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Huesos de sepia
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No nos pidas la palabra que contenga por entero nuestro ánimo sin forma y con letras de fuego lo declare y resplandezca como el azafrán perdido en medio de un campo polvoriento. ¡Ah, el hombre que se marcha tan seguro, el amigo de todos y de sí mismo, descuidando su sombra que el tórrido calor imprime en un descascarado muro! No nos pidas la fórmula que pueda abrirte mundos, sí alguna sílaba torcida y seca como una rama. Hoy podemos decirme sólo esto: lo que no somos, lo que no queremos. |
Sestear pálido y absorto junto al candente muro de un huerto; oír entre breñales y rastrojos chasquidos de mirlos, deslices de sierpes. En las grietas del suelo o en el algarrobo espiar columnas de rojas hormigas que ora se rompen, ora se entrecruzan en lo alto de minúsculas gavillas. Observar entre frondas el palpitar Lejano de escamas de mar mientras se alzan temblorosos crujidos de cigarras desde los calvos picos. Y andando bajo el sol deslumbrante sentir con triste maravilla cómo es toda la vida y su martirio en este andar siguiendo una muralla coronada con vidrios rotos de botella. |
Tráeme el girasol que yo trasplanté en mi terreno quemado por la salina y muestre todo el día a los azules espejeantes del cielo la ansiedad de su rostro amarillento. Las cosas oscuras tienden a la claridad, se agotan los cuerpos en un fluir de tintas: éstas en música. Desvanecerse es entonces la dicha de las dichas. Tráeme la planta que conduce adonde surgen rubias transparencias y evapora la vida como esencia; tráeme el girasol enloquecido de luz. |
Muchas veces he hallado el dolor de vivir: era el estrangulado arroyo gorgoteante, era el arrugamiento de la hoja que arde, era el caballo derribado. No conocí más bienes que el prodigio que otorga la divina Indiferencia: era la estatua en la somnolencia del mediodía, la nube y el halcón en lo alto. |
Tal vez una mañana, andando en un aire de vidrio, Árido, al volverme veré cumplirse el milagro: la nada a mis espaldas, el vacío detrás de mí, con un terror de borracho. Luego, como en una pantalla, acamparán de pronto árboles, casas y cerros para el consabido engaño. Pero será muy tarde, y me iré silencioso entre los hombres que no se vuelven, con mi secreto. |
Rechina la polea del pozo, el agua sube a la luz y ahí se funde. Tiembla un recuerdo en el colmado balde; en el círculo puro ríe una imagen. Acero el rostro a evanescentes labios: se deforma el pasado, envejece, pertenece a otro... Ah, vuelve a rechinar la rueda y te devuelve al fondo lóbrego, visión, una distancia nos separa. |