Entreacto (1982)
La trampa Nuevo puerto En blanco Entreacto Despojos Predestinación La navaja imposible El solterón Otras navajas Navajas vivas Y siempre habrá una vez...
La trampa
Mirar es privilegio de la vida. Ahondar en tus pupilas en el último impacto del estanque. Llegar hasta el secreto del espejo, reflejarse en el otro desdoblarse, repetirse de amor, multiplicarse. Mirar es privilegio de la vida, desbordarse, salir del cauce y atrapar la historia hasta perderse en esa multitud de monstruos que te atacan sin tocarte.
Nuevo puerto
Nada de nuevo al mar podemos darle que los restos de todos los naufragios. Su lindero infernal nada permite bajo el secreto de las viejas algas. Todo se ha dicho ya. Todo han callado muy a tiempo las brisas, las arenas. Nada nuevo al amor han de brindarle nuestros nombres grabados bajo el sol. Todo se amó y lloró, pero los barcos saludan siempre como nuevo al puerto.
En blanco
No la noche. Ni el telegrama urgente. Ni las ojeras grises. Ni las plazas en llamas. El amor es un lirio y es un poco de espuma. Es un silencio blanco en medio de unos clavos que tratan de fijarlo sobre la eternidad.
Entreacto
Has bajado el telón porque una mancha de duda ensombreció los escenarios. Un héroe mutilado violaba los cadáveres y las hembras mojaban lentamente sus cabelleras en el mar. Has bajado el telón porque me evades o acaso porque temes que escuche tus palabras y las llene de algas y de musgos. Has bajado los ojos negando que conoces por su nombre a los elfos y a los ángeles, por lívido temor a que sus alas te acaricien el torso, y tal vez lleguen a convencerte de que aún te amo.
Despojos
De noche alguien evoca la esperanza. Ella nos habla de las cicatrices que va cubriendo el tiempo. Y tú, dentro del aire, allá muy lejos, te vas comiendo mi silencio... ¡Lo único que queda de mi cuerpo!
Predestinación
No sabes que te amo desde que llueve en Compostela, desde que el semen corre unido con la sangre de las guerras floridas. No sabes que te amo porque en noches de luna eres un lobo cuyo aullido penetra los rincones oscuros de mi cuerpo, y al alba eres el águila que alcanza las escarpadas cimas de un misticismo solapado. Tú puedes descifrar muchos misterios y haber gozado el sol a media noche sobre los labios de un adolescente. Pero ignoras aún que yo te amo bajo esta lluvia decadente y ciega que no terminará, mientras existas.
La navaja imposible
Difícilmente una mujer puede escribir la historia. Cuando mucho la poda, o la germina, la empieza o la trasforma, sin descubrir que al fondo de su vientre, se ha quedado olvidada una palabra que un hombre ya jamás rescatará.
El solterón
La cama solitaria, con mantas enojosas y raídas, que te cubren, y que no te cubren, que siempre son avaras con tus pies. Y el borroso retrato de la ausente: "Con cariño hacia ti, tu prometida". Has abierto la caja de tabacos que te llena de gritos incorpóreos y de murallas al revés. Y el calendario del que ya no tiras por no tener lugar para el papel. Nadie ha cambiado el agua esta mañana de aquel florero desahuciado, nadie volvió a tocar esa navaja con la que un día, en esta misma hora, intentaste marchar hacia la muerte.
Otras navajas
Qué lástima mi amor que las navajas se utilicen con fines asesinos, porque podrían relucir al cabo de una noche brillante y oportuna delineando la curva de tus senos y haciendo un viaje utópico a la isla donde se oculta inmerso mi pasado. Qué lástima mi amor que las navajas tengan tan mala fama en las novelas, pues con ellas se graban iniciales de un amante que triste se despide junto a su amada en un atardecer. Qué lástima mi amor que las navajas no recuerden tu sangre ni mi sangre porque el pacto de luna hace ya mucho que tras una muralla se ocultó.
Navajas vivas
Si tú me preguntaras por qué vivo, tan sólo con vivir respondería. Dejaría caer esa navaja para marcar mi espacio abierto, y olvidaría todos los quehaceres que no fueran de amor o de silencio. Si tú me preguntaras por qué vivo, por vivirte otra vez, desviviría.
Y siempre habrá una vez...
