya amor, significado y sufrimiento. Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja. La muerte que cada uno lleva en sí es la fruta en torno de la cual todo gira. Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas. En la más grande se vive como quien huye de un incendio. No hay en ella consuelo capaz de consolar y el tiempo demasiado corto cierra el paso. Allí viven seres humanos, con gestos angustiados, vidas malas y difíciles en cuartos profundos... Allí crecen niños en sótanos con ventanas siempre hundidas en las mismas sombras y donde no saben que afuera los llaman las flores a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.
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