Ganéshpuri
Sri Nityananda Mandir (El templo de Sri Nityananda) Sonríe desde su estatua. En su pecho se reflejan las llamas de las lámparas ondeando en círculos Inciensos, alcanfor. Y trae la lluvia un olor de jazmín a la ventana custodiada por una cobra de barro. (Más fragancia en sus manos.) Los cantos empiezan. Gorriones dentro del templo, salamandras que se deslizan por la pared– y los gorriones quietos como escuchando Vande jagat káranam Causa del mundo dueño del mundo forma del mundo destructor– Sonríe desde su estatua y en la ablución nocturna su cabeza recibe agua de rosas, perfumes, ríos de leche y miel. La curva de sus hombros se estremece, sus ojos miran y es tibia su piel oscura. Su cercanía, embriaguez.
Monzón Trajeron las lluvias otra vida. Abría el verano el cielo y de su gracia abundante perecíamos. El trueno; gran proclamación desde Mandagni a la pequeña cordillera, de la orilla del río al templo en lo alto, oh Vajréshwari, oh Señora del Rayo. Y la Mandagni allá, montaña silenciosa, sus caminos ocultos presidiéndonos. En torno la tierra cambia. A su piel oscura trae la lluvia sus dones: mantos de musgo como terciopelo, trébol muy fresco, aromas. Y el patio de los establos a un pequeño descuido deja brotar vegetaciones en las grietas del suelo, en los resquicios húmedos del muro. Hierbas diminutas asoman sobre el tronco del baniano, en la escalera de piedra hacia Tapovan, entre las voces que se vuelven suaves como los ojos de las vacas viendo llover La tierra toda, desnuda, oscura como tu piel se viste de un manto verde. En los campos de arroz tras el arado los muchachos se resguardan de la lluvia bajo costales amarillos. Al paso de los días el valle se pierde: el agua cubre los mantos verdes. Desde el templo en lo alto un campo de espejos. La lluvia nos inunda. Así captura el cielo en su reflejo.
Hiedra
La tarde se absorbe en tu silencio. Bandadas de mariposas, olas que se atropellan: ¿a qué puedo comparar esto que aflora al corazón? El verano lo sepulta todo bajo su aura verde. Y en la frescura de esta hiedra, en la pureza de ese olor del agua sobre la tierra, allí te encuentro. Mis manos no te tocan, pero te veo en mi pecho. Como lumbre resplandeces. Como hiedra te extiendes, te enredas en cepas invisibles, te alzas como un zarcillo por los aires. Tu savia asciende, lo cubre todo, circula por mis venas, va por vasos pequeñísimos de raíces a tallos, de hojas que se desdoblan a corolas resplandecientes. Jardines, humedad, familias de caracoles discurren por el cristal cuando todo se llena de hiedra verde.
Mandap
Y nos restituís, ¡oh Lluvias!, a nuestra instancia humana, con este sabor de arcilla bajo nuestras máscaras. Saint-John Perse
En turbante multicolor pulsando una cítara Tukaram los ojos entrecerrados. A guarecerse de la lluvia junto a su estatua.
La lluvia desplaza hasta tu orilla todo este tumulto de pensamientos nacidos en tu nombre.
"Hermanas de los guerreros de Assur"– Primicia de las aguas sobre la tierra.
La lluvia del monzón como un tropel en el aire. Las gotas se filtran hasta la estatua, caen sobre mi hombro, cantan sobre el techo de lámina. Y a los pies de Tukaram –tu poeta– mirar el agua tendiendo un velo en torno. Y Tukaram dice:
Yo soy tu siervo, tú eres mi Señor. Deja que exista aún esta diferencia entre lo alto y lo bajo. El agua no puede beberse a sí misma. . . Sólo de la diferencia nace el placer. Ah, que la lluvia te lleve este mínimo rumor, pues del fragor que alcanza el corazón bien poco se nos da por las palabras. "El baniano de la lluvia"– Y sus raíces en torno deslizándose. Gotas brillando entre las ramas. Hierba fresca a los pies. Arcilla que se deshace bajo el agua.
Darshan Cómo te prodigabas bajo ese azul ardiente, bajo ese viento azotando el follaje. Oro llovía, diminutas campanas amarillas se desprendían en racimos de ese árbol a cuyo pie una efigie blanca se erigía. El viento hacía volar tus vestiduras y descubría tus hombros, tu pecho como bronce, marcaba en tu vientre el universo entero. Donde estuvieras, allí, cómo brillaba todo. Bajo tu pórtico en las tardes sin tiempo fluían de tu silencio palabras que sólo al pecho hablaban.
Oficios (Seva)
Guardiana de las puertas, buscadora de abejas, tejedora
barría el camino de piedra, de tu paso quitaba hojas y polvo, las flores rojas caían– como un don del cielo del otoño. . .
Caracoles, abejas
barría el patio de los establos; a veces quién sabe de dónde aparecido llenabas de luz el pavimento blanco. Y el sol se derretía en las colmenas.
Hacedora de guirnaldas, lavadora de estatuas.
barría el templo, mientras el fuego custodiado día y noche se alzaba desde un lecho profundo. Grandes llamas ardían también en recintos secretos.
Buscadora de oficios.
Sobre el umbral, el arabesco cubierto con polvo de colores saludaba tu paso. Del dintel colgaban hojas de mango.
Portadora de ofrendas decidora de plegarias. Y aquí sobre tu umbral:
"Que pueda para siempre habitar bajo esta luz, donde el cielo refracta brillo puro."
Baniano Aéreas, nacidas en la altura, las raíces descienden hasta alcanzar la tierra. Encuentran la fuente de su estirpe, la raíz de sí mismas. Se vuelven fundación –columna y arco– trazan sus laberintos, cierran grutas, engrosan bajo olores de pimienta que acerca el mismo aire que desprende las hojas, tersura viva, como las plantas de tus pies. Pasos que se deslizan sin rozar el suelo.
Pabellón Vida del agua, tu mirada me detiene para siempre en este umbral. No he de volver ya sobre mis pasos. Las puertas que entreabres devuelven a nuestros ojos el esplendor perdido. Ramas como de plata –árbol de los deseos– brillando arriba. Esplendor bajo sus celosías, luces danzando sobre las esteras de hierba fresca. Esplendor en el estanque de lotos. Así en tu pecho, fuente de néctar donde hundo mi frente a la mañana. Ciegos de luz bajo la sombra contemplamos Aquello sin forma ni figura, invocamos a Aquello sin nombre. El sol se pierde tras los árboles. Rayos oblicuos pasan entre las hojas, llegan hasta la orilla del estanque, danzan, danzan sobre el agua. Claridad absorta en sí misma, el brillo en tu mirada. Y en esa luz se cumple todo impulso. Hemos estado desde siempre bajo estos pabellones, y la tersura de la hoja del baniano habita nuestro tacto.
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