Uno es el nombre, Alejandra Pizarnik, conocido en el ámbito de la lengua española. Otro, el conjunto de una obra dispersa, publicada en breves volúmenes que nunca se reeditaron. La poesía de Alejandra Pizarnik es la secreta posesión de unos cuantos lectores que supieron ver en ella una de las voces más personales de la poesía escrita en nuestra lengua. Por cierto, entre esos lectores devotos estuvo Alfonso Reyes, a quien Alejandra Pizarnik envió un ejemplar dedicado de La última inocencia.
Alejandra Pizarnik casi no tuvo biografía. Los datos más importantes de su vida están en sus libros. Nació en Buenos Aires, Argentina, en el año de 1939. En la Facultad de Filosofía y Letras inició la carrera de filosofía, en el año de 1954. Después optó por el estudio de las letras, que abandonó también. Se interesó por la pintura e hizo estudios con Juan Batlle Planas. Vivió en París durante cuatro años. Allí profundizó en la lectura de Lautréamont, Artaud y los surrealistas. Su vida estuvo marcada por un exilio interno. Había en Alejandra una fragilidad que la ponía en riesgo de sucumbir ante los embates de una feroz realidad. Su poesía es la búsqueda de una identidad, de una afirmación que le concediera sentido al caos existencial en que se debatía.
Dos grandes poetas de nuestro continente nos señalaron la importancia de su poesía: Octavio Paz y Enrique Molina. Octavio Paz dejó constancia de su interés por Alejandra Pizarnik al prologar el libro Árbol de Diana. Paz describe el árbol de Diana desde el punto de vista de la química, la botánica, la mitología, la heráldica y la física. Químicamente, la poesía de Pizarnik es una "cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira". Los poemas de Pizarnik son breves, de una concentración que calcina a la realidad y a la palabra. Esa intensidad de nombrar, de borrarse tras el poema, de desnudarse ante el lenguaje, entusiasmó a Enrique Molina que dijo: (Alejandra) "sale indemne de esas acechanzas que consisten en abrir las puertas del poema a notaciones de mero valor informativo, destinadas a recrear un latido o un instante, en el sentido en que entiendo la poesía, como una transmutación de una realidad inmediata y circunstancial a un plano de revelación".
La cualidad más notable de los versos de Alejandra Pizarnik es la tensión a la que somete las palabras, esa tensión deriva de una intensidad poética quemante. Lucidez para mirar dentro de sí misma, lucidez para advertir los signos de un mundo amenazante, lucidez para elegir la palabra exacta y su contorno. La poesía es una máscara que nos defiende, nos presta identidad y nos revela el lado oscuro de la vida. El poema es un espejo, la única vía de acceso al mundo interior: Y qué es lo que vas a decir/ voy a decir solamente algo/ y qué es lo que vas a hacer/ voy a ocultarme en el lenguaje/ y por qué/ tengo miedo. Para Pizarnik el lenguaje tiene una doble función: es revelación pero también es ocultamiento. La máscara y el poema. El mundo sensible de Pizarnik participa de un agudo conflicto: los elementos de la realidad son inasibles. El poema sólo rescata algunos fragmentos que expresan un yo fragmentado. Quizá por ello Alejandra Pizarnik buscó la concentración, elaborar con esencias los símbolos que expresaran su drama personal. En una ocasión comentó sobre su "método" para escribir poemas: "cada día son más breves mis poemas: pequeños fuegos para quien anduvo perdida en los extraños (...). Me concentro mucho tiempo en un sólo poema. Y lo hago de una manera que recuerda, tal vez, el gesto de los artistas plásticos: adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo: cambio palabras, suprimo versos. A veces al suprimir una palabra imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces a la espera de la palabra deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es como un llamado ritual". A veces ese vacío es la mención de un silencio. El poema también está hecho de silencio. La alusión sólo dibuja el perfil de lo que se nombra. El deseo de la palabra se realiza desde la soledad: poseer la palabra para desentrañar lo que somos. En el otro polo, la palabra del deseo cimenta su visión del mundo. El terror, el miedo, la muerte, son enfrentados con una fragilidad que al final hará sucumbir a la autora. Acaso para ella haya sido insalvable la distancia entre la realidad y la palabra. En la batalla desiciva de su drama interior se impuso la victoria de la muerte, una obsesión que recorre toda su poesía. En una ocasión Alejandra Pizarnik escribió: La muerte siempre al lado./ Escucho su decir./ Sólo me oigo. Versos que se complementan con los siguientes: alguna vez/ alguna vez/ me iré sin quedarme/ me iré como quien se va. El 25 de septiembre de 1972 dejó de existir Alejandra Pizarnik. Se quitó la vida, es decir, se suicidó: mariposa atravesada por el alfiler incandescente de la realidad y el deseo.