La mujer de Lot
Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios por una montaña negra, siguiendo su huella, mientras una voz incansable acosaba a la mujer: —No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás. Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa, al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar, a las ventanas de la enorme casa donde la descendencia santificó tu lecho conyugal. Una sola mirada: súbita punzada de dolor en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido. Su cuerpo se derritió en sal transparente y sus ligeras piernas claváronse en la tierra. ¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta de sobra insignificante a nuestra incumbencia? Incluso así, nunca la negaré en mi corazón, ella que murió porque eligió volverse.
(1922-24)
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