I VI IX XII
I
Notas de campanas al vuelo atravesaron la quietud matinal y los maizales ampollados de agua; un doblar fugitivo que cesó tan pronto como se había desatado. Domingo, el silencio respiraba, incapaz de pausa alguna: un hombre apareció a la vera del campo con una sierra de arco en ristre como si fuera una guitarra. Se desplazó y se detuvo a observar por entre las ramas de castaño, puso su sierra en ángulo, se retiró para observar de nuevo y pasar de ahí a la siguiente "Te conozco, Simón Sweeney, eres aquel quebrantador del Sabbath que murió hace tantos años." "Maldito sea cuanto sabes", dijo, con la mirada aún en la cerca y sin volver la cabeza. "Fui tu hombre misterio y lo he vuelto a ser esta mañana. Entre los claros de los arbustos tu rostro de Primera Comunión me veía cortar la leña. Cuando los troncos mutilados del árbol se iban marchitando, cuando el humo de la madera afilaba el aire o las zanjas murmuraban, sentías mi rastro por ahí como si lo hubieran rociado. Y te hacía temblar de miedo. Cuando te exhortaban a escuchar en la oscuridad del cuarto al viento y la lluvia entre los árboles, y a pensar en los remendones que vivían bajo un carretón volcado, cerrabas los ojos y veías un eje mojado y rayos de rueda bajo la luz de luna, y a mí, deslizándome desde la llovizna rumbo a tu puerta." La luz del sol se abrió paso entre castaños, las rápidas campanas al vuelo comenzaron por segunda vez. Me volví entonces hacia un sonido muy distinto: una muchedumbre de mujeres con chal iba vadeando por entre el maíz tierno; las faldas se agitaban suavemente. Su movimiento entristecía la mañana. Avanzaban susurrándole al silencio: "Ruega por nosotros, ruega por nosotros", la súplica a través del aire, hasta que el campo se llenó de rostros recordados a medias, una congregación suelta que se dispersaba y seguía. Cuando me acerqué por detrás, me vi de pronto cual peregrino en ayunas, con la cabeza ligera, abandonando el hogar para dirigirme a mi estación penitencial. "¡Apártate de cualquier procesión!", Sweeney me gritó, pero el murmullo de la muchedumbre y sus pies chapoteando por la hierba tierna, peinada, abrían una vereda adormilada sobre la que me proponía pasar. Seguí el rastro de aquellos madrugadores que habían comenzado la jornada antes que los humos en las chimeneas. Apresurada, la campana sonó de nuevo.
VI Pecosa, cabeza de zorra, palo de escoba, Hada de espiga, pequeño silbido de un helecho: ¿De dónde salió? Como un deseo deseado e ido, A ella la elegí para los "secretos" Y para hablarle al oído. Cuando jugábamos a la casita. El sol me deslumbró a las puertas de la basílica —Una quietud lejana, un espacio, un plato, Una sartén tiznada y un banco patas arriba— Como un hollado suelo neolítico Descubierto entre dunas donde el pasto Susurra igual que un junquillo Los secretos de Midas, los secretos. Fui oídos sordos ante la campana. Me abracé la cabeza. Cerré los ojos. Me tapé los oídos. No se lo digas a nadie. A nadie.
Una oleada de peregrinos que respondían a la campana Subía los escalones conforme yo los bajaba, Rumbo a la sombra verde botella, quieta, De un roble. Claroscuros de la granja de Sabine En los lechos del Purgatorio de San Patricio. Fines del verano, distancia de campo, ni un silbido: Suelta la toga al vino y la poesía Hasta que, al regresar, Febo descubra a la estrella matutina. Al tiempo que se iba alzando un himno adormilado a María, Sentí la vieja congoja con que los costales de semilla Y los dientes chuecos de trinches y azadones Alguna vez se burlaron de mí, de mi prolongado y virgen Ayuno y de mi sed, mis sombríos festines nocturnos, Rondando los graneros de palabras como pechos. Como si hubiera permanecido de rodillas muchos años ante el ojo de una cerradura, Hasta la demencia, y lo que alguna vez llegara a abrirse Fuera la ventanita llena de alientos de un confesionario. Mas aquella noche pude ver sus omóplatos de miel Y los trigales de su espalda a través del ancho ojo De la cerradura de su vestido de ojo de cerradura, Y esa ventana hacia el sur de la fortuna se abrió Mientras respiraba hondo en la tierra de la bondad. Como florecillas cerradas en reverencia, Que con los fríos nocturnos se alzan en sus tallos Y se abren al sentir la caricia de la luz del sol. Así reviví en mis propios poderes marchitos Y mi corazón se ruborizó, como quien recobra la libertad.
Trasladado, fui la ofrenda bajo el roble.
