Descendiente directo, en términos de alta poesía, de W.B. Yeats, Seamus Heaney nació en el condado de Derry, Irlanda del Norte, en 1939. Desde 1972 ha vivido la mitad del año en Dublín y la otra en la Universidad de Harvard, donde es profesor de Retórica y Oratoria. Su obra poética incluye Death of a Naturalist (1966), Door into the Dark (1969), Wintering Out (1972), North (1975), Field Work (1979), Selected Poems 1965-1975 (1980), una versión del poema medieval Buile Suibhne titulada Sweeney Astray (1984), Station Island (1985), The Haw Lantem (1987) y Seeing Things (1991). Su obra ensayística más importante ha quedado reunida en Preoccupations: Selected Prose 1968-1978 y en The Government of the Tongue (1989).
Según Heaney, "la poesía es más un umbral que un sendero, un umbral al que uno se acerca y del cual parte constantemente, bajo el cual lector y escritor, cada uno a su manera, pasan por la experiencia de ser, al mismo tiempo, convocados y liberados". En el caso de Irlanda, este umbral se ha distinguido de prácticamente todos los demás, desde antes de los tiempos de los santos Patricio y Columcille, por una particularísima relación de reciprocidad entre escritor y lector dentro de los límites del poema. Este último no es, como en el caso de otras tradiciones, una vasija, una forma hecha para contener elementos de significado simbólico, sino una suerte de dramatización de relaciones interdependientes. Siempre nos hallamos entre diversas voces, pero todas imbuidas profundamente del famoso tono irlandés, preservador, a fin de cuentas, de la tradición de que ningún poeta se salva, y con ella, de la vida y sus espejos puros. De aquí que Heaney afirme que la humanidad, por vía de tales fuentes, renueva su sangre gracias a la "fidelidad puramente poética del poeta hacia todas las palabras en su ser prístino". Quien escribe se comparte en el ámbito tradicional a su vez compartido por todos de manera tácita. Derek Mahon, poeta de la generación de Heaney, ha confesado que sólo una lobotomía le apartaría de la mente el verso yeatsiano y su peculiar manera de comunicar tal versión de la realidad. Si bien cada poeta individualiza su tradición, todos, de un modo u otro, muestran un marcado interés por la historia, la lengua y la literatura gaélicas, la música tradicional, la religión, desde luego, la geografía y las inmemoriales divisiones provinciales, manifiestas políticamente, en especial, en la partición británica de Irlanda. Por supuesto, la mayoría traduce, en una búsqueda genuina de sus propios tesoros enterrados. Kinsella, poeta contemporáneo de Heaney, ha resumido así el espíritu de la recuperación gaélica que priva en su generación: "Como que nos ha tocado, nos corresponde superar las ideas que desde siempre nos han dividido, empleando nuestras energías directamente, lo mejor que podamos, en la materia misma de una herencia vital que nos une y nos divide".
Tanto Kinsella como Heaney comenzaron hablando, en su propia poesía, por boca de tipos y épocas que previamente habían permanecido en silencio. Llegó un momento, sin embargo, en que se vieron avasallados por una visión personal que, al fin y al cabo, no cumplía con la función mayúscula de la poesía, la acción visionaria, quedándose en una proyección de la realidad de la vida bajo la lente del poeta. Esto último parece suficiente, pero no lo es. Para alcanzar la deseada dimensión de búsqueda de la verdad a que, sin engaños autocomplacientes, Heaney se ha propuesto llegar, había que seguir escribiendo paralelamente a la traducción: bien entendida y vertida, la poesía gaélica hablaría por sí sola. Para el escritor, a cambio, el gaélico abría una vista panorámica privilegiada del pasado, susceptible de compartir con el lector. Todos los caminos exegéticos parecen conducir, entonces, a esta relación tan singular entre escritor y receptor: el poeta irlandés que traduce al escribir o escribe al traducir compartirá para siempre con el lector la riquísima historia de Irlanda y dos literaturas, una antigua en irlandés, gran parte de la cual vive en el aire que alojó su recitación, y un injerto anglo-irlandés, de dos siglos de edad, de literatura en lengua inglesa. El objeto poético se torna la línea que cierra el triángulo comenzado por el escritor y el público lector; en él quedarán representadas esas "innumerables cosas compartidas" a que se da el nombre de tradición.
