El gran socorro mortífero
La estatua de Lautréamont Con zócalo de sellos de quinina El campo raso El autor de las Poesías está acostado boca abajo Y cerca de él vela el helodermo sospechoso Su oreja izquierda pegada al suelo es una caja con vidrieras Ocupada por un relámpago el artista no ha olvidado de hacer figurar por encima de él El globo azul cielo en forma de cabeza de Turco El cisne de Montevideo cuyas alas están desplegadas y siempre prontas a agitarse Cuando se trata de atraer del horizonte a los otros cisnes Abre sobre el falso universo dos ojos de colores diferentes El uno de sulfato de hierro sobre el enrejado de pestañas el otro de barro diamantino Contempla el gran exágono en forma de embudo en el que se crisparán bien pronto las máquinas Que el hombre se encarniza en cubrir de vendajes Reaviva con su bujía de radio los fondos del crisol humano El sexo de plumas el cerebro de papel aceitado Preside en las ceremonias dos veces nocturnas que tienen por fin sustracción hecha del fuego intervertir los corazones del hombre y del pájaro Yo tengo acceso a él en calidad de convulsionario Las mujeres arrobadoras que me introducen en el vagón acolchado de rosas Donde una hamaca que cuidaron de hacerme con sus cabelleras me está reservada De toda eternidad Me recomiendan antes de partir no resfriarme en la lectura del periódico Parece que la estatua cerca de la cual la grama de mis terminaciones nerviosas Llega a destino es afinada cada noche como un piano
André Breton
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