Péndulo
Ana es adicta al tiempo del columpio, que marca un ritmo pero nunca avanza (¿quién soy para explicarle que se engaña, que el sol se pone y las cadenas se desgastan?). Y exige siempre que yo esté a su espalda: para que nada se interponga, pienso, entre el ansia y el vuelo. No quiere la sonrisa de su padre estropeándole el cielo. Allá va una vez más, es pura risa, remonta el aire y luego lo conquista. Y cada vez que vuelve yo agradezco que me lleve en su péndulo, que yo también desde los ojos crea que en ese ir y venir no pasa el tiempo.
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