Sobre todo a partir de Yeats, para llegar a un lector que durante una etapa larguísima se había ido llenando de actitudes petrificadas y respuestas fijas a su lengua compartida, el poeta hubo de asumir una postura antitética: he aquí al Yeats ciudadano activo y sacerdote de la poesía. Esta voz polar habría de presidir el nuevo giro en la evolución de sus descendientes. Su vida ofrece el ejemplo más saludable de una extensa y fructífera carrera, mantenida a base de una serie de renovaciones de energía. Dado que Yeats demostró que el poeta podía ser testigo de su experiencia personal —psicológica, intelectual, perceptiva— mientras jugaba un papel más o menos relevante en la vida pública y política (situándose en el extremo opuesto a Joyce, que necesitó el exilio para, con esa independencia personal, rechazar a su sociedad y crear su conciencia), poetas como Kinsella, Montague o Heaney dictan conferencias, traducen, imparten cátedra en los foros que eligen, son excelentes críticos y, en breve, se administran para enaltecer el lugar del arte en Irlanda, a la vez que para mantener a sus familias.
No obstante, como diría Auden, la herencia de grandes escritores como Joyce o Yeats "se modifica en las entrañas de los vivos". La antítesis habría de irse convirtiendo paulatinamente en una suerte de duplicidad, de ambivalencia que poetas como Heaney se han atrevido a presentar sin recelos en el ámbito de su poesía más inspirada.
A lo largo de los ocho libros que precedieron a Station Island, poemario del cual proceden todos los poemas aquí seleccionados —excepción hecha de "Viendo visiones"—, Heaney había construido y luego abandonado un mito tentativo respecto de la exploración de la tierra pantanosa, espacio tan irlandés, y la elevación hasta el presente de un pasado de múltiples capas geológicas. Inmerso en esta tarea, él mismo se iba creando un mito personal, el de "poeta de los pantanos", desenterrador de la "mantequilla negra" ancestral que de alguna manera explicaba procesos oscuros e inconscientes del comportamiento irlandés. Las imágenes de Heaney en libros como Death of a Naturalist, Door into the Dark, Wintering Out, por su calidad de sonido, hacen que los objetos naturales se sitúen en los bordes del ser: el objeto poético no se escapa, sino que se transforma, no es fácilmente perceptible pues se trata de "esa otredad misteriosa enterrada en el inconsciente humano".
En los límites entre las vidas animada e inanimada, la propia poesía de Heaney exige un espacio distinto al mito a que nos había acostumbrado. De aquí el cambio del pantano a la profundidad del aire en Station Island (Isla de las Estaciones). De aquí, también, el abandono del mito que él mismo confiesa lo ha dejado frustrado: "Mientras más trata uno de conformarlo, más esquivo se presenta. Digamos que el despegue y el impulso del momento creativo inocente nunca pueden ser realmente esquemáticos". De aquí, finalmente, el cambio que Yeats le susurró al oído y hasta ahora, dueño de un tono que no habrá de perder, ese tejido grueso de guturales y vocales acorde con el significado, será capaz de experimentar: nel mezzo del cammin, escucharemos una nueva voz, dentro de un espacio tonal inamovible, que seguirá resonando en los poemarios posteriores:
...que me salve del miasma de la sangre derramada, que controle la lengua, tema a hybris, tema al dios hasta que se exprese sin trabas por mi boca.
Pretender que la experiencia del que puede gozar la poesía en la lengua que la produjo y la de aquel que la conoce en traducción sean siquiera parecidas es, creo, una quimera. Siempre he tenido presente que se trata de realizaciones distintas, dados los lazos tan importantes entre fonética y sentimiento. Así, todo traductor sacrifica, intercambia esto por aquello y, en el mejor de los casos, ve mucho después que, tal como Heaney ha anotado, "un pecado venial en contra de la fidelidad se torna una gracia verdadera" siempre y cuan do la sinceridad quede en el poema. Por bien servida me daré si esto último se manifiesta al lector de la presente selección.
Pura López Colomé