IX "Se me secó el cerebro como el pasto disperso, el estómago Se me encogió hasta parecer rescoldo, se endureció y resquebrajó. A menudo fui perro tras mis propias huellas de sangre Sobre el pasto mojado que pude haber lamido. Bajo la cobija de la prisión, una quietud De emboscada. Me sentí seguro en lo invariable a mi alrededor. Las luces de las calles se encendían en los pueblos, la ráfaga De la bomba llegaba antes que el estallido, vi los campos Que conocía desde Glenshane hasta Toome Y escuché un coche que pude imaginar, años antes, Conmigo en el asiento trasero, con cara de novio pálido, Un hombre herido a punto de algo, vacío y mortífero. Cuando la policía admitió mi féretro, yo era tan ligero ya Como mi cabeza cuando tomaba precauciones." La voz de la mala suerte Y del hambre se desvaneció por el oscuro dormitorio: Ahí estaba, echado entre una oleada de naipes Amontonados a sus pies. Luego, la descarga De francotiradores en el patio. Vi larva de carcoma En los postes de las rejas y en las perillas de las puertas, Olí el tizón desde el establo-desván donde él miraba escondido, Desde los campos por los que el cortejo llevaría su féretro embanderado. Alma intranquila, deberían haberte enterrado En el pantano donde arrojaste tu primera granada, Donde sólo los helicópteros y chorlitos Tocan su música mutilada y el musgo Puede enseñarte su reposo medicinal, hasta que, Cuando la comadreja silbe, ninguna otra Obedezca su llamado. Soñé y me dejé ir. Todo parecía en vano, Un remolino asqueroso, una brillante inundación, Un extraño pólipo que flota cual gran magnolia en flor, Corrupta, surreal como un pecho derramado, La suave intimidad de mi disgusto, blanquísimo y a flor de piel. Y grité entre aguas nocturnas: "Me arrepiento De esta vida sin destetar que me mantuvo aquí Para andar sonámbulo, lleno de disimulo y desconfianza." Luego, como un pistilo que brotara del pólipo, Un cirio encendido surgió y se alzó Hasta que todo aquel brillante mástil restaurado, El curso y las corrientes en que había fluido, Lograron salir a flote. Al fin, olvidada la deriva, Mis pies tocaron fondo y revivió mi corazón. Entonces, algo redondo y claro, Levemente turbulento, como la piel de una burbuja O una luna en el suave oleaje de aguas lacustres, Se elevó en un espacio de telarañas: el derretido Resplandor interior de un instrumento Revolvió sus convexas y pulidas superficies Sobre mí, tan cerca y tan brillante Que la cabeza se me fue yendo hacia atrás. Y luego llegó la claridad del despertar A la luz del día, y una campana y llaves de agua abiertas En la habitación contigua. ¡Aún estaba en su lugar! La vieja trompeta de cobre con sus válvulas y llaves Que una vez encontré en el desván, un misterio Que guardé con celo desde entonces, pues pensé que tal hallazgo me rebasaba por completo. "Me repugna la rapidez con que supe cuál era mi lugar. Me repugna mi lugar de nacimiento, me repugna todo aquello Que me ofreció al mejor postor y me volvió anacrónico", Mascullé ante mi rostro a medio arreglar En el espejo para afeitarse, como algún borracho En una fiesta que fue a dar al baño, Tranquilizado y rechazado por su propia imagen. Como si el montón de piedras pudiera desafiar a la señal hecha con él. Como si el remolino pudiera modificar el espejo de agua. Como si una piedra bajo la cascada, Erosionada y erosionándose en su lecho, Pudiera pulverizarse hasta llegar a un núcleo diferente. Luego pensé en la tribu cuyas danzas nunca fallan Porque siguen y siguen hasta poner el ojo en el venado.
XII Como un convaleciente, tomé la mano que se me ofrecía desde el muelle, sentí otra vez un ajeno bienestar cuando puse pie en tierra y aquella mano amiga aún me sujetaba, fría como un pescado, huesuda, pero no sabía a ciencia cierta si para guiar o ser guiado pues el hombre alto de pie junto a mí parecía ciego, aunque caminaba erguido como un junco sobre sus plantas de ceniza, con los ojos fijos hacia el frente. Luego lo palpé de carne y hueso, allá en el asfalto, entre los coches, duro, rasposo, invernal como un endrino. Su voz, remolino de las vocales de todos los ríos, regresó a mí, aunque aún no hablaba, una voz de predicador o de cantante, astuta, narcótica, mímica, definida como la caída de una punta de acero, rápida y limpia. De pronto golpeó un basurero con el bastón, diciendo: "Tu obligación no queda anulada por un rito cualquiera: lo que te corresponde debe ser algo muy tuyo, así que reanímate. Lo principal es escribir con un placer profundo. Cultiva un anhelo de trabajo que imagine sus bordes como tus manos en la noche, soñando el sol en el centro mismo de algún plexo. Has ayunado, tienes ligera la cabeza, eres peligroso. He aquí el punto de partida. Y no seas tan solemne, que otros se cubran con sayal y cenizas. Déjate ir. suelta las amarras, olvida. Has escuchado suficiente. Es preciso que emitas una nota." Fue como si hubiera puesto pie libre en el espacio, solo, y a mi alrededor nada que no conociera ya. Gotas de lluvia me golpeaban el rostro cuando caí en la cuenta. "Viejo padre, hijo de su madre, hay un momento en el diario de Stephen, con fecha del 13 de abril, una revelación puesta entre mis astros: esa página precisamente ha resultado una contraseña en mis oídos, los elementos de una nueva epifanía, el Festín del Santo Embudo." "A quién le importa ya", dijo, en son de burla. "¿Algo más? La lengua inglesa nos pertenece. Estás removiendo cenizas, brasas apagadas, una soberana pérdida de tiempo para alguien de tu edad. Ese tema que la gente lleva y trae es una tontería, infantil por lo demás, como tu peregrinaje de campesinos. Pierdes más de ti mismo de lo que redimes comportándote cual debe ser. Guarda tu distancia. Cuando el círculo se amplíe, será hora de salir a flote solo y tu alma, llenando la materia de huellas de tu propio andar, ecos, búsquedas, indagaciones, alicientes, brillos de anguila eléctrica en la oscuridad toda del mar." La lluvia se desató en un estallido de nubes, el asfalto humeó y se chamuscó. Conforme se alejaba con firme paso la caída de agua iba cerrando sus cortinas.
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