Te mataré sin tañer las campanas y sin doblar los goznes del insomnio. Te mataré sin la espada de Damocles, ni los principios de Arquímides. Sin votos académicos ni juramentos falsos; casi sin zapatillas de charol... Sin la cita del toro entre la arena... Nada más por el gusto de matarte. Sin mencionar los santos óleos. Sin el menor indicio de crueldad. Te mataré como se poda un árbol; con el ritmo metálico del hacha; porque un árbol se poda algunas veces para lograr el triunfo de lo escueto bajo las lunas áridas de invierno. Otras veces se poda porque le sobra tiempo, o porque trata de alcanzar el cielo. Sólo por el placer de introducir tu alma al azul infinito, yo tendré que matarte. Te mataré sin afilar la punta de los lápices; aunque me guste tanto dar vueltas al sacapuntas hasta caer al suelo sin aliento. Sin vestirme de azul para la fiesta ni alquilar ningún coche deportivo; llegaré nada más para matarte. Sin que el círculo ambiguo de tu aliento tenga tiempo siquiera de atraer a los buitres y a los cuervos. Te mataré sin recordarte que siempre has sido un templo del Espíritu Santo. No vayas a pensar que esto lo digo por ser noche de sábado, ni por haber reñido en un burdel o beber demasiado. Lo digo porque aguardo en la escalera, porque acecho debajo de las gradas a que atravieses el portal. He de matarte sin dañar siquiera tus pensamientos constructivos; sin asaltar tu oscura fortaleza ni violar tus principios altamente ejemplares. Sin vender la noticia a los periódicos para que aumente el número de anécdotas en la página roja. Te mataré con sobrios afanes metafísicos; con intención de dar vuelta al destino y ponerlo a mirar la eternidad. "Pero no somos dueños del destino...", sé que replicarás. Mas ya no escucharé; porque en esos momentos, empezaré a estrellar tu frente contra el mosaico gris de la escalera. Y nadie acudirá. Tú pedirás auxilio a los cuatro elementos, y hacia los cuatro puntos cardinales; implorarás ayuda en nombre de las cuatro estaciones o pensando en que lleguen los jinetes desde el fondo de aquel apocalipsis. ¡Qué rueguen por nosotros pecadores, porque o porque no! No estarán siquiera los bomberos para calmar la hoguera que formamos bajo la luna de septiembre Te mataré sin reparar la honra y a destiempo quizá. Pero lo haré para que ya no digas que sigo siendo víctima del modo como pronuncias las vocales. Te mataré sin refugiarme en las tinieblas; no ahora, por supuesto, dentro de unos instantes, cuando llegues. Todo se hará sin derramar la sangre por tu tina de baño, ni borrar estas huellas digitales (conque apenas ayer te acariciaba). Te mataré sin carteles publicitarios ni desplegados comerciales. Sin consultar a los agentes de viaje, ni a las rutas aéreas, sobre los sitios donde tú estuviste para matar mi amor. Te mataré con lujo de detalles y sacramentos terrenales. Con toda la nostalgia del infierno, y aún con el decreto inexplicable de nuestro arcángel Rafael. Con maitines discretos y alevosos, y hasta con la denuncia de los loros. Con tapones de cera en los oídos para no enternecerme con tus ruegos. ...volverás a gritar inútilmente, porque así, ya sin sueños, casi en frío, como la piedra en bruto de un museo, golpearé tu cabeza contra el muro del primer entresuelo; y entonces... Ya sabré lo que callabas al decir otra cosa. Y no convocaré ya más tu imagen al cruzar por los mares (Solamente los golpes de tu cráneo traspasarán mi amor) y el aire seguirá trazando círculos alrededor de tu cabeza; antes de que las hormigas se percaten (de tu inmortalidad). Y así te quedarás por un momento, sin mover ni los párpados. (Mientras se desintegra tu cerebro en los primeros seis minutos). Y tu reloj continuará latiendo mientras tú te congelas. (Mientras en el trascurso de una hora, tu miocardio está roto), (y después pasarán otras dos horas mientras se pudren tus riñones), pero tu nombre seguirá vigente en el archivo del Seguro Social. Después, te borrarán de todas partes (con excepción tal vez de aquel recodo del camino donde aprendiste a conducir). Te mataré para que ya no sigas trabajando sin tregua. Para que nunca sepas lo que fui. Para que los amigos se desdigan, si acaso alguna vez te maldijeron. ...y siempre habrá una vez, (como en los cuentos), en que al hojear un libro policiaco, donde tal vez guardabas sin abrir esta carta, correrás a cerrar todas las puertas sin mirar hacia atrás.
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